I N D I C E
SINOPSIS HISTÓRICA DE GRECIA ANTIGUA
1. NOCIONES PRELIMINARES
1.1. ¿Hélade o Grecia?
1.2. Marco geográfico de Grecia antigua.
1.3. Influencia de las condiciones geográficas en el devenir del pueblo griego.
1.4. Ámbito de la civilización griega.
1.5. ¿Qué polis aportaron más a la Civilización griega?
1.6. Legado griego a la civilización occidental.
2. ÉPOCA OSCURA (C. 3.000 – 800 d. C.)
2.1. Civilización cretense (3.000-1.400 a.C. aprox.)
2.2. Civilización micénica (1.600 – 1.200 a. C.)
2.3. Civilización doria (1.200 – 800 a. C.)
3. ÉPOCA ARCAICA (800 – 490 a. C.)
3.1. Nacimiento de las polis.
3.2. La colonización griega (s. VIII – VI a. C.)
3.3 Los Legisladores (s. VII-VI a. C.)
3.4. Los tiranos (s. VI – V a. C.)
3.5. Clístenes (510-495 a. C.)
4. ESPARTA
5. ÉPOCA CLÁSICA (490 – 356 a. C.)
5.1. Guerras médicas (490/480 a. C.)
5.2. La Liga marítima de Delos. Hegemonía de Atenas (477-431 a. C.)
5.3. Liderazgo de Pericles (c. 459 – 429 a. C.)
5.4. La Guerra del Peloponeso (431 – 404 a. C.)
5.5. Alejandro Magno (356 – 323 a. C.)
6. PERÍODO HELENÍSTICO (323-20 a. C.)
1. NOCIONES PRELIMINARES
1.1. ¿Hélade o Grecia?
Los antiguos griegos se consideraban descendientes de Helen, padre mítico de los héroes fundadores de las distintas etnias o estirpes que dominaron Grecia antigua, por lo que fueron llamados helenos, y al territorio donde se establecieron lo denominaron Hélade (en griego, ‘Eλλάς), nombre que han conservado hasta la actualidad. Los romanos, por su parte, llamaron Graii a los habitantes de una colonia griega del sur de Italia y, por extensión, al resto de los griegos; y al territorio de origen de éstos lo denominaron Grecia (Graecia), nombre que acabó imponiéndose pronto fuera de ella cuando hubo necesidad de nombrarla.
1.2. Marco geográfico de Grecia antigua.
La antigua Hélade comprendía las áreas siguientes: Grecia continental, Grecia insular, Grecia asiática y Grecia colonial, las cuales presentaban estas características:
- Grecia continental. Situada al sur de la Península de los Balcanes, era la más oriental de las tres grandes penínsulas del Mediterráneo y comprendía, a su vez, estas zonas:
- Grecia septentrional, la cual limitaba al norte con Macedonia (patria de Alejandro Magno), y, al noroeste, con Epiro (patria de Pirro). La región más rica de esta zona era Tesalia, en la que hay una gran llanura atravesada por el caudaloso río Peneo y rodeada de montañas, que hacían difícil el acceso a ella, la más alta y famosa de las cuales es el Monte Olimpo (2.983 m.), cuya cima estaba, en época antigua, al menos, siempre nevada y cubierta de una espesa niebla, en la que los antiguos griegos consideraban que vivían sus dioses. Tradicionalmente ha sido famosa por la cría de caballos.
- Grecia central, que comprendía como regiones más importantes: La península de Ática, con su capital Atenas, la cual se convirtió, después de las Guerras Médicas, en la polis más poderosa y famosa de Grecia; Beocia, con su capital Tebas; Fócida, con el famoso santuario de Apolo en Delfos, adonde acudían gentes de toda Grecia para consultar su futuro a la Pitonisa. Próximo a él estaba el monte Parnaso (2.457 m.), en el que moraban las musas, las cuales formaban el séquito de Apolo e inspiraban a los poetas y a los artistas, en general.
Grecia peninsular o Peloponeso, en la que habría que destacar las regiones siguientes: Acaya; Arcadia; Élida, con el santuario de Olimpia, famoso desde antiguo por sus Olimpiadas; Argólida, con las importantes ruinas de Micenas, Tirinto, etc., de épo ca de los aqueos, y con Epidauro, famosa por el Santuario de Asclepio, dios de la medicina, y por su teatro, el mejor conservado de Grecia antigua; Laconia o Lacedemonia, territorio donde se establecieron los dorios, con su capital Esparta, la gran rival política de Atenas.
- Grecia insular. Estaba formada por numerosas islas diseminadas, sobre todo, por el mar Egeo, de las que cabe destacar: Lesbos, patria de la poetisa Safo; Quíos, en donde, según se cree, nació Homero; Delos, en donde nacieron los dioses Apolo y Artemisa; Samos, Rodas y Creta, en la que se desarrolló la primera civilización griega.
- Grecia asiática. A raíz de la invasión de Grecia por los dorios, se produjeron importantes migraciones hacia las islas del Egeo y las costas occidentales de Asia Menor, en donde surgieron ricas y modernas ciudades, como Mileto, Halicarnaso, Éfeso, Focea…, gracias al comercio marítimo y a sus contactos con civilizaciones avanzadas, como la fenicia, la babilonia y la egipcia. Allí, en efecto, nacieron la poesía, la filosofía, la historia, etc. Al noroeste de estas costas, se encontraba Troya, inmortalizada por Homero en la Ilíada y en la Odisea.
- Grecia colonial. Rivalizando con los fenicios y luego con los cartagineses en el comercio marítimo, las más importantes polis griegas crearon colonias en el mar Negro y por todo el Mediterráneo.
1.3. Influencia de las condiciones geográficas en el devenir del pueblo griego.
Grecia es un país muy montañoso (el 75%, aproximadamente, del territorio es de ese tipo), con estrechos valles y pequeñas llanuras, la mayoría de ellas costeras, lo cual marcó el futuro del pueblo griego en todos los órdenes, al obligarle, de alguna manera, a organizar su vida en comunidades generalmente poco extensas, llamadas polis o ciudades-Estado. Dicha circunstancia, a la postre, sería letal para ellas, pues el fuerte sentimiento de independencia y la gran rivalidad que mostraron siempre unas polis con otras las llevó, en un momento de su historia, a enfrentarse en la Guerra del Peloponeso, lo cual fu aprovechado después por Filipo II de Macedonia para imponer su dominio sobre todas ellas. Antes, sin embargo, de que esto ocurriera, la peculiar organización de las polis les proporcionó logros muy positivos en distintos órdenes, de los que se beneficiaría después nuestra civilización occidental. En efecto, el hecho de constituir las polis un marco político en el que todos los ciudadanos eran imprescindibles para poder atender las necesidades de las mismas, facilitó, en algunas de ellas, al menos (y no así, por ejemplo, en los grandes Imperios de su entorno, como el egipcio, el asirio-babilónico, persa, etc.), la aparición de la democracia, con la concesión poco a poco a las clases sociales menos favorecidas, por parte de las clases privilegiadas, de su derecho a participar también en el gobierno y en el control de los asuntos de la ciudad.

Así mismo, el hecho de que en las polis griegas no existieran unas castas cerradas (la mayoría de las veces, sacerdotales), ni un dogma religioso estricto propició que, también en ellas, naciera la Filosofía, la Historia, la Ciencia, la Medicina, etc., lo cual se produce en el momento en que el sabio o el estudioso, prescindiendo de los hechizos y ensalmos, y de los mitos antiguos, con los que se pretendía explicar mediante sugestivas leyendas las diversas manifestaciones de la naturaleza, intenta conocer el origen de las cosas a través de la razón. Y, en este contexto, resulta también lógico que el artista pudiera aplicarse libremente a la conquista de la armonía y de las proporciones en sus creaciones, en las cuales el ser humano ocupa el centro de su interés, lo que haría que dicho arte en el Renacimiento fuera considerado, junto con el arte romano, como el arte clásico por excelencia
En otro orden de cosas, el carácter montañoso y pobre del territorio griego y el estar este rodeado en gran parte por el mar motivó que los antiguos griegos hicieran de él su medio de vida y su lazo de unión, al proporcionarles abundante pesca y la posibilidad de practicar el comercio.
1.4. Ámbito de la civilización griega.
La civilización griega fue la perteneciente a las polis de la Grecia continental, insular, asiática y colonial, que todos los griegos tenían conciencia de compartir. En efecto, allá donde estuvieran y aunque perteneciesen a polis distintas, todos ellos eran conscientes de que hablaban la misma lengua (a pesar de las diferencias dialectales existentes: jónico-ático, eólico, dórico…), y de que tenían en común las mismas creencias, los mismos gustos artísticos y la misma manera de vivir. En otras palabras, todos percibían que compartían una civilización que los hacía diferentes de los pueblos que no eran griegos, a los que aplicaban el apelativo de “bárbaros”, onomatopeya de “bar – bar – bar…”, sonidos que les oían articular cuando hablaban.
Más tarde, Alejandro Magno, gran admirador de la cultura griega, la difundió en el Imperio que conquistó y, a su muerte, fue denominada cultura helenística por haber incorporado diferentes elementos culturales de los pueblos sometidos. Después Roma, tras la conquista de la Magna Grecia y de los reinos helenísticos, surgidos a la muerte de Alejandro, entró también en contacto y fue cautivada por dicha cultura, a la que asimiló e imitó en múltiples aspectos y, convertida en cultura grecorromana, la legó después a los pueblos conquistados por ella. Desmembrado el Imperio Romano de Occidente como consecuencia de la invasión de los pueblos bárbaros, la cultura grecorromana logró sobrevivir a lo largo de la Edad Media en los reinos surgidos entonces en Europa, gracias a las escuelas episcopales y, sobre todo, a los monasterios, en donde los monjes copiaron con paciente labor y salvaguardaron las obras clásicas de los autores especialmente latinos conocidas en aquella época. A finales, sin embargo, de la Edad Media y, principalmente, en el Renacimiento (iniciado en el s. XV en Italia, cuyo arte se inspiró en el legado artístico grecorromano, al que hace “renacer”, y, de ahí, el nombre de Renacimiento), la citada cultura, en su sentido más amplio, fue tomada como modelo y denominada clásica, convirtiéndose, por lo mismo, desde entonces en importante fuente de inspiración o de reflexión a arquitectos, escultores, pintores, literatos y pensadores.
1.5. ¿Qué polis aportaron más a la Civilización griega?
Las polis que aportaron más, cualitativa y cuantitativamente hablando, a la Civilización griega fueron Esparta y, sobre todo, Atenas, por el liderazgo que ejercieron sobre las demás durante bastante tiempo: la primera, en el plano militar y político, y la segunda, además, en el cultural.
1.6. Legado griego a la civilización occidental.
Los griegos crearon la democracia, la filosofía, la medicina, la historia, las matemáticas, la geografía, y los géneros literarios; fijaron los cánones en el arte e inventaron bellos mitos para explicar el origen del mundo y de los fenómenos atmosféricos, los ciclos de la naturaleza, etc. Por todo ello, a los antiguos griegos se les reconoce unánimemente la gloria de haber creado una avanzada cultura, la cual, imitada y enriquecida después por la romana, está en la base de nuestra civilización occidental
2. ÉPOCA OSCURA (C. 3.000 – 800 d. C.)
2.1. Civilización cretense (3.000-1.400 a.C. aprox.)
La isla de Creta, con una situación geográfica privilegiada, desarrolló, entre el III y el II milenio, una brillante civilización -también llamada minoica, por su legendario rey Minos-, gracias a la fertilidad de su suelo, que producía cereales, aceite y vino en abundancia, y a su floreciente comercio con Egipto, Siria, Ugarit, etc., el cual permitió a sus reyes, entre otras cosas, construir fastuosos y modernos palacios, a partir, sobre todo, de 1.700 a.C., sin murallas, con amplias escaleras, pórticos y numerosos pasillos y habitaciones en torno a grandes patios centrales, cuya estructura intricada inspiró, sin duda, el mito del Laberinto de Creta y el del Minotauro.
El más famoso de estos palacios es el de Cnosos, excavado por el inglés Arthur Evans a comienzos del s. XIX, en el que se encontraron salas de recepción y para banquetes, grandes almacenes, criptas y talleres de diversas clases, avanzados sistemas hidráulicos y preciosos frescos en sus habitaciones nobles, todo lo cual nos da una idea bastante exacta de lo avanzado de dicha civilización.
Los cretenses tuvieron distintos tipos de escritura, los más importantes de los cuales fueron el lineal A, aún no descifrado, y el lineal B, que fue la escritura surgida al adaptar los aqueos el lineal A a los caracteres de su lengua, convirtiéndose, por ello, en lengua griega en una fase todavía muy primitiva.
El gran terremoto de la isla de Santorini, en 1.628 a.C., destruyó también, según se cree, dicha civilización, lo cual sería aprovechado por los aqueos para apoderarse, parcialmente, al menos, de la isla.
2.2. Civilización micénica (1.600 – 1.200 a. C.)
Por el año 1.600 a.C., el pueblo aqueo, de origen indoeuropeo y de habla griega, se apoderó de Grecia y, después, de Creta, cuya brillante civilización asimiló, alcanzando un gran desarrollo por su activo comercio con diferentes pueblos del Mediterráneo y con sus exportaciones de productos manufacturados pertenecientes a la industria textil, que fue uno de los principales sectores de la economía micénica, y a la industria metalúrgica y artesanal. Los reyes aqueos fueron independientes unos de otros, aunque, en caso de necesidad o para realizar expediciones relevantes, es probable que se unieran bajo la dirección del rey de Micenas. Edificaron grandes recintos amurallados en lo alto de colinas, cuyos restos más importantes se han encontrado en Micenas, Tirinto y Pilos. También construyeron impresionantes tumbas para sus reyes, como la llamada “Tumba de Agamenón” o “Tesoro de Atreo”, en Micenas, en la que se encontró un riquísimo ajuar funerario.
Puerta de los leones, del recinto amurallado de Micenas.
Respecto a la Guerra de Troya, según la leyenda recogida por el poeta Homero en la Ilíada, se debió al rapto de Helena, esposa del griego Menelao, rey de Esparta y hermano de Agamenón, rey de Micenas, por el troyano Paris. Las excavaciones, sin embargo, realizadas entre 1.870 y 1.871 por el alemán Heinrich Schliemann y por otros arqueólogos después en la colina de Hissarlik, cerca del Helesponto, les indujo a pensar que la Troya evocada por Homero [probablemente, la del estrato VII a), de los nueve niveles encontrados allí], debió de ser destruida por los aqueos alrededor de 1.200 a. C. para privarla del control comercial que venía ejerciendo sobre la ruta de los estrechos (Dardanelos y Bósforo), o en una simple operación de pillaje.
A finales del s. XIII a.C., el pueblo aqueo entró en una grave crisis, cuyas causas no se conocen bien. Algunos historiadores la atribuyen a las invasiones de los llamados “pueblos del mar”, que destruyeron por esa época al pueblo hitita y diversos asentamientos del Mediterráneo oriental, lo cual conllevaría, entre otras cosas, que el comercio se resintiera en aquella zona, obligando a los aqueos a vivir de los recursos de su suelo, no suficientes, y esto, a su vez, pudo originar después enfrentamientos entre ellos mismos por el dominio de los mismos.
2.3. Civilización doria (1.200 – 800 a. C.)
En el s. XIII a. C., penetró en Tesalia y en Beocia el pueblo dorio, última oleada de gentes de habla griega, el cual se expandió hacia el s. XI a. C. por el Peloponeso, eligiendo la región de Laconia o Lacedemonia, al sur de dicha península, como principal zona de asentamiento, en donde fundaron distintos poblados, los cuales decidirían después organizar su vida en común, surgiendo así, en torno al s. VIII a. C., la ciudad-estado de Esparta, que, con el paso del tiempo, se convirtió en la gran rival de Atenas.
Como consecuencia de la invasión doria, los pueblos de la Grecia continental iniciaron migraciones hacia las islas del mar Egeo y hacia Asia Menor, cuya costa occidental estaba ya ocupada en parte por las factorías micénicas, y Grecia se sumergió entonces en una larga etapa de barbarie e incultura, conocida como Época Oscura o Edad Media, en la cual desapareció incluso la escritura creada y utilizada por los aqueos. Las leyendas antiguas relacionan dicha etapa con “el regreso de los Heraclidas”.
3. ÉPOCA ARCAICA (800 – 490 a. C.)
A la Época Oscura griega siguió la Época Arcaica, la cual fue bastante fecunda en todos los aspectos, ya que en ella tuvo lugar la aparición y desarrollo de las polis; se creó la escritura silábica a partir del alfabeto fenicio y se fundaron numerosas colonias en diversas partes del mar Negro y del Mediterráneo, lo cual facilitó el desarrollo industrial y comercial, propiciado, a su vez, este último con la aparición de la moneda en el año 600 a. C.; y, por último, se sentaron las bases de la democracia y de las diversas formas del arte, de la cultura y del pensamiento.
3.1. Nacimiento de las polis.
Las primeras polis surgieron hacia el s. VIII a. C. en las regiones más avanzadas de la Hélade en el momento en que los diversos poblados de un área determinada decidieron organizar su vida en común (fenómeno conocido como sinecismo) en torno a uno de ellos, el mejor situado y que ofreciera mejores posibilidades de defensa. Las polis griegas fueron, según esto, ciudades-estado independientes, la mayoría de las cuales comprendieron un territorio inferior a 100 Km2 (Atenas, con 2.650 Km2, y Esparta, con 8.400 Km2, fueron algunas de las excepciones), en el que se distinguían:
- La capital, amurallada, que presentaba, a su vez, como espacios más importantes: la acrópolis o ciudadela en alto, que era el centro religioso, donde se levantaba el templo de la divinidad protectora de la ciudad, y, a los pies de la misma, estaba el ágora, o plaza pública, y, en su entorno, se encontraban los edificios administrativos: Bouleuterion, Heliea, Pritaneo,
- La campiña de alrededor, con las tierras de cultivo y las zonas de pastos y de bosques, las cuales eran atendidas por los ciudadanos que vivían en aldeas (demos) y granjas diseminadas por ella.
- La costa marítima, de la que dispusieron la mayor parte de las polis.

En dicho marco, los ciudadanos tenían conciencia de participar de una misma comunidad territorial y política, alcanzando poco a poco (en gran parte de las polis, al menos) el control de la mayoría de los asuntos de la misma. La primera forma de gobierno de las polis fue la monarquía, si bien pronto debió de hacerse con el poder en ellas y con sus órganos de gobierno la aristocracia, poseedora de las tierras mejores y más extensas de la misma. Ellos administraban también la justicia según códigos no escritos. Frente a los nobles, los pequeños campesinos vivían una situación de clara dependencia de estos, por la que podían convertirse en esclavos suyos e, incluso, ser desterrados de la polis, si no les abonaban la renta debida o no les devolvían el dinero prestado. Dicha situación debió de empeorar para ellos cada vez más, hasta llevarles a un estado de franca rebeldía, teniendo en cuenta que solo los que poseían tierras en la polis disfrutaban del derecho de ciudadanía en ella.
3.2. La colonización griega (s. VIII – VI a. C.)
En un intento por paliar el problema de la falta de tierra y el aumento demográfico de la población, las polis más importantes con escaso terreno cultivable decidieron crear colonias fuera de Grecia, buscando para ello lugares de la costa que, además de ofrecerles ventajas comerciales, dispusieran de alguna elevación orográfica en donde se pudiera levantar la acrópolis y tuvieran a su alrededor un terreno cultivable. Elegido el lugar por la metrópoli y consultado el oráculo de Delfos, se ponía en marcha la expedición, integrada por el oikistés (jefe de la misma), procedente de una familia aristocrática, y por los colonos (generalmente, un 10 %, de la población de la polis), a los que solía acompañar su familia. También llevaban consigo el fuego sagrado de la metrópoli, que el oikistés depositaba después en el templo de la colonia.
Las colonias fueron política y económicamente independientes de sus metrópolis, lo que hizo que las relaciones fueran buenas y provechosas para ambas en la mayoría de los casos. La primera gran oleada de la “colonización histórica” o “segunda colonización” se produjo en torno a 750 a. C., y los lugares elegidos en ella fueron el mar Jónico, y el sur de Italia y la isla de Sicilia, zonas conocidas luego como Magna Grecia. Un siglo después, tuvo lugar la segunda oleada, con un carácter ya más comercial, siendo los lugares de destino el mar Negro, sur de Francia, nordeste de Cataluña y norte de África.
Atenas, aunque no participó en las colonizaciones por disponer de tierra de cultivo “suficiente”, sí impulsó la industria artesanal y el comercio. Pero ello no le permitió acabar con los conflictos sociales que venía sufriendo, como otras muchas polis, ya que, al descontento de los pequeños campesinos, se sumó entonces la aspiración de los jefes del ejército, tras la reforma hoplita hacia el año 700 a. C., y la del sector artesanal y comercial, cada vez más amplio, a que se contara con ellos en el gobierno de su ciudad.

3.3 Los Legisladores (s. VII-VI a. C.)
A finales del s. VII a. C., la nueva problemática, de carácter social amplio, motivó, también en las polis griegas de mayor entidad (Atenas, Mégara, Corinto, etc.), la aparición de legisladores y de tiranos. Los legisladores fueron generalmente personas de reconocido prestigio y opiniones moderadas elegidos por sus ciudades, a lo largo de los siglos VII y VI a. de C., para dictar leyes que los diversos sectores de las mismas se obligaban a cumplir.

El encargado de efectuar dichas reformas en Atenas fue Solón, el cual, nombrado arconte en 594 a. C., adoptó medidas que favorecieron a los pequeños campesinos, como la prohibición de que en lo sucesivo se hiciera a alguien esclavo por deudas. Otras medidas fueron de carácter institucional, como la creación de la Boulé o Consejo de los 400, para contrarrestar el gran poder que tenía el Areópago, integrado por aristócratas. También dividió la población en cuatro clases, según su fortuna: Pentacosiomedimnos, hippeis o caballeros, zeugites u hoplitas y thetes, que no tenían acceso a las magistraturas y prestaban servicio militar en la marina como remeros. Solón puso las bases del régimen democrático ateniense, pero su política moderada no logró resolver los graves problemas que aquejaban a la polis de Atenas entonces, por lo que, después de este, volvieron a aflorar en ella los desórdenes y la inestabilidad política.
3.4. Los tiranos (s. VI – V a. C.)
Después de los legisladores, los tiranos, aprovechando el descontento del pueblo y contando frecuentemente con su apoyo, se constituyeron, a lo largo de los siglos VI y V a. C., en jefes de las polis griegas más importantes de la Hélade, a las que gobernaron, generalmente, con una especie de despotismo ilustrado, fomentando en ellas la industria y el comercio y emprendiendo un vasto programa de obras públicas, las cuales, además de dar trabajo a la gente pobre, proporcionaban, sobre todo, lustre a su nombre. Debido a esto, la tiranía fue positiva en muchos aspectos para las polis que la “sufrieron” y el término tirano no tuvo entre los griegos la connotación negativa que adquirió posteriormente; pero, como dicho régimen político no favoreció las aspiraciones de todos los ciudadanos a la igualdad y a la participación política, en la mayoría de las citadas polis volvió a recuperar el poder la aristocracia, intransigente o moderada.
En Atenas, Pisístrato, pariente de Solón, se distinguió en la guerra librada por Atenas contra Mégara para reconquistar la isla de Salamina, en la que dirigió el ejército de la polis ateniense como polemarca (alto comandante militar), lo cual, junto con su amistad con Solón, le proporcionó prestigio en la misma. Debido a esto, la Asamblea popular le concedió, a petición de un partidario suyo, después de anunciar que había sido víctima de un atentado promovido por sus rivales políticos, una guardia personal de cincuenta hombres armados, de la que se sirvió en 560 a.C. para hacerse con el control de la ciudad y convertirse en tirano. Un año después, los aristócratas le arrebataron el poder, pero, al cabo de poco, volvió a recuperarlo con el apoyo que le prestó Megacles -perteneciente a una de las familias más importantes de la ciudad, que estaba enemistado entonces con Licurgo, de otra familia también influyente en ella- a condición de casarse con su hija. La negativa, sin embargo, de Pisístrato a tener hijos con ella para no perjudicar a sus hijos mayores, Hipias e Hiparco, hizo que ambas familias se volvieran a unir para expulsarlo de Atenas en 556 a. C. Los diez años siguientes, los pasó exiliado en Tracia, en donde se dedicó a explotar las ricas minas de plata de Laurión, lo cual le reportó grandes beneficios y le permitió hacerse con un poderoso ejército, formado, en gran parte, por mercenarios, con cuyo apoyo y el de las clases sociales menos favorecidas consiguió derrotar a sus adversarios políticos en Palene y entrar victorioso en la ciudad de Atenas en 446 a.C.

Pisístrato gobernó la polis de Atenas con moderación, lo cual le permitió ganarse el apoyo de los menos favorecidos y no soliviantar a los aristócratas. Para proporcionar trabajo a los primeros, impulsó, entre otras cosas, las grandes construcciones y a los pequeños agricultores les repartió tierras confiscadas a los nobles y les otorgó préstamos para mejorar los cultivos de vid y de olivo, de gran importancia comercial para Atenas. Como logros más importantes de su política social y económica habría que mencionar: Embelleció la ciudad con grades templos edificados en la Acrópolis, como el erigido en honor a Atenea; construyó el primer acueducto de Atenas; mejoró la red de carreteras y caminos del Ática; favoreció la industria de la cerámica y el comercio marítimo, creando una poderosa flota, en el que utilizó como moneda de cambio las “lechuzas” atenienses, que él mandó acuñar con la plata de las minas de Laurión, las cuales se convirtieron después en el tipo de moneda más popular en el comercio del Mediterráneo; así mismo, introdujo en 534 a.C. en la ciudad de Atenas las celebraciones, de carácter popular, que se venían organizando en Eléuteras en honor a Dioniso y creó las Grandes Dionisias, las cuales propiciaron el nacimiento y gran desarrollo posterior del teatro, y dio también brillantez a las Grandes Panateneas, con lo cual pretendía unir a los ciudadanos, no sólo de Atenas sino de todo el Ática, en unas celebraciones en las que participaban todos ellos e, indirectamente, anular las fiestas ancestrales de las diferentes familias aristocráticas.

A la muerte de Pisístrato, en 527 a. C, le sucedieron sus hijos Hipias e Hiparco, los cuales no tenían el carisma ni contarían con el apoyo que tuvo él. En 514 a. C., en una conspiración surgida contra ambos, aunque no por razones políticas, fue asesinado Hiparco, quedando al frente del gobierno Hipias, quien condenó a muerte a los asesinos y persiguió y expulsó de la polis ateniense a todos sus enemigos, hasta que, en 510 a.C., en una revolución, en la que participaron guerreros espartanos, fue obligado a refugiarse en Persia con su familia.
3.5. Clístenes (510-495 a. C.)

Tras el derrocamiento de Hipias, asumió el gobierno de Atenas Clístenes, de la ilustre familia de los Alcmeónidas, el cual, elegido arconte, se propuso debilitar el poder de la aristocracia y el de los partidos regionales y evitar el retorno de la tiranía. Para ello, comenzó por dividir el Ática en 3 zonas -ciudad, interior y costa-, y cada una de ellas, en 10 distritos o tritias (30, en total), que englobaban a los más de 100 demos o municipios que había en el Ática. A su vez, una tritia de la ciudad, otra de la costa y otra del interior formaban una tribu. Las 10 tribus resultantes jugaron un papel importante en la democratización de las instituciones, ya que ellas eran las encargadas de elegir, de entre los ciudadanos propuestos por los demos, a aquéllos que les representarían en Atenas, durante un año, en los cargos más importantes de la Administración. Cada ciudadano estaba inscrito en alguno de los demos y usaba, junto a su nombre propio, el de su demo correspondiente, y, al compartir el nombre demótico con su vecino aristócrata, el hombre común adquirió poco a poco conciencia de su igualdad e independencia ante la ley.
Merced a estas reformas, todos los ciudadanos atenienses, salvo los thetes, podían ser nombrados “de iure”, por votación o por elección, para desempeñar cualquier cargo de la Administración, excepto el de estratego, y, lo más importante, el poder soberano de Atenas pasó a pertenecer a la Asamblea del pueblo o Ecclesía. También se atribuye a Clístenes la institución del ostracismo, por el que el ciudadano al que se considerara una amenaza para el Estado era desterrado de la polis por un período de diez años. Por todo ello, Clístenes es considerado, dentro de la historia de Grecia antigua, como el gran creador de la democracia ateniense.
4. ESPARTA
La ciudad-estado de Esparta surgió en la región de Laconia o Lacedemonia, al sur de la península del Peloponeso. Sometida Laconia, se anexionó la vecina Mesenia tras duros enfrentamientos (736, 720 y 650 a. C.). Después de esto, Esparta renunció a la expansión territorial directa y estableció una política de alianzas con las demás polis de la citada península, que condujo a la constitución de la Liga del Peloponeso, liderada por ella. Esparta, así, consiguió extender su influencia sobre todo el Peloponeso, exceptuando Argos y Acaya, y se convirtió a finales del s. VI a. C., gracias a su potencial militar, en la ciudad-estado más fuerte de la Hélade y en la gran rival de Atenas.
En los primeros siglos, Esparta debió de seguir una evolución política y cultural similar a la de las otras polis griegas, como lo probaría, por ejemplo, el hecho de que participara en las primeras colonizaciones y fuera visitada por los poetas y artistas más famosos de la Hélade. En torno al año 600 a. C., sin embargo, se cerró en sí misma, quizás porque temía que los mesenios superiores en número a los espartanos (en una proporción de 10 a 1) se les sublevaran, en cualquier momento, tras haberles arrebatado sus tierras y convertido prácticamente en sus esclavos. A partir de entonces, el único objetivo del Estado espartano fue formar a sus ciudadanos desde muy temprana edad para hacer de ellos soldados invencibles.

Para conseguir dicho objetivo, cuando nacía un niño, era examinado por una comisión de ancianos y, si estos le encontraban algún defecto que lo inhabilitara para la milicia, era arrojado por un barranco que había al pie del monte Taigeto, próximo a la ciudad de Esparta. Lo mismo se hacía con las niñas, si se descubría que no iban a servir después para dar hijos sanos y fuertes al Estado. Al cumplir los siete años, los niños espartanos abandonaban su casa e ingresaban en una especie de campamento militar, en donde recibían en pequeños grupos, para desarrollar mejor la amistad y la solidaridad entre ellos, una educación severísima, con la que se les enseñaba a soportar el frío, la fatiga, el hambre y el dolor. A los veinte años, se incorporaban a la vida militar activa, tras superar la criptía, una dura prueba, que consistía en vivir solos y al aire libre en el campo durante un año sin ser vistos por nadie, y los mejores de ellos entraban en el cuerpo de Infantes, que servía de guardia a los dos Reyes y de policía secreta de los Éforos.
A partir de los treinta años, los primogénitos de las familias espartanas alcanzaban todos los derechos, civiles y políticos, y recibían del Estado un lote de tierra, igual para todos, que cultivaban para ellos sus anteriores propietarios (los ilotas). La soltería en Esparta estaba mal vista y era castigada, ya que el Estado necesitaba soldados que lo defendieran; no obstante, los hombres pasaban poco tiempo en familia, pues consagraban toda su vida hasta los sesenta años al servicio de las armas. Otro rasgo característico de la vida espartana eran las comidas comunitarias (una al mes), en las que los quince soldados que combatían juntos en la guerra compartían la misma mesa. A estas comidas, cada uno debía aportar la parte de alimentos y de dinero que le correspondía. Si no lo hacía, perdía todos sus derechos cívicos.
En la formación de los futuros soldados, se otorgaba una especial importancia a los ejercicios físicos y al aprendizaje del manejo de las armas, pero, por encima de todo, se les inculcaba buscar siempre el bien de Esparta, obedecer ciegamente las órdenes de sus superiores y luchar bravamente en el campo de batalla hasta morir, si era preciso, tal como señalaba el poeta Tirteo: “Es hermoso morir como un valiente soldado en primera línea de combate peleando por el bien de la patria”. En cambio, la rendición al enemigo y, peor aún, la huida del combate se consideraba un deshonor. Por ello, como para huir de este había que desprenderse antes del pesado escudo que llevaban los soldados espartanos en él, las madres, cuando partían sus hijos para la guerra, les inculcaban, según el historiador Plutarco, que debían regresar de esta “con su escudo o sobre él”. Y se cuenta que una de ellas dio muerte a su propio hijo, al llegar a casa, por haber huido cobardemente del campo de batalla. La formación que recibían los espartanos desde niños los hizo casi invencibles en las competiciones de los juegos olímpicos y en la guerra.
5. ÉPOCA CLÁSICA (490 – 356 a. C.)
El enfrentamiento entre griegos y persas, a principios del s. V a. C., marca el paso de la Época Arcaica a la Época Clásica, en la que Atenas alcanzó su apogeo político, económico y cultural, por haber sabido explotar en su provecho el gran papel desempeñado en las Guerras médicas. Sin embargo, la inquietud que provocó esto en su rival, Esparta, suscitó la Guerra del Peloponeso, la cual supuso el principio del fin de las polis griegas.
5.1. Guerras médicas (490/480 a. C.)
A finales del s. VI a. C., el Imperio persa había alcanzado su máxima expansión comprendiendo una inmensa franja del sur asiático desde el río Indo hasta Asia Menor. Debido a esto, las ciudades griegas de la costa de Asia Menor comenzaron a sufrir su presión cada vez mayor, lo cual provocó una revuelta de algunas polis jonias de dicha zona lideradas por Mileto. Sometidas estas y destruida Mileto, el rey persa Darío I se propuso castigar a Atenas y a Eretria, que les habían ayudado, aunque de forma simbólica, lo cual desencadenó las Guerras Médicas, llamadas así por la extensa región de Media, que pasó a integrar el Imperio persa en 550 a.C. tras ser conquistada por Ciro II. La primera guerra médica se libró en 490 a. C. en la llanura de Maratón, a unos 40 Kms. al nordeste de Atenas, en donde había desembarcado la escuadra persa tras destruir Eretria, y en ella los hoplitas atenienses combatieron solos, pues los espartanos no les prestaron la ayuda solicitada por estar celebrando las fiestas Carneas, las cules implicaban una tregua militar hasta el plenilunio siguiente, obteniendo, dirigidos por Milcíades, una memorable victoria sobre una fuerza persa tres veces superior, aunque tácticamente inferior a la suya. Después de esta, el griego Filípides recorrió los 40 km, aproximadamente, que había de distancia desde la citada llanura hasta la ciudad de Atenas, para anunciar a los que habían quedado en ella el brillante e inesperado triunfo obtenido en dicha llanura por los atenienses sobre los persas, cayendo muerto tras decirles: Nenikékamen! (¡Hemos vencido!). El nombre y el recorrido de la moderna carrera de Maratón se basa en estos hechos.

Diez años después, Jerjes, hijo y sucesor de Darío I, organizó un ejército formidable compuesto por más de 200.000 hombres, al que una numerosa flota protegía y le suministraba alimento desde el mar. Ante la magnitud de la amenaza, representantes de 70 ciudades griegas se reunieron en 481 a. C. en el templo de Poseidón de Corinto y crearon la Liga Helénica sellando un pacto contra Persia, al que, sin embargo, se sumaron pocas polis de la Hélade, pues existía la percepción generalizada de una derrota casi segura frente al ejército persa y de las consecuencias nefastas que ello tendría para cada una de ellas. La dirección de la guerra se le otorgó a Esparta, dado su potencial militar.
En 480 a. C., Jerjes logró pasar su ejército de Asia a Europa por un doble puente de barcas construido en el estrecho de los Dardanelos y, tras cruzar con él Tracia, Macedonia y Tesalia -primera polis que le dejó el paso libre por lo dicho antes-, llegó al desfiladero de las Termópilas, paso obligado en el trayecto entre el norte y el sur de Grecia, en donde le esperaba un ejército de aliados compuesto por unos 7000 soldados y comandado por el espartano Leónidas I para bloquearle el paso. A su vez, una flota ateniense fue situada en el estrecho de Artemisio para hacer lo mismo con la flota de provisiones persa. El lugar elegido por Leónidas para hacer frente al ejército persa dentro del estrecho no fue el más angosto, pero sí el que mejor podía facilitar sus planes ya que estaba cerrado por paredes de gran desnivel y, además, había en él un antiguo muro construido por los focenses para defenderse de sus vecinos del norte, los tesalios. La elección del mismo no podía ser mejor: atrapado el ejército de Jerjes entre el monte Calidromo y el mar, que entonces llegaba hasta allí, este paso angosto permitía anular la efectividad de la temida caballería persa; por otra parte, en un ataque frontal, al ser similar el número de soldados de uno y otro bando que se enfrentaban a la vez, los hoplitas griegos, que atacaban formados en falange, tendrían ventaja, dado que eran mejores que sus rivales en la lucha cuerpo a cuerpo y disponían, además, de escudos de bronce, frente a los de mimbre de los persas, y lanzas más largas que las que usaban ellos. A su llegada allí, Jerjes retrasó el ataque durante cuatro días esperando que Leónidas y los suyos se retiraran a la vista de la superioridad de sus efectivos; pero, como no lo hicieron, decidió atacar él primero, sufriendo su armada abundantes bajas en los enfrentamientos que tuvieron lugar los dos días siguientes, mientras que las del ejército griego fueron escasas.
No pintaban bien las cosas, por tanto, para el ejército persa; pero, al atardecer del segundo día de enfrentamientos, Efialtes, pastor tesalio, conocedor del lugar, traicionó a los griegos informando a Jerjes de la existencia de un estrecho paso por las montañas, de difícil pero posible acceso, por el que podían llegar sus soldados hasta los griegos y atacarlos por la espalda. Cuando Leónidas -quien, conocedor también de dicho paso, había enviado nada más llegar a las Termópilas unos 1000 hoplitas de Fócide para que lo vigilaran-, tuvo noticias de que los soldados enviados por Jerjes lo habían franqueado, ordenó que se retiraran la mayor parte de los soldados de la coalición y él permaneció allí con 300 espartanos y unos mil soldados de los aliados (tebanos y tespios, fundamentalmente), dispuestos todos a seguir combatiendo allí hasta el último aliento. A su vez, la flota que se encontraba en el estrecho de Artemision, viendo que el bloqueo del mismo carecía ya de sentido, zarpó de allí, dirigiéndose al golfo Sarónico para recoger a la población del Ática que aún no había sido transportada a la isla de Salamina, en cuya bahía Temístocles había previsto se libraría la batalle decisiva.
Muertos Leónidas y, presumiblemente, todos los que se habían quedado con él, Jerjes tuvo expedito el camino en su avance hacia el sur y, al llegar a la ciudad de Atenas, la tomó sin dificultad, ya que había sido abandonada anteriormente por sus habitantes, e incendió su acrópolis. Poco después, sin embargo, la situación cambiaría radicalmente para los griegos. En efecto, en la parte más estrecha de la bahía de Salamina, hasta donde unas cuantas naves griegas, al mando de Temístocles, habían atraído astutamente a la poderosa escuadra persa, esta, al no poder desplegarse por lo reducido del lugar, se vio pronto desorganizada, envuelta por las trirremes atenienses, que le infligieron una sorprendente y aplastante derrota. Tras esta, Jerjes, temiendo que los griegos lo dejaran bloqueado en territorio griego destruyendo el doble puente de barcas por el que había pasado anteriomente a su ejército, se apresuró a regresar a Asia con gran parte de él y dejó al general Mardonio al frente del resto para que completara la conquista, el cual fue vencido al año siguiente por hoplitas espartanos y atenienses, básicamente, en la llanura de Platea. También por entonces los griegos destruyeron lo que quedaba de la flota persa fondeada en la base naval de Mícale, con lo que desapareció, por un tiempo al menos, la amenaza persa de nuevas invasiones del territorio griego.
5.2. La Liga marítima de Delos. Hegemonía de Atenas (477-431 a. C.)
Entre la derrota de los persas en Platea y el comienzo de la Guerra del Peloponeso, transcurrió un período de cincuenta años, llamado Pentecontecia, en el que Atenas se convirtió en la primera potencia del mundo heleno, gracias, sobre todo, a la Liga de Delos, que se creó en el año 478 a. C., a instancias de la propia Atenas, para contener nuevos posibles ataques persas y para liberar las ciudades que aún continuaban bajo domino persa. Como sede de la citada liga se eligió la isla de Delos. Al principio, el ejército de la Liga, mandado por el ateniense Cimón, consiguió éxitos militares importantes contra los persas, ampliando la zona de influencia de la misma en el Egeo y en toda la costa de Asia Menor. Derrotado, sin embargo, aquel en el Delta del Nilo, la Liga Délica firmó con los persas la Paz de Nicias (451), que puso fin a sus enfrentamientos mutuos, si bien aquella no fue disuelta.

Dentro de la Liga, todas las polis que la integraban (alrededor de 150) tenían formalmente los mismos derechos y también las mismas obligaciones, entre las que figuraban como más importantes: entregar hombres y naves o, en su lugar, dinero para equipar la flota. Sin embargo, el hecho de que el liderazgo de la misma se le hubiera otorgado a Atenas por el gran papel que había desempeñado en las Guerras Médicas dio a esta una supremacía sobre las demás, que ella utilizó en su provecho, imponiendo a las que intentaron salirse de ella durísimos castigos, e imponiéndoles fuertes cargas, como las cleruquías, o colonias de soldados atenienses, a los que debían entregar un lote de tierra y se utilizaban, sobre todo, para impedir su rebelión.

La preponderancia de Atenas sobre las polis de la confederación y, en general, sobre todas las de la Hélade la consolidó también por mar merced a su flota, con la que consiguió vencer a los persas en Salamina y, finalizadas las Guerras médicas, le permitió liderar el comercio del mar Negro y del Mediterráneo, en el que se utilizó sólo la moneda ateniense, con el consiguiente enojo de aquellas, ya que para una polis griega tener moneda propia era entonces signo de autonomía. Durante el Imperio marítimo, el puerto del Pireo, al que los “Muros largos” ponían en contacto directo con la ciudad, alcanzó un tráfico comercial intenso y una gran actividad militar y naval ya que a la mayor parte de las polis de la liga les era más cómodo entregar dinero para construir la flota que hombres y naves.
5.3. Liderazgo de Pericles (c. 459 – 429 a. C.)

Otra circunstancia que contribuyó a hacer de Atenas la ciudad-estado más poderosa y avanzada de la Hélade fue el liderazgo ejercido en ella por Pericles durante más de treinta años (los quince últimos, como estratego), en los que gozó por su inteligencia, elocuencia y autoridad de amplios poderes, aunque siempre dentro de la legalidad. Su personalidad dominó el s. V a. C., el cual es conocido también, por ello, como “Siglo de Pericles”. De la gestión de Pericles al frente del Partido democrático, que pasó a dirigir tras el asesinato de Efialtes en 461 a.C., habría que destacar, en primer lugar, las medidas que se aprobaron a instancias suyas para lograr la participación efectiva de todos los ciudadanos en los órganos de gestión de la polis. Con Pericles, pues, la democracia ateniense se consolidó definitivamente, después de lo conseguido, a este respecto, por Solón, Clístenes y Efialtes, que había logrado restringir los poderes que aún conservaba el Areópago.
Pericles, en la línea iniciada por Pisístrato, apostó también por convertir Atenas en una potencia marítima y emprendió un ambicioso programa de obras públicas, que dio trabajo a una gran masa de ciudadanos: Terminó los astilleros y los varaderos del Pireo; construyó los Muros Largos, que aseguraban a la ciudad de Atenas el abastecimiento por mar; e inició en 447 a. C. la reconstrucción de la Acrópolis, destruida por Jerjes, utilizando el tesoro de la Liga de Delos, que él, merced a un discutido decreto de 450 a. C. que le autorizaba a utilizarlo, había trasladado previamente a Atenas en 454 a. C. con el pretexto de que allí estaría más seguro. El resultado de dicha reconstrucción fueron el Partenón, los Propileos, etc., que hicieron de aquella el símbolo visible del poderío y de la gloria de Atenas.
Finalmente, Pericles consiguió convertir a Atenas en la metrópoli cultural de Grecia, al ejercer su actividad en ella, bajo su mecenazgo, personajes de la talla de Fidias, Mnesicles, Ictino, Calícrates, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Heródoto, Hipódamo de Mileto, Tucídides, Gorgias, Protágoras, Hipócrates, Polignoto, Sócrates, Policleto, etc., con los cuales las diversas formas del arte, de la cultura y del pensamiento alcanzaron su máximo apogeo. Pericles murió víctima de la peste que asoló Atenas en 429 a. C., lo cual nos privó de saber si el resultado de la Guerra del Peloponeso, iniciada dos años antes, hubiera sido otro para aquella con él como estratego.

5.4. La Guerra del Peloponeso (431 – 404 a. C.)
El poderío alcanzado por Atenas con su Imperio suscitó, como señalara el historiador griego Tucídides, la inquietud y la animosidad de su gran rival, Esparta, así como el malestar de Egina, Mégara y Corinto, perjudicadas por aquella en su comercio marítimo, lo cual les llevó, en el año 431 a. C., a enfrentarse en la Guerra del Peloponeso -calificada por la historiadora De Romilly como “suicidio de la Grecia de las ciudades”-, en la que participaron la mayor parte de las polis griegas combatiendo unas del lado de Atenas y otras del lado de Esparta. Como antecedentes que llevaron a dicha guerra, habría que citar: El conflicto entre Corcira, fundada por Corinto, y esta misma, el cual impulsó a la primera a pedir ayuda a Atenas; el intento de Potidea, excolonia también de Corinto, por abandonar la Liga de Delos; y, finalmente, el bloqueo mercantil de Atenas a Mégara, integrante de la Liga del Peloponeso.
La primera fase de la guerra produjo un desgaste parecido en ambos bandos, dado el potencial de Atenas en el mar y el de Esparta en tierra, por lo que firmaron la Paz de Nicias (421 a. C.). Rotas, sin embargo, las hostilidades por Esparta, el gran error de Atenas fue organizar, por consejo del joven Alcibíades, una expedición a Siracusa, aliada de Esparta, en la que su escuadra fue aniquilada (413 a. C.). Tras esta derrota, la democracia ateniense aún tendría fuerzas para resistir casi diez años más a su gran rival y a sus aliados; pero, después de la derrota en Egospótamos (405 a. C.), terminó por capitular en el año 404 a. C., siendo obligada entonces a derribar sus fortificaciones -entre estas, los famosos Muros Largos, que unían a Atenas con el puerto del Pireo, y el Triple Muro del propio Pireo-, a entregar su flota y a unirse a la Liga del Peloponeso. El gobierno oligárquico impuesto a Atenas por Esparta es conocido como de los Treinta Tiranos o de los Treinta, los cuales, acaudillados por Critias y Terámenes, ejercieron un poder sin límites y condenaron a muerte, en el año escaso que lo ejercieron, a más de mil ciudadanos y metecos y obligaron a muchos demócratas a exiliarse, apropiándose en ambos casos de sus bienes. En 403 a. C., sin embargo, tras la división surgida entre los líderes del citado gobierno y los reveses militares sufridos por alguno de ellos y sus partidarios, el rey espartano Pausanias intervino para que se instaurara un gobierno moderado.
El yugo que había impuesto Esparta a las ciudades de la Liga Delo-Ática, no menos pesado que el que habían sufrido de Atenas, como recoge muy gráficamente De Romilly: “Después de beber el dulce vino de la libertad, los ciudadanos de las polis que habían integrado la Liga de Delos se vieron obligados a beber el aguachirle que le sirvieron los taberneros lacedemonios”, y, por otra parte, las graves tensiones sociales que aquejaban entonces a Esparta hicieron que las intrigas y rivalidades entre ambas ciudades continuaran algunos años más, de las cuales se aprovechó, primero, Tebas para ejercer una breve hegemonía sobre Grecia (379-362 a. C.) y, sobre todo, Filipo II de Macedonia, unos años después.
Los pasos dados por Filipo II para conseguir su ambicioso plan fueron estos: Tras organizar, con la experiencia adquirida de joven en Tebas sirviendo a las órdenes del famoso general Epaminondas, un ejército poderoso y disciplinado y eliminar a los posibles aspirantes al trono de Macedonia, conquistó algunas colonias griegas del norte del Egeo, aprovechando la debilidad y división que seguían mostrando las polis griegas cincuenta años después de la Guerra del Peloponeso; posteiormente, por su participación en la Tercera Guerra Sagrada (356-346 a. C.), en la que obligó a la polis de Fócide a devolver al influyente y rico santuario de Delfos los tesoros de los que se había apoderado, consiguió ser admitido en la Anfictionía de Delfos, lo que le convertiría pronto en árbitro de todos los asuntos de la Hélade, a lo que las polis sólo opusieron veleidades y vacilaciones, a pesar de las denuncias de Demóstenes; y, finalmente, su triunfo en Queronea (338 a. C.), a raíz de la Cuarta Guerra sagrada, en la que intervinieron, aparte de Macedonia, Atenas y Esparta, que habían formado una coalición para conseguir el control del citado santuario, le permitió ya ejercer la hegemonía total sobre Grecia.

5.5. Alejandro Magno (356 – 323 a. C.)
Después de la batalla de Queronea, Filipo II de Macedonia reunió un Consejo de las polis griegas en Corinto, en el cual fue elegido comandante supremo de una expedición que había de dirigirse a Asia para vengar todos los agravios acumulados contra Persia por los griegos. El honor, sin embargo, de tal empresa no estaba reservado a él, ya que fue asesinado en el año 336 a. C., sino a su hijo Alejandro III, que, a la sazón, tenía 20 años. En efecto, tras el asesinato de su padre, Alejandro, a quien se le otorgaría después el sobrenombre de Magno, por sus gestas, se hizo nombrar general de todos los griegos en el Consejo de la Liga de Corinto de 336 a. C., después de eliminar a sus presumibles rivales y de poner orden en los asuntos de Grecia. Hecho esto, cruzó el Helesponto en la primavera de 334 a. C. con un ejército formado por unos 30.000 infantes y 5.000 jinetes, macedonios y griegos, para enfrentarse a las inmensas, aunque mal organizadas tropas del Imperio persa, y, en ocho años escasos, logró conquistar Asia Menor, Egipto, Mesopotamia, Persia y la parte noroeste de la India.

Después de estas conquistas, Alejandro quiso proseguir su avance hacia el este de la India para alcanzar el lugar donde la tierra acababa, del que le había hablado Aristóteles en su adolescencia; pero sus soldados se negaron a seguirle bajo las lluvias torrenciales de la estación de los monzones y porque habían oído que al otro lado del río Ganges existía un enorme reino indio. Ante esto, Alejandro tuvo que volver sobre sus pasos y, hallándose en la ciudad de Babilonia, la malaria, agravada por su agitada vida, puso fin a sus días en junio de 323 a. C. sin haber podido conseguir el que, al parecer, fue uno de sus grandes sueños: conquistar un Imperio que abarcara Oriente y Occidente, en el que la cultura griega, que había aprendido de labios de Aristóteles, hijo del médico de su padre, y por la que sentía una gran admiración, fuera la predominante, aunque fusionada con las aportaciones de las culturas de los países conquistados. La voluntad integradora de Alejandro al respecto fue clara. Así lo demostraría, p.e., el hecho de que pusiera sátrapas al frente de algunas regiones y alistara en su ejército a persas en igualdad de condiciones que los soldados macedonios y griegos, y de que, en 324 a. C., se casara en Susa con Barsine, hija de Darío III, sin repudiar a su anterior esposa, Rosana, hija del sátrapa de Bactria, y, a instancias suyas, muchos de sus generales y 10.000 soldados hicieran lo mismo. Por lo mismo, quiso que su imagen, con los atributos de faraón, figurara grabada en diferentes estelas en el Santuario que se le erigió en Lúxor, y también se levantaron estatuas en su honor con dichas características.
6. PERÍODO HELENÍSTICO (323-20 a. C.)
A la muerte de Alejandro Magno, siguieron cuarenta años de guerras y de matanzas entre sus generales y algunos sátrapas por el poder, después de las cuales quedaron configurados los tres grandes Reinos helenísticos: Macedonia, el menos brillante de los tres, gobernado por Antígono Gonatas; Egipto, el más rico, gobernado por Ptolomeo ; y Asia, el más extenso, gobernado por Antíoco. Estos reinos fueron sometidos después por Roma y anexionados a su Imperio. La etapa histórica comprendida entre la muerte de Alejandro Magno (323 a. C.) y la de la última reina helenística, Cleopatra VII, de Egipto (30 a. C.), es conocida, desde mediados del s.XIX, como Período Helenístico, del que se podría resaltar lo siguiente:
Para facilitar la administración y el comercio, se mejoraron las vías de comunicación y se impulsó la fundación de ciudades -muchas de ellas con el nombre de Alejandría-, las cuales, aunque se pretendió que fueran una copia de las polis griegas, con sus ágoras, sus templos, teatros, etc., no fueron ciudades-estado soberanas, como la polis clásica, sino municipios dueños sólo de su administración interna, que acogieron a gentes de orígenes diversos. En dicho marco, más amplio, azaroso y hostil que el de la polis, en el que el ciudadano se ve como un “ciudadano del mundo” (cosmopolita), los nuevos sistemas filosóficos (epicureísmo, estoicismo, cinismo, etc.) buscaron proporcionar a aquel consuelo y esperanza de salvación.
En el plano artístico, se mantuvieron esencialmente las directrices de la época clásica griega. En arquitectura, como innovaciones más importantes podrían señalarse estas: Las nuevas ciudades, construidas según el trazado hipodámico, o en damero, se dotaron de amplias plazas rodeadas de espléndidos pórticos (estoas). También los gimnasios fueron unos complejos arquitectónicos muy difundidos entonces, los cuales disponían, aparte de los espacios para los ejercicios físicos, de dependencias en las que se enseñaba literatura, filosofía, etc. Así mismo, dichas ciudades rivalizaron por tener el teatro más grande y suntuoso y mejor decorado. En escultura, surgen diferentes talleres o escuelas -la de Atenas, Pérgamo, Rodas, Alejandría…-, las cuales compartieron, como rasgos generales, los siguientes: un afán por acercarse lo más posible a la realidad, el gusto por las composiciones piramidales, los movimientos contorsionados y las expresiones patéticas e, incluso, la utilización de lo feo y decrépito para conseguir un impacto efectista.
En el plano cultural, las grandes ciudades se convirtieron en este período en importantes centros del saber, gracias al mecenazgo de los reyes. Los primeros Ptolomeos, en concreto, los cuales convirtieron a Alejandría, de Egipto, en la más rica y avanzada de las ciudades helenísticas, crearon en ella una Biblioteca, que llegó a tener cerca de 1.000.000 volúmenes, y se convirtió, además, en el primer centro de erudición e investigación en Medicina, Astronomía, Matemáticas, Filología, Historia, etc. En ella había también un laboratorio de anatomía y un observatorio astronómico e incluso un zoo con animales de la India y del Sáhara. En literatura, se favoreció la poesía cortesana, que buscó la perfección formal y, como temas, episodios poco conocidos. La lengua oficial e internacional de la época helenística fue el griego, y más en concreto, la Koiné (o “griego común”), derivado del griego ático.
Respecto a las antiguas polis griegas, tras la muerte de Alejandro iniciaron su decadencia, salvo Atenas, que, en el aspecto cultural, continuó siendo respetada y visitada debido a su anterior prestigio, aunque compartiendo liderazgo con las nuevas: Alejandría, Pérgamo, Antioquía, Rodas, Éfeso…

Fuente: quonomy.com