Dioses y héroes de la Mitología Grecorromana.

DIOSES Y HÉROES DE  LA MITOLOGÍA GRECORROMANA

  1. INTRODUCCIÓN
  2. PRIMERA GENERACIÓN DIVINA
  3. SEGUNDA GENERACIÓN DIVINA. LOS DIOSES OLÍMPICOS
  4. OTROS DIOSES Y HÉROES
  5. AGRUPACIONES MENORES
  6. MONSTRUOS DE LA MITOLOGÍA CLÁSICA
  7. HÉROES MÁS CONOCIDOS

1. INTRODUCCIÓN

     El mito es un relato fantástico y ejemplar en el que intervienen, en un pasado prestigioso y lejano, personajes extraordinarios -dioses y héroes, sobre todo-, y con el que el ser humano pretendió dar respuesta a los muchos interrogantes que le asaltaban: Origen del mundo, de los dioses y del suyo propio, así como  el del bien y del mal; significado de los fenómenos atmosféricos y el de los ciclos de la vegetación; etc.  En la antigua Grecia, los mitos se transmitieron al principio oralmente, lo que hizo que se cambiaran y ampliaran con el paso de los siglos. El primer intento de clasificación o estructuración de los mismos, tras la creación de la escritura en el siglo VIII a.C., se produjo en el siglo VIII-VII a.C. con Homero, en la Ilíada y la Odisea y en los Himnos homéricos, atribuidos a él, y, sobre todo, con Hesíodo, en la Teogonía y en Los trabajos y los días. Otras fuentes literarias también importantes para conocer la religión griega son los Epinicios, de Píndaro, y las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides. De las obras romanas de este género, hay que citar especialmente las Metamorfosis de Ovidio, que fueron, a  partir  sobre todo del  Renacimiento, la principal fuente de inspiración, en este campo, de muchos artistas y literatos hasta nuestros días.

     El panteón griego de la segunda generación de dioses se configuró básicamente con divinidades pertenecientes a la cultura mediterránea, de carácter matriarcal y agrícola, relacionadas con la fertilidad, como Deméter, diosa de los cereales, Afrodita, diosa del amor, o Perséfone, a quien se atribuían los ciclos estacionales de la vegetación; y con dioses de la sociedad indoeuropea –patriarcal, guerrera y muy jerarquizada-, como Zeus, el cual, tras repartirse con sus hermanos el gobierno del universo, después de destronar a su padre Crono, ostentó un poder superior al de todos los demás dioses. Los dioses griegos fueron representados con figura humana, y la mayoría de ellos vivían en las cumbres del monte Olimpo (2.917 m.), en Tesalia, alimentándose con néctar y ambrosía, que proporciona la inmortalidad. Aunque inmortales y todopoderosos, estaban sometidos al Destino (fatum, hado). Sus relaciones entre ellos no siempre fueron amistosas, y sus vicios y sentimientos eran similares a los de los humanos. La superioridad del panteón griego hizo que los romanos, al entrar en contacto con la cultura griega, asimilaran muchas de sus divinidades a los dioses griegos, surgiendo así el Panteón grecorromano

Teogonia

     La divinidad es inmortal, pero no eterna. Se nos habla de diversos ciclos divinos que se han sucedido en el tiempo y a través de los cuales el poder y el dominio del universo han pasado de unas divinidades a otras.

 2. PRIMERA GENERACIÓN DIVINA

    Al principio, existió el Caos, del cual surgieron Gea, la Tierra, el Tártaro, o Infierno, y Eros, dios del amor. Gea, sin intervención masculina, engendró a Urano, las Montañas y el Mar. Luego se unió con Urano y tuvo a los tres Cíclopes, que tenían un solo ojo en la frente; a los tres Hecatonquiros, dotados de cien brazos y cincuenta cabezas; y a seis Titanes y seis Titánides, los cuales se emparejaron entre ellos. Urano, que odiaba y temía especialmente a los Cíclopes y a los Hecatonquiros, los mantenía confinados en el Tártaro. Debido a esto, la Tierra pidió ayuda a los Titanes contra Urano, obteniendo respuesta positiva sólo de Crono, el más joven de ellos, quien cortó, con la hoz que le había entregado su madre, los genitales de Urano, los cuales, arrojados al mar, fecundaron la espuma donde cayeron, naciendo de ella Afrodita, y de las gotas de sangre que cayeron en la Tierra, los Gigantes. Tras derrocar a Urano, Crono volvió a encerrar a los Cíclopes y a los Hecatonquiros en el Tártaro.

Saturno (Crono) devorando a sus hijos. Goya. Museo del Prado.
Saturno devorando a uno de sus hijos. Goya. Museo del Prado.

     Dueño del mundo, Crono se casó con su hermana Rea, con la que engendró a Hestia, Deméter, Hera, Hades y Poseidón, dioses ya de la segunda generación divina, a los cuales devoraba al nacer para evitar que ninguno de ellos lo destronara después, según le habían vaticinado Gea y Urano. Sólo Zeus evitó ser engullido por Crono, pues Rea lo tuvo en secreto, de noche, en la isla de Creta, entregándole por la mañana  a su marido una roca envuelta en pañales, en  lugar del niño, la cual se tragó aquél sin advertir el engaño. Durante algunos años, Zeus permaneció oculto allí, en la cueva de Dicte, siendo alimentado con miel y con la leche de la cabra Amaltea, a la que un día, jugando, rompió uno de sus cuernos. Disgustado por ello, Zeus otorgó a éste poderes mágicos, de forma que el poseedor del  mismo obtenía  con él  todo lo que deseaba. De ahí, la denominación de Cuerno de la abundancia o Cornucopia, el cual se ha venido representando, generalmente, desde el siglo V a. C. como un cuerno de cabra lleno de frutas y de flores.

     Cuando Zeus llegó a la edad adulta,  se propuso destronar a Crono y, aconsejado por Metis, dio a beber a éste una pócima, que le hizo vomitar a todos sus hermanos por el orden en que se los había tragado. Luego, con la ayuda de éstos y la de los Cíclopes, a los que había sacado del Tártaro, consiguió derrotar a Crono y a los Titanes en una guerra que duró diez años (Titanomaquia). Derrocado Crono, Zeus y sus hermanos se repartieron, por sorteo, el poder, obteniendo Neptuno el dominio del mar, Plutón, el del mundo subterráneo, y Zeus, el poder celeste y sobre la tierra, así como la suprema autoridad sobre los demás dioses y sobre los hombres.

3. SEGUNDA GENERACIÓN DIVINA. LOS DIOSES OLÍMPICOS

Asamblea de los dioses en el monte Olimpo
Asamblea de los dioses en el monte Olimpo
  •  ZEUS / JÚPITER  (Los  Dioses Olímpicos figuran con el nombre griego, primero, y con el romano, a continuación)
Zeus con sus principales atributos: el cetro, un haz de rayos y el águila.

 Zeus es la personificación del cielo luminoso (Zeus < *dyews, día/luz del día) y quien promueve los  grandes fenómenos atmosféricos -la lluvia, el granizo, el rayo, el relámpago, etc.-, con los que se manifiesta especialmente a los humanos. Tras destronar a su padre Crono, se convierte en el dios más poderoso en el Olimpo; y, como soberano de los dioses y de los hombres, se encarga de administrar justicia, resolviendo las querellas y desavenencias surgidas entre ellos, y de mantener el orden en el mundo y el cumplimiento de los juramentos. También es dispensador de bienes y de males. Zeus tuvo una amplia descendencia con diferentes diosas y ninfas. De la titánide Metis, que fue su primera esposa, tuvo a Atenea; de Leto (Latona), tuvo a Artemis y a Apolo; de su hermana Deméter (Ceres), a Perséfone (Proserpina); y de Hera  (Juno), su tercera esposa, a  Ares (Marte) y a Hefesto (Vulcano); y de la ninfa Maya, a Hermes (Mercurio).

También engendró numerosos hijos con bellas mortales, los cuales  no eran dioses sino héroes. En muchas de esas seducciones, para conseguir mejor su objetivo y ocultar su traición a su esposa Hera, Zeus adoptó diversas apariencias (metamorfosis), de las cuales las más conocidas son éstas:  Transformado en lluvia de oro, sedujo a Danae, hija  de  Acriso, rey  de  Argos, a la que éste había encerrado en una torre de bronce  cuando el oráculo de  Delfos le anunció que un hijo de ésta lo mataría. De esa unión nació Perseo. Y, convertido en cisne, engendró con Leda, hija de Testio, rey de Etolia, que se había convertido en oca para escapar de él, a la bella Helena, como recoge Homero. A su vez, a Alcmena, esposa de Anfitrión, rey de Tirinto, la poseyó, mientras este se encontraba en la guerra, adoptando su apariencia. Con ella tuvo a Heracles (Hércules). Este es el argumento de la conocida comedia de Plauto Anfitrión.

2.Dánae recibiendo a Júpiter en forma de lluvia de oro, de Tiziano. Museo del Prado
Dánae recibiendo a Júpiter en forma de lluvia de oro, de Tiziano. Museo del Prado

     Por último, sedujo a Europa, que era hija de Agenor, rey de Fenicia, y poseía una belleza extraordinaria. Un día en que la joven princesa se encontraba en la playa solazándose con sus sirvientas, Zeus, para poder acceder a ella, se metamorfoseó en  el más hermoso toro de la manada que pacía en una pradera que había cerca de donde ellas estaban. Al verlo Europa de lejos, prendada de su belleza, se acercó a él y, tras perderle el miedo, pues observó que era manso, se sentó en su lomo, lo que aprovechó este para salir nadando velozmente por el mar, con la joven encima, hacia  la  isla  de  Creta. Cuando llegaron allí, Zeus reveló su identidad a Europa y la poseyó cerca de una fuente en Gortina (al sur de Cnosos) debajo de un plátano, árboles que, desde entonces, tienen el privilegio de no perder nunca sus hojas. Después Zeus casó a Europa con Asterión, rey de dicha isla, quien adoptó a los hijos de ambos, Minos, Radamantis y Sarpedón, pues no los tenía propios.

Rapto de Europa .....
Rapto de Europa de Rubens. Museo del Prado.

     Pero la pasión de Zeus por la belleza no se limitó solo a las mujeres. Raptó también, transformado en águila, según una versión, al joven Ganimedes, hijo de Troo, rey de Troya, y de Calírroe, que pasaba por ser el más bello de los mortales, cuando pastoreaba el rebaño de su padre en una de las montañas próximas a la ciudad de Troya, a quien hizo después copero en el Olimpo, encargado de escanciar el néctar o vino de los dioses en sus copas durante los banquetes

Rapto de Ganimedes, mosaico romano principios del s. III d.C., procedente de Susa. Museo del Bardo (Túnez)
Rapto de Ganimedes. Mosaico romano de principios del s. III d.C. procedente de Susa. Museo del Bardo (Túnez)

     A Zeus se le suele representar con abundante y rizada barba y caballera, igual que a sus hermanos Poseidón y Hades, y sus principales atributos son: el cetro, el rayo, con el que fulmina a los mortales, el águila y la encina.

  • HERA / JUNO

       Hera, hermana de Zeus, fue la tercera esposa de este, después de Metis y de Temis. El matrimonio se celebró, según la tradición más antigua, en el Jardín de las Espérides, situado al pie del monte Atlas (al norte de la actual Marruecos), en donde Hera plantó las manzanas de oro, símbolo mítico de la fertilidad,  que le había entregado Gea (la Tierra) como regalo de boda. Esta diosa protege  el matrimonio y a las mujeres casadas, a las que asiste su hija Ilitía en el momento del parto. Celosa y vengativa, acosó y persiguió con rencorosa saña a todas las mujeres seducidas por su esposo e incluso a los hijos engendrados por este con ellas, como le sucedió, por ejemplo, a Heracles, que tuvo que superar doce durísimos trabajos, que le impuso Euristeo, rey de Micenas, instigado por ella. Otra de las víctimas de sus celos fue Sémele, la cual, hallándose encinta de Dioniso, engendrado con ella por Zeus, murió fulminada cuando este se le acercó, por indicación dolosa de Hera, en todo su esplendor, armado con sus rayos y rodeado de llamas. También Leto sufrió las iras de Hera, ya que, estando encinta de Ártemis y Apolo, fruto de su unión con Zeus, durante algún tiempo no pudo dar a luz a estopues Hera había prohibido que se le diera asilo en lugar alguno de la tierra. Finalmente, fue acogida en la isla de Delos, en donde dio a luz a los gemelos asistida, según una versión, por Ártemis, que había nacido la primera, y no por Ilitia, hija de Zeus y de Hera y encargada de asistir a las parturientas, pues  esta le había prohibido  que lo hiciera.  Como recompensa, Delos, la cual anteriormente era una isla flotante, quedó fijada entonces al fondo del mar por cuatro columnas, cambió su antiguo nombre de Ortigia por el de Delos, la Brillante, y le fue consagrada a Apolo. Hera retrasó,  igualmente por celos, el nacimiento de Heracles, al que había engendrado Zeus con Alcmena adoptando la figura de su marido Anfitrión, que había partido para la guerra. Por último, Io, otra de las conquistas de Zeus, a la que este había transformado en ternera para salvarla de las iras de su esposa, fue confiada, a petición de esta, al gigante Argos, que la vigilaba en todo momento, de forma que nadie podía acercarse a ella sin que Juno lo supiera, pues estaba dotado de cien ojos, de los que solo cerraba la mitad cuando dormía, librándose de él cuando Hermes lo mató, a instancias de Zeus. El acoso de Hera por celos no terminó, sin embargo, entonces para Io, pues a continuación le envió un tábano, que le producía continuas picaduras, las cuales la hicieron enloquecer. Su sufrimiento acabó cuando Zeus hizo que recobrara su forma humana en Egipto, después de haber recorrido muchos lugares de la tierra huyendo de aquel.

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Hera de Éfeso-Viena. Copia romana de un original griego de hacia 400 a.C.

     Tampoco Hera aceptó de buen grado no haber sido la elegida en el juicio en el que Paris hubo de decidir cuál de las tres diosas, Afrodita, Palas Atenea y ella misma, era la destinataria de la manzana de oro que la diosa Eris (la Discordia) había dejado caer en la mesa de los comensales al final del banquete el día en que se celebraban las bodas de Tetis y de Peleo, la cual llevaba la inscripción: “Para la más bella” (Ver Afrodita). Por esto, en la Guerra de Troya, tanto ella como Palas Atenea apoyaron a los griegos.

     A Hera se le representa, generalmente, con diadema y, a veces, con cetro, por ser esposa de Zeus, y sus atributos principales son: el pavo real, cuyo plumaje pasaba por ser la imagen de los ojos de Argos; el cuclillo, pregonero del buen tiempo y de las vivificantes lluvias primaverales; la granada, símbolo del amor conyugal y de la fecundidad; y el lirio. En Roma fue asimilada a la diosa Juno, la cual integró, junto con Júpiter y Minerva, la Tríada Capitolina, cuyo templo se encontraba en la colina del Capitolio, en donde terminaban los desfiles triunfales, tras realizar a los citados dioses las ofrendas pertinentes de parte del botín conseguido en las guerras victoriosas para Roma.

  • POSEIDÓN o POSIDÓN/ NEPTUNO

       En tiempos muy antiguos, Poseidón fue venerado, al parecer, como dios de la fertilidad de la tierra en muchos lugares del interior, función que seguiría ejerciendo también cuando pasó a convertirse en dios del mar, lo cual explicaría que en Beocia, por ejemplo, fuera relacionado  con Deméter, la diosa de la tierra fértil. En la Ilíada, de Homero, es presentado como señor del mar, de los ríos, de las fuentes y de los lagos.

     Su palacio, de oro, de gemas y de coral, está en las profundidades del mar, del que emerge cada día para recorrer su superficie en un carro arrastrado por cuatro caballos con cola de pez, rodeado por un cortejo de delfines, nereidas y tritones y llevando en su mano su arma distintiva, el tridente o arpón de tres puntas -arma por excelencia de los pescadores de atún desde la Antigüedad-, con el que provoca las tempestades en el mar y los terremotos, cuando se enoja con los mortales. Como dios del mar, Poseidón era el protector de los marineros y pescadores, que debían a él la navegación fácil y la pesca segura y abundante, por lo que recibió culto en muchos lugares de la costa, en la que se le erigieron templos -como el de cabo Sounion, a 65 km de Atenas-, que era lo primero que avistaban aquéllos, emocionados, cuando regresaban a sus ciudades de origen. También otorgaba sus dones en la tierra como dios de las fuentes y de las aguas, en general.

Templo de Poseidón en Cabo Sounion (Grecia), ca. 449 a.C., desde el que se contemplan bellas puestas de sol. En una de sus columnas, figura la firma de Lord Byron.
Templo de Poseidón en Cabo Sounion (Grecia), ca. 449 a.C., desde el que se contemplan bellas puestas de sol. En una de sus columnas, figura la firma de Lord Byron.

     Poseidón se casó con la nereida Anfitrite, con la que engendró al gigantesco Tritón; pero tuvo también muchas amantes, diosas o mortales, y una progenie igualmente numerosa. Así mismo, sedujo a las ninfas de las fuentes y de los ríos, engendrando con ellas hijos dañinos y monstruosos, la mayoría de ellos, como el gigante Polifemo, lo que se explicaría por ser Poseidón la personificación de las fuerzas violentas del mar y de la tierra. Él fue también el padre de muchos héroes y el antepasado mítico de diferentes familias reales. A Poseidón se le relacionó con el delfín, símbolo del mar navegable, con el toro, quizá por ser las olas violentas y ruidosas imagen de sus bramidos, y, sobre todo, con el caballo. Los antiguos griegos, en estrecho contacto con el mar, debieron de ver, imaginativamente, en sus olas espumosas  caballos de largas y onduladas crines persiguiéndose en la superficie del mismo. Esto explica que Poseidón ofreciera a Minos – que se había dirigido a él para que le mostrara su apoyo en la disputa que mantenía con sus hermanos por el trono de Creta-, un bello toro blanco para que se lo sacrificara después, el cual surgió del mar; y, metamorfoseado en caballo, poseyó a su hermana Deméter y a la Gorgona Medusa, con la que tuvo al caballo alado Pegaso. Como creador y domador del caballo, Poseidón presidía en Grecia y en Roma, después, las carreras de caballos y de carros.

     En sus disputas con varios dioses por conseguir el patronazgo de alguna ciudad, casi siempre salió mal parado. Así, en el caso de la ciudad de Atenas, fue vencido por  Palas Atenea y, en el de Argos, Corinto y Egina, por Hera, Helio (el Sol) y Apolo, respectivamente, lo cual podría deberse a que, al convertirse en dios del mar, poco a poco fue sustituido, en su calidad de dios primigenio de la fertilidad, por otras divinidades en la veneración de los lugareños de tierra adentro. En Roma, fue asociado con Neptuno, el cual, en un principio, solo era una divinidad del agua, en general; pero, a comienzos del siglo IV a. C., fue identificado ya con Poseidón, especialmente en su función de protector de los caballos y de las carreras en las que estos participaban, como evidencian los siete delfines de bronce colocados sobre la espina del circo, que eran girados, uno en cada vuelta, en las carreras de carros indicando a los espectadores cuál de ellas se estaba corriendo, y, especialmente, el ara y el templo que erigieron en su honor, por ejemplo, en el circo Flaminio.

     Sus principales atributos son el tridente, el delfín, el caballo y el toro.

Poseidón recorriendo el mar en su cuadriga. Mosaico romano de finales del s. II d.C. originario de Susa. Museo del Bardo (Túnez)
Poseidón recorriendo el mar en su cuadriga. Mosaico romano de finales del s. II d.C. originario de Susa. Museo del Bardo (Túnez)
  • ATENEA /  MINERVA

      Hija de Zeus y de su primera esposa, Metis -la sabiduría personificada-, hija, a su vez, de los titanes Océano y Tetis, su gestación y nacimiento fueron excepcionales. Estando Metis encinta de Atenea, Zeus se la tragó, pues Urano y Gea le habían vaticinado que, si Metis volvía a engendrar con él un nuevo hijo, este lo destronaría. Atenea se acabó de gestar en la cabeza de Zeus y, cuando le llegó el momento del parto, pidió a Prometeo (según otros, a Hefesto) que se la hendiera de un golpe de hacha, saliendo entonces de ella la joven Palas Atenea provista de casco, lanza y coraza y dotada de la inteligencia de su madre. Atenea es, por tanto, diosa de la guerra y de las artes, de las letras y de la sabiduría, en general. 

Nacimiento de Atenea de la cabeza de Zeus con la ayuda de Hefesto. Kylix ca 560-550 a.C. British Museum, Londres.
Nacimiento de Atenea de la cabeza de Zeus con la ayuda de Hefesto. Kylix ca 560-550 a.C. British Museum, Londres.

     Como diosa de la guerra, a diferencia de su hermano Ares, dios también de los conflictos bélicos, que se complace con las matanzas cruentas, Atenea no ama la guerra por sí misma, sino en cuanto que puede arrojar resultados favorables a la polis que ella defiende y siempre que sea hecha conforme a la equidad y la razón. Así, ayudó a los héroes que se distinguán por su prudencia y buenos consejos y por su fuerza y valor, como Heracles, el cual, agradecido, le ofreció las manzanas de oro de las Hesperides cuando Euristeo se las devolvió;  Perseo, quien, después de matar a la gorgona Medusa, le dio su cabeza, que ella fijó sobre su escudo redondo y tenía el poder de petrificar a todo el que osaba mirarla; Jasón, Belerofonte, etc. En la guerra de Troya, Atenea luchó a favor de los aqueos (por lo del Juicio de Paris), favoreciendo a Diomedes, a Menelao y, especialmente, a Ulises y a Aquiles. En las disputas o enfrentamientos que tuvo con otros dioses o héroes, Atenea siempre salió victoriosa, no así Ares, que perdió en algunos de ellos, uno, con ella misma.

     Como diosa de la razón protegía las asambleas populares y velaba por el cumplimiento de la ley, la justicia y el orden. También se le atribuía la institución del antiguo Tribunal del Areópago en Atenas, en el que ella misma participaba otorgando su voto favorable al acusado, cuando se producía empate en los votos de los jueces que lo integraban, tal como sucedió con Orestes, según se recoge en las Euménides, de Esquilo. Atenea fue, así mismo, la inventora del arado y del rastrillo y enseñó a los hombres la cría y la doma de los caballos y a uncir los bueyes en el arado para labrar la tierra. Otra invención suya fue el arte de bordar y de tejer, en los que ella misma destacó, protegiendo, por ello, a las hilanderas y bordadoras. En la fábula de Aracne, una adición romana del poeta Ovidio en sus Metamorfosis, posterior al mito griego clásico, la joven lidia Aracne, que había adquirido gran reputación en las citadas artes, desafió a la diosa a bordar sendos tapices. Atenea representó en el suyo la escena de su victoria sobre Poseidón, por la que obtuvo el patronazgo de Atenas, y Aracne, veintiún episodios de los amoríos de los dioses. El trabajo de Aracne fue perfecto, como reconoció la propia Atenea, a pesar de lo cual se enfureció con ella por la irrespetuosa elección que había hecho mostrando los devaneos y transgresiones de los dioses. Aracne reconoció su error y se suicidó; pero Atenea, apiadada de ella, la convirtió en araña, que pasa la vida tejiendo. Este mito aparece esbozado en el cuadro Las Hilanderas, de Velázquez.

     Atenea permaneció siempre virgen -es la Partenos (Παρθένος, en griego, parthénos, ‘virgen’), por excelencia-, como su hermanastra Ártemis, y guardó celosamente  su castidad. Fue venerada en muchas ciudades del mundo griego,  pero, de manera especial, en la ciudad de Atenas, cuyo patronazgo le fue otorgado por los dioses, en el concurso celebrado para elegir a la divinidad tutelar de la misma, al hacer surgir de la tierra, tras golpearla con su lanza, un olivo, don mejor, a juicio de ellos, que el de Poseidón, que había hecho brotar de la roca de la Acrópolis con un golpe de su tridente una fuente de agua salada o un caballo, según otra versión. Ella fue, pues, según el mito, la introductora del olivo y del aceite en  el Ática. A mediados del siglo V a. C., se le erigió en la Acrópolis de Atenas, por iniciativa de Pericles, el Partenón, obra cumbre de la arquitectura griega, llamado así por el apelativo partenos (virgen) de la diosa, que eclipsó el Hecatompedón, mandado construir en el mismo lugar por Pisístrato en honor también de Atenea, el cual fue destruido por los persas en la segunda Guerra Médica. Las obras fueron supervisadas por Fidias, responsable, además, de su decoración escultórica y autor de la bellísima estatua crisoelefantina (de oro y de marfil) de Atenea Partenos, que se guardaba en la naos o cella del templo, la cual vino a sustituir en él la vetusta imagen de Palas Polias. La Atenea Partenos medía más de doce metros  y se la representó con yelmo ático, adornado con una testa de esfinge y dos grifos, con coraza, en la que figuraba la cara de la Medusa, con una Victoria en la mano derecha y con escudo y lanza, sujetos con la mano izquierda. Dados los ricos materiales de que estaba hecha, no se ha conservado.

Atenea Partenos, copia romana en mármol, la más fiel a la original, según algunos autoes, s. II d. C.. Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Atenea Partenos, copia romana en mármol, la más fiel a la original, según algunos autoes, s. II d. C.. Museo Arqueológico Nacional de Atenas.

      Para testimoniar su profunda gratitud a Atenea, divinidad protectora de la polis y dispensadora de toda clase de bienes, los atenienses celebraban cada año, a finales de julio, las Panateneas y, a partir de Pisístraro (siglo Vl a.C.), cada cuatro años, las Grandes Panateneas, las cuales duraban cinco días y, en ellas, participaban solo los ciudadanos del Ática. Consistían en concursos poéticos y musicales y en juegos atléticos y competiciones ecuestres, similares a los de los Juegos Panhelénicos, de Olimpia, Delfos, etc. La celebración principal de estas fiestas era la gran Procesión del peplo -manto de lana de 2 x 1.5 m,  destinado a la estatua de madera de Atenea Políada, que era venerada en el Erecteion, el cual había sido tejido por jóvenes elegidas del Ática (arréforas) en los nueve meses anteriores -, la cual partía, al amanecer, de la puerta Dípylon, atravesaba el Ágora y, ascendiendo por la vía Panatenaica, llegaba a los Propileos, traspasados los cuales,   alcanzaba la cumbre de la Acrópolis. Allí, la procesión pasaba por delante del Partenón y se dirigía hacia el altar de Atenea, que había delante del Erecteion, en donde las arréforas entregaban el peplo a las ergastinas, que lo introducían en el Erecteion y se lo ponían a la estatua de Atenea Políada.

Acrópolis de Atenas, s. V. a. C. (reconstrucción).
Acrópolis de Atenas, s. V. a. C. (reconstrucción).

     Esta procesión la encabezaban la Gran Sacerdotisa de Atenea, las arréforas con el peplo y las canéforas –jóvenes vírgenes de clase alta, también, que residían en el templo de Atenea y, en esta procesión, llevaban cestas con flores-, y mujeres con ofrendas; detrás iban los sacerdotes con los útiles del sacrificio y los animales destinados al mismo; a continuación, los metecos y los músicos, seguidos de los ancianos y los jefes del ejército, todos ellos con ramas de olivo; y, por último, jóvenes con armadura hoplita, a pie, a caballo o en carro, seguidos de los embajadores de las colonias atenienses y de los vencedores de los juegos y la masa popular. El festejo terminaba con el sacrifico de cien bueyes (hecatombe), en las Grandes Panateneas, al menos, cuya carne era consumida en un gran banquete que cerraba, por la noche, el festival. Dicha procesión fue representada por Fidias y sus discípulos en el largo friso, excepcional en un templo dórico, de 160 m, de la galería del Partenón, gran parte del cual puede admirarse en el British Museum, de Londres.

     Los romanos identificaron a Atenea con la diosa Minerva, de origen, al parecer, etrusco, que integró, junto con Júpiter y Juno, la Tríada capitolina. En Roma, por tanto, fue protectora de la ciudad, pero, sobre todo, de los artesanos. Posteriormente, patrocinó la actividad intelectual, principalmente la escolar. Sus atributos son: el casco, la lanza, el escudo redondo, el olivo y la lechuza, símbolo de la sabiduría, ya que ve todo en la oscuridad, la cual figuró, por ejemplo, en las famosas monedas de plata atenienses, que fueron de uso general en la Hélade en las operaciones comerciales realizadas durante el Imperio marítimo ateniense (477-431 a. C.). Algunos autores creen que, en tiempos antiguos, la propia Atenea era un mochuelo o una diosa pájaro, en general.

Moneda ateniense de plata, anterior al año 403 a.C., como acredita la E de la palabra ’ΑΘЄ(ναι), la cual fue sustituida, a partir de ese año, por la H, su vocal larga correspondiente.
Moneda ateniense de plata, anterior al año 403 a.C., como acredita la E de la palabra ’ΑΘЄ(ναι), la cual fue sustituida, a partir de ese año, por la H, su vocal larga correspondiente.
  • HADES / PLUTÓN

       Hades es hijo de Crono y de Rea y hermano, entre otros, de Zeus y de Poseidón. En el reparto que éstos hicieron del mundo después de la guerra que sostuvieron los Olímpicos y los Cíclopes contra los Titanes (Titanomaquia) para destronar a Crono, le correspondió el dominio de los Infiernos, o inframundo, conocido también como Hades o Tártaro, adonde llegaban las almas de los muertos que hubieran obtenido sepultura en la tierra. Hades es un dios despiadado, aunque justo, que no permite  a nadie que haya entrado en su reino volver a la tierra. Sólo lo consiguieron Orfeo, Heracles y Ulises. Él mismo solo salió de él para raptar, en Sicilia, a su sobrina Perséfone (Proserpina), a la cual convirtió en su esposa y fue no menos cruel que él. Los Cíclopes le regalaron un casco, que lo hacía invisible. Era aborrecido por todos, incluso por los otros dioses, y pronunciar su nombre podía traer malas consecuencias a los mortales, por lo que, al referirse a él, utilizaban eufemismos; el más frecuente era el de Plutón, “el Rico” (en griego, ploutos = riqueza), con el que se aludía a las riquezas terrenas y del subsuelo de las que era dueño. 

     Respecto a las almas de los muertos, estas eran acompañadas hasta el reino de Hades por Hermes, quien las dejaba en la puerta del mismo (Erebo), la cual era guardada por el feroz Can (perro) Cerbero, que tenía tres cabezas (cincuenta, según Hesíodo) e impedía que ninguno de los que la hubieran traspasado volviera a la tierra. Franqueada esta, las almas cruzaban el río Flegetonte o, según otra versión, el Estigia en la barca de Caronte, previo pago de un óbolo, que los familiares del difunto le habían puesto, después de expirar, debajo de la lengua para asegurarle dicha travesía. Según la arqueóloga Alicia Arévalo, dicha moneda, la cual aparece, en sepulturas del mundo romano, fundamentalmente, en diferentes partes del cuerpo del muerto: bajo la lengua, sobre el tórax o  la pelvis, en la mano, etc., podía ser, más bien,  un amuleto o talismán protector del difunto en la otra vida. Quienes no cruzaban el río vagaban por la orilla izquierda de este durante cien años; mientras que las que lo lograban se dirigían al tribunal de Hades, ubicado en el trivio consagrado a su esposa Perséfone, que se levantaba delante de su palacio, en el que eran juzgadas por Éaco, Minos y Radamantis y, según hubieran sido sus acciones en vida, eran enviadas, por uno de los tres caminos que confluían allí, a los Campos Asfódelos, especie de Limbo de los cristianos, o al Tártaro, lugar donde los que en vida habían cometido acciones impías y actos reprobables sufrían males terribles, o a los Campos Elíseos, llanuras verdes y floridas, en donde las personas virtuosas y justas y los guerreros heroicos tenían una existencia regalada.

     En las representaciones antiguas, suele figurar como un soberano barbado, de rostro severo, sentado en su trono, con el perro Cerbero (Cancerbero) a sus pies, a veces, y más frecuentemente es representado raptando a Perséfone. Por su apelativo de Plutón, “el Rico”, se le representa a veces sosteniendo un “cuerno de abundancia”.

José Benlliure. La barca de Caronte (1919). Valencia, Museo de Bellas Artes
La barca de Caronte de José Belliure (1919). Valencia, Museo de Bellas Artes
  • DEMÉTER / CERES 

       Deméter, hija de Crono y de Rea y hermana de Zeus, del que tuvo a Perséfone o Core (Proserpina, entre los romanos), es la Diosa Madre, principio femenino, por tanto, de la fertilidad universal en toda su extensión. Así, es diosa de la tierra productiva (a diferencia de Gea, que lo es de la tierra en sentido genérico), la cual, además de hacer crecer en ella las plantas, enseñó a los humanos las diferentes técnicas y tareas que entraña el cultivo de las mismas. Como diosa de la agricultura, los campesinos le ofrecían cada año las primicias de sus cosechas y la honraban con fiestas anuales, asociándola muchas veces con Dionisos, dios también agrario, introductor de la vid y del vino en el Ática. Vinculada a los cultos agrarios, de carácter popular, aunque Deméter fue incluida en el Panteón olímpico, no figura en los poemas de Homero, como tampoco Dionisos (Baco), quizá por no ser divinidades de la aristocracia. Deméter es, también, la creadora y protectora del orden social, al haber propiciado que los humanos abandonaran su primitiva vida salvaje, enseñándoles el aprendizaje y la práctica de la agricultura, y organizaran su vida en común regida por las leyes que se fueron dando. Como diosa Madre, Deméter es igualmente protectora de la infancia y del matrimonio, cuya fecundidad propicia (en sentido genérico, la diosa del matrimonio es Hera). Debido a esto, en Atenas, las jóvenes pedían a ella un esposo y las mujeres casadas celebraban en su honor la fiesta de las Tesmoforias, del 5 al 13 del mes Pyanepsion (nov.), de la que estaban excluidos los hombres y en la que se alternaban ritos de carácter serio con celebraciones nocturnas de tipo orgiástico. La leyenda y el culto de Deméter están estrechamente ligados a los de su hija Perséfone, a la cual raptó su tío Hades, rey de los Infiernos, para hacerla su esposa, formando en el mito una pareja inseparable, a la que se le suelen aplicar los mismos epítetos: las Dos Diosas, las Grandes Diosas, etc.

Deméter y Perséfone. Relieve en mármol, principios del siglo V a.C. Museo de Eleusis (Grecia).
Deméter y Perséfone, relieve en mármol de  principios del siglo V a.C. Museo de Eleusis (Grecia).

     Deméter y Perséfone fueron veneradas en todo el mundo griego, pero, de manera muy especial en Eleusis, a unos 25 kilómetros  al nordeste de Atenas. El culto allí de Deméter y Perséfone se remonta, según algunos autores, al siglo XV a. C., en época micénica. Entonces el rapto de Perséfone debió de ser ya el tema central del citado mito, creado, sin duda, para explicar la alternancia de las estaciones y el misterio de la germinación y el ciclo de la vegetación, vinculándolos con la bajada de aquella a los Infiernos, en invierno, para reunirse con Hades, su marido, y con su vuelta al Olimpo, en primavera, para estar con su madre. Al principio, sin embargo, no debió de tener la importancia que adquirió siglos después cuando fue incluida en los Misterios de Eleusis en un momento en que estos se habían  transformado ya en su espíritu y en su forma, por influencia del orfismo, para adaptarse al nuevo carácter que se le imprimió a la religión mistérica de Eleusis, en la que la desaparición del cereal y de la vegetación, en general, en invierno y su germinación en primavera se interpretaron, principalmente, como una metáfora de la desaparición de los humanos del mundo de los vivos, al morir, y de su resurgimiento posterior a otra forma de vida. Hesíodo menciona el rapto de Perséfone en su Teogonía, pero donde se desarrolla en extenso es en el Himno a Deméter, atribuido falsamente a Homero, el cual debió de ser compuesto no antes del siglo VI a. C. y representa la forma más antigua conocida de los Misterios eleusinos. Según el citado himno, la conversión de Perséfone en reina del Inframundo se debió a un plan trazado previamente por su padre Zeus. Un día en que Perséfone se encontraba con otras muchachas cortando flores en la llanura de Nysa (de localización incierta), o, según la tradición romana, en un prado cerca de la ciudad de Henna, en  la isla de Sicilia, se abrió la tierra de repente y surgió de ella su tío Hades en un carro tirado por corceles negros, quien la raptó, con la anuencia de Zeus, y se la llevó después a los Infiernos para hacerla su esposa.

Rapto de Perséfone, Christoph Schwarz, 1545-1599, Fitzwilliam Museum, Cambridge
Rapto de Perséfone, Christoph Schwarz, 1545-1599, Fitzwilliam Museum, Cambridge

     Alertada  Deméter por los gritos de su hija acudió a socorrerla y, como no la encontró, recorrió afligida la tierra en su busca durante nueve días y nueve noches alumbrándose con una antorcha en cada mano, hasta que Helios (el Sol), que ve todo, le reveló lo que había sucedido. Deméter, entonces, abandonó irritada el Olimpo y marchó, disfrazada de anciana, a Eleusis, en donde fue admitida en el palacio de Céleo, quien la nombró nodriza de su hijo pequeño Demofonte, al que pretendió convertir en dios, pero la imprudente intervención de su madre lo impidió.  Revelada después su identidad, pidió a los habitantes de Eleusis que le erigieran un templo, cosa que hicieron de inmediato. Después Deméter se encerró en el templo que se le había erigido y dejó de cumplir sus funciones divinas. Como consecuencia de esto, la  tierra se volvió estéril y no producía frutos, por lo que los hombres y los animales corrían peligro de morir de inanición. También los dioses sufrían las consecuencias de ello, ya que, debido a la carestía general, se vieron interrumpidos los sacrificios que los humanos hacían en su honor. Zeus, alarmado por todo esto, pidió a Hades que devolviera a Perséfone a su madre. Pero aquella había comido unos granos de granada que le había dado su marido, lo cual le impedía salir del Infierno. Al final, llegaron al acuerdo de que una tercera parte del año -los meses del invierno en los que la tierra es improductiva- los pasara Perséfone con su  marido  en el  Hades y  el  resto -los meses en los que la tierra es fértil- los pasara con su madre. Satisfecha con esta decisión, Deméter volvió al Olimpo, después de instaurar los Misterios Eleusinos y de entregar, según otra tradición, a Triptólemo, hijo también de Céleo, un carro tirado por serpientes aladas y unas espigas con el encargo de extender su cultivo por todo el mundo.

Triptolemo cerámica griega de figuras rojas. ca. 470 a. C. Museo Getty (California)
Triptólemo en el carro tirado por serpientes aladas con las espigas que le entrega Deméter. Cerámica griega de figuras rojas, ca. 470 a. C. Museo Getty (California)

     En los Misterios de Eleusis, podían participar personas adultas, incluidas las mujeres, los esclavos y los extranjeros, que estuvieran libres de crímenes de sangre y hablaran la lengua griega, los cuales estaban obligados a mantener en secreto las revelaciones recibidas y las experiencias vividas en ellos, so pena de caer en el deshonor e, incluso, de ser condenados a muerte, lo que explica que nos haya llegado escasa información de los mismos. Dichos Misterios se celebraban en dos fechas del año: a) los “Misterio menores” se organizaban cada año en Atenas en el mes Anthesterión (mar.-abr.) y tenían por objeto preparar a los mistas (iniciandos) admitidos por el Gran sacerdote (Hierofante), de entre los miles que habían solicitado participar en ellos, para poder celebrar después los grandes Misterios, y consistían en ayunos, baños en el río Ilisos, cantos y sacrificios; b) los “Misterios mayores” se celebraban en Eleusis y en Atenas, cada cuatro años, en el mes Boedromión (sep.-oct.), del 14 al 23, y comprendían, de forma sumaria, los festejos siguientes: el día 14, eran llevados los Hiera (objetos sagrados) desde el Anaktoron del Telesterion de Eleusis hasta el templo Eleusinion de Atenas, erigido al pie de la  Acrópolis, recorriendo el llamado “Camino Sagrado”; el día 15, los mistas se concentraban en el Pórtico pintado (Stoa Poikilé), en donde un heraldo hacía, por indicación del Gran sacerdote  (hierofante), la proclamación de los Misterios (prórrhesis), luego se celebraba el sacrificio de unos cerditos, con cuya sangre se rociaba a los que iban a ser iniciados y después estos, sentados sobre una piel de carnero y en silencio, eran purificados por el fuego acercándoles una antorcha encendida y pasándoles por encima de su cabeza la cesta mística con los objetos sagrados; el día 16, los mistas efectuaban un baño ritual en las aguas de la bahía de Falero; el día 17, se incorporaban al grupo de mistas los que habían llegado tarde y se conmemoraba, desde 420 a. C., la participación de Asclepio (Esculapio) en los Misterio eleusinos, en cuyo honor se hacía un sacrificio y una procesión nocturna; el día 18, se tomaba como día de descanso;

Telesterion. Era el más importante de los edificios sagrados de Eleusis, el cual, en su momento de mayor extensión, tenía unas dimensiones de 44 X 42 m. En cada uno de sus cuatro lados, había ocho filas de gradas talladas en la roca o hechas con piedra caliza y podía albergar 3000 personas. En su interior se encontraba el Anaktoron, primer templo del periodo micénico, custodiado y habitado por las Sacerdotisas de las Dos Diosas. en el que se guardaban los Hiera y al que tenía acceso .únicamente el Gran sacerdote (Hierofante)
Telesterion. Era el más importante de los edificios sagrados de Eleusis, el cual, en su momento de mayor extensión, tenía unas dimensiones de 44 X 42 m. En cada uno de sus cuatro lados, había ocho filas de gradas talladas en la roca o hechas con piedra caliza y podía albergar 3000 personas. En su interior se encontraba el Anaktoron, primer templo del periodo micénico, custodiado y habitado por las Sacerdotisas de las Dos Diosas. en el que se guardaban los Hiera y al que tenía acceso .únicamente el Gran sacerdote (Hierofante)

el día 19, se volvían a llevar los Hiera al Anaktoron de Eleusis en otra gran procesión, más solemne, si cabe,  que la anterior, la cual partía  del Cerámico de Atenas y en la que sus integrantes llevaban ropas festivas y ramas de mirto con hilos de lana en sus manos, que balanceaban por el suelo; cruzado el puente sobre el río Cefiso, se hacía un alto y hombres de Eleusis con la cabeza cubierta insultaban a los que participaban en la misma y mujeres desnudas gritaban obscenidades en recuerdo de  las que le contó a Deméter la vieja que le hizo sonreír con ellas en el palacio de Céleo, y, una vez en el santuario, los iniciandos realizaban, por la noche,  cánticos y bailes en honor de la diosa; el día 20, se dedicaba enteramente al ayuno y la purificación, los cuales predisponían a los mistas, sensibilizados ya por el agotamiento que había producido en ellos el largo recorrido hecho a pie desde Eleuis a Atenas y viceversa y los demás ayunos, purificaciones y las emociones vividas los días anteriores, para alcanzar simultáneamente, al final de ese día, la visión iluminadora, que habían esperado con ansiedad y temor, y el encuentro con la divinidad bajo los efectos, según algunos investigadores, del kykeon, bebida alucinógena elaborada y suministrada previamente a aquellos por los sacerdotes del santuario, y, según otros, por el fuerte shock que experimentaban en aquel momento los iniciandos; los días 21 y 22, por la tarde, los ya iniciados recibían en el interior del Telesterion,  mediante la escenificación de los momentos más relevantes o significativos del mito de Deméter, revelaciones sobre la unión de esta con Zeus, la bajada de Perséfone a los Infiernos y su reencuentro con ella y el viaje allí de las almas de los muertos y la manera de realizarlo con éxito, etc. Esta era la parte más importante y reservada de los Misterios. Las celebraciones del día 22 terminaban con la presentación de las espigas por parte de los iniciados.  Finalmente, se sacrificaban toros y cerdos pequeños en honor de Deméter y Perséfone y se organizaba un festín acompañado de danzas, que podían prolongarse hasta la mañana del día siguiente. El regreso de los iniciados a sus lugares de origen se hacía el día 23.

     Los Misterios de Eleusis fueron, pues, por encima de todo, una experiencia colectiva de carácter místico, que vivían una sola vez en su vida quienes conseguían ser incluidos en ellos, a los que debía de marcar muy positivamente el resto de sus días, especialmente porque los liberaba de incertidumbres y zozobras respecto a su destino final, como señala, por ejemplo, Cicerón, uno de los iniciados en ellos: “Mediante los Misterios hemos aprendido no sólo a vivir con alegría  sino a morir con una mayor esperanza.” (De Leg. 2, 14). Anexionada Eleusis por Atenas, el control de los mismos (que no la dirección, que siempre correspondió a aquella) fue ejercido por esta, lo que explica, junto con lo indicado antes, el gran prestigio que adquirieron dichas celebraciones, el cual se conservó intacto prácticamente hasta la destrucción del santuario de Eleusis por Alarico en 394 d. C., unos años después de que Teodosio hubiera prohibido dicho culto por ser incompatible con el cristianismo, declarado por él religión oficial del Imperio.

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Santuario de Eleusis. Reconstrucción

     Aparte de los Misterios de Eleusis, otra fiesta importante celebrada en honor de Deméter y de su hija Perséfone en muchas de las ciudades de la antigua Grecia, en especial en Atenas, fueron las Tesmoforias, en  las cuales solo podían participar mujeres casadas con un ciudadano de la polis respectiva. Dichas fiestas tenían lugar los días 11-13 del mes pianepsión (septiembre-octubre) y, aunque en ellas se debió de buscar favorecer la fertilidad de las participantes, en los días previos estas se abstenían de mantener relaciones sexuales con sus maridos. Respecto a los ritos o celebraciones concretas que tenían lugar en las Tesmoforias, no se sabe apenas nada, pues, como vimos en el caso de los misterios eleusinos, eran celosamente guardados por quienes los celebraban.

     El culto de Deméter, asociada a Dionisos, fue también muy importante en Sicilia, adonde fue llevado por los colonos griegos, especialmente en la ciudad de Enna, cuyo santuario se convirtió en el centro de dicha religión, rivalizando con el de Eleusis. De Sicilia pasó a la Campania, colonizada también por los griegos, y de esta a Roma, tras una consulta de los Libros Sibilinos realizada por el dictador A. Postumio en 496 a. C. con motivo de una gran carestía que sufrió la ciudad tras la expulsión de los reyes etruscos, en donde se erigió, en el monte Aventino, un templo (Aedes Caereris), dedicado a Ceres, Liber (Baco) y Libera (Proserpina), agrupación correspondiente a la griega Deméter, Dionisos y Perséfone, respectivamente. Por el mismo tiempo se creó también  en Roma la edilidad plebeya, vinculada estrechamente al nuevo culto y al templo de Ceres, cuyo principal cometido era asegurar el reparto gratuito de trigo y aceite (annona) a los miles de plebeyos empobrecidos que vivían en ella. Las Cerealia, fiestas en honor de Ceres, se celebraban del 12 al 18 de abril, y el reencuentro de Ceres y Proserpina se conmemoraba en otra fiesta que tenía lugar en agosto.

     Los atributos de Deméter/Ceres son: la espiga, el narciso -flor fúnebre-, con la que se hacían a menudo las  coronas ofrecidas a las Dos Diosas, la granada, la amapola y la adormidera, las cuales se convirtieron en símbolos de la fecundidad y la renovación, especialmente por la cantidad de semillas que encierra su cápsula. De los animales, se les sacrifican bueyes y cerdos pequeños, empleados casi siempre en los ritos de purificación, y, a veces, una cabra. El gallo y la grulla también les estaban consagrados; pero el verdadero emblema de las Dos Diosas es la serpiente, animal ctónico por excelencia. A Deméter/Ceres se la representa de pie o sentada, con una corona de espigas o con un ramo de estas o una antorcha en la mano y, a veces, con una serpiente.

Cabeza de Deméter, con dos de sus principales atributos: ramo de espigas con adormideras y serpientes. Relieve en tierra cocida. Museo de las Termas, Roma.
Cabeza de Deméter, con dos de sus principales atributos: ramo de espigas con adormideras y serpientes. Relieve en tierra cocida. Museo de las Termas, Roma.
  • APOLO  

      Apolo es una deidad de origen oriental presumiblemente, quizás un dios de los rebaños, como se recoge en el Himno a Hermes. Así  se desprendería del hecho de que el arco con el que se suele representar tanto a él como a su hermana, Ártemis, fuera un arma utilizada por los asirios, los partos y los escitas, entre otros, y no así por los griegos, y, por otra parte, del apelativo Licio que se le aplica a Apolo, el cual, si se toma como gentilicio, informaría de la procedencia de este dios de Licia, región de Asia Menor, y si es un apelativo derivado de λύκος (lycos, lobo), aludiría a él como protector de los ganados matando a los lobos, grandes depredadores de los mismos.  En la mitología griega, Apolo figura como hijo de Zeus y de Leto (Latona), y hermano gemelo de Ártemis. Antes de dar a luz a estos, Leto tuvo que recorrer diversos lugares de la tierra, hostigada por la celosa Hera, hasta que llegó a Delos, isla flotante entonces del mar Egeo, que la acogió (ver Hera). Después del nacimiento de Apolo, la isla quedó fija y le  fue consagrada a él, no estándole permitido a nadie en adelante nacer ni morir en ella. Cuando Apolo llegó a la adolescencia, se dirigió, por orden de Zeus, a Delfos, en donde, después de matar a la serpiente Pitón, que guardaba el antiguo oráculo de Gea y causaba graves daños en la región, instauró otro oráculo, que llegó a ser el más importantes del mundo antiguo.

Apolo atribuido a Leocares, siglo IV a.C. Museos Vaticanos, Roma.
Apolo, atribuido a Leocares, siglo IV a.C. Museo Pío Clementino. Museos Vaticanos, Roma.

     Apolo es una de las divinidades olímpicas más multifacéticas. Además de dios oracular, es el dios de la juventud y de la belleza (de ahí, la expresión: “es un Apolo”, referida a un joven guapo y esbelto), de la poesía y de la música, atribuyéndosele el invento de la lira y del arpa, y de las artes, en general, y director del coro de las nueve Musas (ver Musas), que forman parte de su séquito y habitan en el monte Parnaso, cercano al santuario de Apolo en Desfos,  con el cual participa en las fiestas de los dioses. A  pesar de ser muy bello, muchas de sus aventuras amorosas resultaron fallidas para él, como le ocurrió con Dafne. En efecto, alcanzado Apolo por una flecha de oro de Eros, que quiso vengarse de él por haber bromeado sobre sus habilidades de arquero, se enamoró perdidamente de la ninfa Dafne, hija del dios-río Peneo, la cual no le correspondió, pues también ella había sido alcanzada por otra de las flechas de Eros, aunque de plomo, y cuando, tras una frenética persecución, estaba a punto de darle alcance, Dafne se convirtió en laurel por intercesión de su padre, el cual fue consagrado a este dios, confeccionándose después con sus ramas las coronas que se imponían a los vencedores de los Juegos Píticos.

Apolo y Dafne de Gian Lorenzo Bernini, 1625. Galería Borghese, Roma.
Apolo y Dafne de Gian Lorenzo Bernini, 1625. Galería Borghese, Roma.

     Apolo es también el dios de la luz, y, en época romana, fue asociado con Helios (el Sol)  -de la misma forma que su hermana Diana lo fue con Selene (la Luna)-, el cual recorría todos los días el cielo, bajo el nombre de Febo,  en su carro tirado por corceles blancos, que arrojaban fuego por la boca. En cierta ocasión, su hijo Faetón, que se jactaba continuamente de sus orígenes divinos, como sus compañeros lo pusieran en duda, para demostrárselo, le pidió a su padre, siendo aún niño niño, conducir un día su carro. Helios accedió, pero,  tan pronto como las débiles manos del niño cogieron las riendas de los caballos, estos, percibiendo que aquel no era el auriga habitual, se desbocaron y abandonaron la ruta que seguían cada día, por lo que, en algún momento, pasaron a ras de tierra chamuscándolo todo a su paso, lo cual provocó, entre otras cosas, que los negros de África adquirieron entonces el pigmento oscuro de su piel. Espantado Zeus por los efectos devastadores dicha conducción estaba provocando en la tierra, lanzó uno de sus rayos a Faetón, quien, como consecuencia de ello, cayó al río Erídano.

Apolo conduciendo el carro solar, crátera ática, s. V a. C. British Museum, Londres.
Apolo conduciendo el carro solar, crátera ática, s. V a. C. British Museum, Londres.

Apolo es, así mismo, el dios de la armonía, del orden y la moderación, de la racionalidad y la perfección, conceptos que aparecen comprendidos en el término apolíneo, opuesto a dionisíaco (ver Dioniso/Baco). Esto explica que, en el frontón del lado este del templo de Apolo, figuraran, como señala Pausanias, los aforismos o máximas  Γνῶθι σαυτόν (“Conócete a ti mismo”), a la izquierda, y Μηδέν άγαν (“Nada en demasía”), a la derecha; y, en las paredes del pronaos y en las columnas, otros aforismos, hasta 147, como Σοφίαν ζήτει (“Busca la sabiduría”), Πράττε δίκαια (“Actúa de forma justa”), Ὁμόνοιαν δίωκε (“Busca la concordia”), Μη άρχε ὑβρίζων (“No gobiernes con arrogancia”), etc., atribuidos a diferentes sabios griegos. Apolo es, por último, el dios de las purificaciones, las cuales tuvo que hacer él mismo por sus crímenes, y posee el arte de sanar, en el que le superaría su hijo Asclepio, dios de la Medicina;  y, en alguno de los mitos griegos, figura incluso pastoreando bueyes, lo cual se explicaría si, como parece, en tiempos antiguos fue un dios de los rebaños en la región de Asia Menor.

Apolo suele ser representado como un joven imberbe, de cuerpo esbelto y atlético, con larga caballera y de una gran belleza, y sus principales atributos son la corona de laurel y la palma, las cuales se les entregaban como premio en Grecia y en Roma a los vencedores de cualquier tipo de certamen, la lira, el arco, las flechas y el carcaj, y también el cuervo u otros pájaros portadores de presagios, que aluden a su poder adivinatorio.

Apolo representado en un Kylix griego del s. V a.C. Museo Arqueológico de Delfos.
Apolo representado en un Kylix griego del s. V a.C. Museo Arqueológico de Delfos.

     Santuario de Delfos. Erigido al pie del monte Parnaso en un paraje escarpado de una belleza impresionante, a 700 m sobre el nivel del mar y a 9,5 km de distancia del actual puerto de Itea, en el golfo de  Corinto, el santuario de Delfos llegó a ser el más importante, rico e influyente de cuantos se levantaron en todo el mundo griego gracias a su famoso oráculo, al que iban a consultar todos los años delegaciones de las diferentes polis del mundo helénico e incluso reyes de pueblos bárbaros y muchos particulares. Dicho oráculo se venía consultando, según se cree, desde mediados del segundo milenio a. C., en época micénica, estando dedicado al principio a Gea (la tierra), una vieja divinidad ctónica, la cual, según otra tradición, delegó después sus funciones proféticas a su hija Temis, y, desde finales del siglo IX a. C., pasó a ser regido por Apolo tras  matar al monstruo Pitón, que lo custodiaba, engendro de la propia Gea; pero el despegue y prosperidad del santuario se produjo después de la primera Guerra sagrada (595-585 a.C.), librada entre Delfos, que fue apoyada en ella por la Anfictionía de Antala -organización supraestatal de carácter religioso basada en un pacto de no agresión, que unía 12 pueblos del nordeste griego y estaba vinculada al santuario de Deméter en Antela, junto a las Termópilas-, y la vecina ciudad de Crisa, la cual cobraba una exacción a todos los peregrinos que acudían por mar al Santuario, debiendo, para esto, utilizar su puerto de Cirra (hoy, de Itea). La guerra terminó con la derrota y destrucción de Crisa, cuyas tierras pasaron a pertenecer, como terreno sagrado, al santuario de Delfos, que, a partir de entonces, fue administrado por la citada Anfictionía, la cual, aunque siguió manteniendo la administración del santuario de Deméter de Antala, fijó su sede en Delfos y adquirió poco a poco un carácter también político, diferente del puramente religioso que tenía en sus orígenes. El gran enriquecimiento, poder e influencia que alcanzó el oráculo de Delfos tras la citada guerra provocaría después tres guerras sagradas más, desencadenadas, en cierto modo, por los miembros de la Anfictionía, en las cuales algunas ciudades griegas (Atenas, Tebas y Esparta, principalmente) compitieron por obtener el control del santuario, lo cual conllevaba un reconocimiento de supremacía y prestigio sobre las demás. En la cuarta Guerra sagrada, intervinieron, por un lado, Atenas y Esparta, que habían formado una coalición para conseguir el control sobre Santuario de Delfos, y, por otro, Macedonia, la cual había entrado a formar parte del Consejo de la Anfictionía, en lugar de Fócide, tras obligar a esta, en la tercera Guerra sagrada (356-346 a. C.), a devolver al santuario los tesoros de los que se había apoderado. La guerra terminó con el triunfo de Filipo II en Queronea (338 a. C.), pasando entonces Macedonia a ejercer la hegemonía sobre Grecia.

Perspectiva del Santuario de Delfos desde el Teatro.
Perspectiva del Santuario de Delfos desde el Teatro.

     Otro hecho que contribuyó también a dar prestigio y a enriquecer el Santuario de Delfos fue la institución, en 582 a. C., con carácter panhelénico, de los Juegos Píticos, consagrados a Apolo, que llegaron a durar ocho días y comprendían agones atléticos y luctatorios y agones hípicos (carreras de carros y de caballos), similares a los que tenían lugar en Olimpia, Corinto y Nemea, sedes igualmente de Juegos panhelénicos, y en Atenas (en las Panateneas), y concursos de cítara, flauta y de oboe doble (αὐλός, aulós) -los cuales se venían organizando en él, junto con recitaciones rapsódicas, acompañadas o no por alguno de dichos instrumentos, desde el siglo VII a. C., al menos-, y posteriormente concursos dramáticos y poéticos. Las agones hípicos debieron de realizarse en el hipódromo, situado en la llanura, del cual no se han hallado restos, como tampoco del primer estadio, en el que se harían los agones atléticos y luctatorios. Sí se conserva, en cambio, el estadio que se construyó o remodeló, al menos, en el siglo III a. C., a unos doscientos metros del teatro, por la parte de atrás del mismo, el cual, a su vez, había sido levantado en el siglo IV a. C. cerca del templo de Apolo.

Vista aérea del Santuario de Delfos. En la parte superior derecha, el Estadio. En la parte inferior, Teatro y Templo de Apolo. Fuente: Origenes del hombre, tomo 74. Grecia emergente (I), A. Johnston, 1996.
Vista aérea del Santuario de Delfos. En la parte superior derecha, el Estadio. En la parte inferior, Teatro y Templo de Apolo. Fuente: Origenes del hombre, tomo 74. Grecia emergente (I), A. Johnston, 1996.

     El recinto donde estaba ubicado el templo de Apolo fue rodeado en el siglo VI a. C. con un muro con varias puertas y su pendiente alojaba diversas terrazas, en la más alta de las cuales se levantaba aquel. Los que acudían a Delfos para consultar el Oráculo entraban, después de purificarse en la fuente Castalia, por la puerta principal, situada en la esquina suroriental del recinto. Franqueada ésta, recorrían la Vía sacra -trayecto serpenteante de unos centenares de metros por el que se accedía al templo-, la cual estaba flanqueada a un lado y a otro por los tesoros o pequeñas capillas levantadas por las  polis griegas más ricas, donde guardaban los exvotos y las donaciones hechas al Santuario.

Plano del Santuario de Delfos. El camino marcado en blanco es la Vía Sacra. Fuente: httpwww.guiadegrecia.comgreciacentraldelfos.html
Plano del Santuario de Delfos. El camino marcado en blanco es la Vía Sacra. Fuente: guiadegrecia.comgreciacentraldelfos.html
Auriga de Delfos, en bronce, 475 a.C., Museo Arqueológico de Delfos
Auriga de Delfos, en bronce, 475 a.C., que formaba parte de una cuadriga. Museo Arqueológico de Delfos

En dicho recorrido, se podía admirar también las numerosas estatuas de mármol o de bronce erigidas en honor de Apolo y de otros dioses olímpicos y semidioses o héroes, así como de generales, almirantes y personajes famosos del mundo griego, fundamentalmente, que aparecían salpicadas por todo el recinto, y también esculturas de gran valor,  regalos de reyes o de ciudades en agradecimiento a los servicios prestados por el oráculo, como el león de oro sobre una base de lingotes del mismo mineral de un cuarto de tonelada de peso, que donó Creso, último rey de Lidia,  en el siglo V a. C.; o el trípode con una niké (victoria), también de oro, que regaló al Santuario Gelón, tirano de Siracusa, por el triunfo obtenido sobre los cartagineses en la Primera guerra de Himera (480 a. C.); o la cuadriga de bronce, de la que se conserva solo el famoso auriga, costeada por el príncipe siciliano Polizalos, primo de Gelón, ganador de la carrera de cuadrigas de los Juegos Píticos en el año 475 a.C.  Con tales donaciones, las polis y los reyes que las hacían querían manifestar la piedad y el agradecimiento a Apolo por las ayudas recibidas, pero, sobre todo, su poderío y su riqueza.

Reconstrucción del Santuario de Delfos por el arquitecto Albert_Tournaire (1862-1958)
Reconstrucción del Santuario de Delfos por el arquitecto Albert Tournaire (1862-1958)

     Tras llegar el consultante al templo de Apolo, hacía la ofrenda del pélamo (torta de cebada) y pagaba las tasas correspondientes, lo cual le daba derecho a ofrecer, en el altar que había delante de aquél, un  sacrificio, generalmente de una cabra, que abundaban en la zona, parte de cuya carne se quemaba en honor del dios y la otra se distribuía entre los asistentes, como sucedía en los sacrificios de animales en honor de cualquier otro dios. Los sacerdotes deducían, por los movimientos del animal al ser sacrificado, si el dios estaba dispuesto o no a dar su respuesta. En caso afirmativo, el consultante era conducido a la sala de espera, subterránea, contigua al ádyton, el cual contenía el ónfalo (ὀμφαλός, ‘ombligo’), de piedra y con forma de medio huevo, el trípode de la Pitia o Pitonisa y demás instrumentos proféticos y, posiblemente, una estatua de Apolo.

     El citado ónfalo fue erigido en Delfos por ser el lugar donde se encontraron, según la leyenda, las dos águilas que Zeus había soltado en los extremos de la tierra para saber cuál era el centro de la misma, haciendo que volaran una en la dirección de la otra. Por ello, Delfos era considerada el centro (el ombligo) de la Tierra. Teniendo en cuenta, sin embargo, que piedras cónicas de este tipo se hallaron también en otros centros oraculares de Egipto, Nubia, Fenicia, etc., a través de las cuales los dioses daban sus respuestas a los consultantes, cabe pensar que la de Delfos se usó con tal fin en el oráculo primitivo y, posteriormente, se debió de colocar en el ádyton del templo de Apolo, en el que la Pitia emitía sus oráculos.

Ónfalo de Delfos, réplica en piedra de época de los romanos. Museo Arqueológico de Delfos.
Ónfalo de Delfos, réplica en piedra de época de los romanos. Museo Arqueológico de Delfos.

     Respecto al nombre de Pitia, este deriva de Pitón -serpiente a la que, como dijimos arriba, mató Apolo antes de fundar en Delfos su oráculo, quien, por lo mismo, fue invocado también como Apolo Pitio-, el cual debió de imponerse pronto allí frente al de Sibila, que fue, según una tradición, el nombre de pila de la joven que gozó allí, primero, de dotes adivinatorias. En el centro oracular de Cumas, cerca de Nápoles, la sacerdotisa que ejercicía una función similar recibió el nombre de Sibila. Cuando había que nombrar Pitonisa, los sacerdotes del templo elegían a una muchacha de Delfos, independientemente de su clase social, de vida intachable y que evidenciara, se supone, tener una buena aptitud para entrar en trance en el momento de la consulta a Apolo. Su nombramiento era vitalicio y se comprometía a vivir en el Santuario y a guardar una continencia absoluta. Posteriormente, se decidió nombrar pitonisas (posiblemente, después que alguna de ellas hubiera quebrantado su compromiso al respecto), a mujeres maduras: tres, incluso, en la época de mayor apogeo del Santuario. Al principio, las consultas al oráculo se hacían, una sola vez al año, el día 7 del mes Bisio (marzo-abril), en el que, según la tradición délfica, nació Apolo; más tarde, en ese día se realizaba, presumiblemente, la consulta pública delante del templo, a la que se refiere Eurípides (Ion, 420) y que bien pudiera tener carácter gratuito, mientras que las de pago se efectuaban en el interior del mismo el día 7 de los restantes meses, excepto los de invierno, que Apolo los pasaba en el país de los hiperbóreos, al norte de Tracia, donde no se conocía la vejez, la enfermedad, ni la guerra. En esos meses, le sustituía en Delfos el dios Dioniso, el cual volvía a la vida en forma de niño mediante un sacrificio y una serie de ritos secretos efectuados en el templo de Apolo por los Hosioi (sacerdotes ayudantes), ejecutando las ménades sus danzas frenéticas en la altiplanicie del monte Parnaso a la luz de antorchas.

     Durante la consulta, la Pitia no era visible al consultante, como señala Plutarco -quien fue el sacerdote principal (sacerdote-profeta) del oráculo durante algunos años a finales del siglo I d. C.-,  y hacía sus predicciones sentada en un trípode, colocado sobre una grieta, de la que, según algunos autores de los siglos III y IV (en su mayoría, cristianos, que pretendían desacreditar el oráculo y el paganismo, en general), salían vapores, los cuales, junto con la masticación previa de hojas de laurel, hacían que la Pitia entrara en trance, durante el cual pronunciaba, entre contorsiones y gestos delirantes, palabras confusas e incoherentes, que le “inspiraba” Apolo. Estudios arqueológicos y geológicos recientes, sin embargo, realizados en el templo de Apolo no han demostrado fehacientemente aún que hubiera alguna vez allí falla o fisura del terreno por la que salieran dichos gases; y, por otra parte, masticar hojas de laurel se ha constatado que no produce efectos alucinógenos; por lo que la Pitia alcanzaría el citado estado de forma natural debido a sus excelentes dotes naturales para entrar en trance y para representar el papel que se le había asignado, por las que había sido elegida por los sacerdotes del templo entre otras aspirantes.

El rey Egeo consulta a la Pitonisa de Delfos, cerámica griega del siglo V a. C. Museo de Antigüedades de Berlín.
El rey Egeo consulta a la Pitonisa de Delfos, cerámica griega del siglo V a. C. Museo de Antigüedades de Berlín.

     La repuesta dada por Apolo a través de la Pitia le era entregada luego al consultante -por escrito y generalmente, al principio, al menos, en verso (hexámetro)-, por un sacerdote del templo, teniendo la mayoría de las que se referían a un acontecimiento  futuro, individual o colectivo,  un sentido ambiguo, de forma que cualquier resultado pudiera justificarse. Una de estas respuestas, modelo de ambigüedad, recogida por Cicerón en De divinatione II, 115, 11, es la que dio el oráculo a Creso, rey de Lidia, gran benefactor del santuario. Decidido este a invadir el territorio persa, recibió del oráculo de Delfos, al que había ido a consultar al respecto, esta respuesta: “Si cruzas el río Halys – este señalaba el límite entre Lidia y Persia-, destruirás un gran imperio”. Considerando que este era el de los persas, lo invadió, siendo destruido el suyo, lo cual se atribuyó a que Creso había interpretado erróneamente el oráculo, dado que el “gran imperio” al que se refería este era el suyo y no el de los persas. En situaciones conflictivas, el oráculo (mejor, los sacerdotes del templo) solió decantarse por la opción política que, a priori, favorecía sus intereses. En las Guerras Médicas, por ejemplo, se decantó por los persas, sin duda, para granjearse su apoyo y evitar posibles represalias en el caso de que estos vencieran a los griegos, como era de esperar, dada su gran superioridad militar y la inveterada rivalidad de las polis griegas, si bien dicho triunfo no se produjo. Menos “problemáticas” debieron de resultar al oráculo las consultas en las que se le pedían buenos consejos y las que se referían a la creación de una nueva colonia, dado que, en este último caso, el Santuario debía de poseer abundante documentación sobre la mayoría de los lugares de interés, a este respecto, de la costa mediterránea y del Mar Negro, proporcionada por los fundadores (οἰκισται, oikistés) de una colonia, quienes volverían siempre al Santuario para agradecer a Apolo su patrocinio, proporcionando entonces a aqueellos amplia y rica información sobre el lugar en el que la hubieran creado, de la que ellos tomarían buena nota para hacerla servir después.

     Conquistada Grecia por los romanos (s. II a. C.), el Santuario de Delfos mantuvo largo tiempo su anterior prestigio, siendo el emperador Adriano, gran admirador del mundo clásico, el que más lo favoreció. Su decadencia se inició con las incursiones de los  hérulos, godos y bastarnos en el siglo III d. C., los cuales lo saquearon y destruyeron la mayoría de las estatuas que aún quedaban en pie. La actividad en él cesó, por fin, en tiempos de Teodosio I tras proclamarse el Edicto de Tesalónica (380 d. C.), en el que el cristianismo pasó a ser la religión oficial del Estado, siendo prohibidos, en consecuencia,  todos los cultos y celebraciones paganas.

  • ÁRTEMIS o ARTEMISA / DIANA

       También Ártemis debió de ser una divinidad de origen oriental; pero, a diferencia de la Ártemis griega o la Diana romana, en Asia Menor fue una diosa de la tierra y la fertilidad, asimilada a la prehelénica “Señora de los animales”, venerada en Creta, por ejemplo, y a la frigia Cibeles. En la antigüedad, se le llegaron a ofrecer, incluso, sacrificios humanos. Su principal lugar de culto en dicha región fue Éfeso, ciudad fundada en la costa occidental de la Península de Anatolia cerca de la actual Izmir, en Turquía, por colonos jonios que emigraron del Ática y de la isla de Eubea, fundamentalmente, en los siglos XII y XI a. C., huyendo de los dorios invasores de la Grecia continental, y se establecieron en antiguas factorías micénicas de las islas del Egeo y en toda la zona central de la citada costa, denominada, por lo mismo, Jonia. Su excelente ubicación hizo que Éfeso se convirtiera después en un centro comercial importante, al confluir en ella comerciantes y viajeros procedentes de los pueblos y ciudades más ricos y avanzados de entonces. El culto a la Gran Madre o Cibeles, al que, como dijimos antes, se asimilaría después el de Artemisa, debió de practicarse en Éfeso desde el Neolítico, primero, en algún altar al aire libre y, más tarde, en templos de reducidas dimensiones. Pero, cuando ésta habría alcanzado un alto nivel de prosperidad, se le erigió ya, a principios del siglo VII a. C., un gran templo de piedra (Artemision), el cual fue destruido por los cimerios, así como la ciudad, alrededor de 650 a. C.

Artemision de Éfeso. Reconstrucción.
Artemision de Éfeso. Reconstrucción.

Sometidas en 560 a. C.  las polis griegas de Anatolia por Creso, último rey de Lidia, a quien se le atribuyó una fabulosa riqueza, éste decidió construir en Éfeso otro Artemision, más grande y suntuoso que el anterior, que emulara la Sala hipóstila de los templos egipcios, el cual se hizo de mármol lujoso y fue decorado espléndidamente. Según Plinio el Viejo, era de 115 m de largo y 55 m de ancho y tenía 127 columnas de 18 m de alto, todo lo cual lo convirtió en una de las Siete Maravillas de la Antigüedad, del que se conservan escasos restos. Los efesios se sentían muy orgullosos de él así como de su patrona, Artemisa, a quien estaba dedicado, en cuyas estatuas se la suele representar con una corona amurallada, símbolo de Cibeles, y con múltiples nódulos en el pecho, los cuales algunos autores los han interpretado como senos de mujer, y otros (más acertadamente, a mi modesto entender), como testículos de toro, animal que, en la civilización minoica y en las del Mediterráneo oriental, en general, tuvo carácter sagrado y fue considerado símbolo de fecundidad.

Artemisa de Éfeso, copia romana del siglo I d. C. Museo de Efeso (Turquía)
Artemisa de Éfeso, copia romana del siglo I d. C. Museo de Efeso (Turquía)

En la mitología griega, Ártemis es hija de Zeus y de Leto y hermana gemela de Apolo, al que precedió al nacer. Por ello, hizo de comadrona de su madre cuando daba a luz a éste, en lugar de Ilitia, la diosa de los partos, ya que Hera, esposa de Zeus, la había secuestrado, por celos, para evitar que Leto, encinta de aquél, diera a luz a los gemelos, lo que explica que Ártemis fuera invocada también por las parturientas. También Artemisa acabó siendo identificada con la Luna, desplazando  a Selene, así como su hermano Apolo lo fue con el Sol, haciendo lo mismo con Helios.Pero Ártemis es, ante todo, una diosa de la caza, honrada en las regiones montañosas y agrestes, a la que invocaban los cazadores antes de iniciar sus cacerías. Orgullosa y arisca, se complace sólo en recorrer, vestida con una ligera túnica hasta las rodillas y provista de un carcaj, las montañas y los bosques con un séquito de ninfas y una jauría de perros, persiguiendo a los ciervos y a los jabalíes. Ella es también diosa de la virginidad y, como tal, protege a las doncellas y a los jóvenes castos, como las Amazonas o Hipólito, frente a Afrodita, que lo es del amor. Así, Afrodita planeó castigar al joven Hipólito por desdeñar el amor -tema que aparece desarrollado en la tragedia homónima de Eurípides-, suscitando en su madrastra Fedra  una intensa pasión hacia él. Enterado Hipólito de esto por la Nodriza, recriminó duramente a Fedra su loco desvarío y le dijo que jamás traicionaría a su padre, Teseo, con ella. Perdida la esperanza de conquistar a su hijastro, Fedra escribió, despechada, una tablilla dirigida a su marido, en la que le indicaba que Hipólito la había deshonrado y, después, se ahorcó. Leída esta, Teseo hace venir inmediatamente a su hijo y lo increpa, enfurecido, por la grave afrenta que le había causado, y, al no creer en las respuestas que le da con las que intentó demostrar su inocencia al respecto, lo maldice y expulsa del palacio. Emprendido el camino del destierro, Hipólito es arrollado por las ruedas de su carro quedando  malherido. Entonces Ártemis, venerada por aquel, revela la verdad de lo sucedido a Teseo, quien mantiene con su hijo moribundo, cuyo cuerpo le había sido traído, un emotivo diálogo hasta que expira en sus brazos.

     Otro mito relacionado con Artemisa es el de Níobe. Esta era hija de Tántalo y se casó con Anfión, rey de Tebas, con quien engendró siete hijos varones y siete hembras. Envanecida por su numerosa prole, echó un día en cara a las mujeres tebanas que tributaran culto a Leto (Latona), la cual había tenido solamente dos hijos, Artemisa y Apolo, y no a ella, que había alumbrado a catorce. Tamaña impiedad de Níobe fue duramente castigada por Leto, quien se sirvió, para ello, de sus dos hijos, cada uno de los cuales mató a los Nióbidas de su mismo género con sus certeras flechas. Cuando se enteraron del trágico final de sus hijos, Anfión se suicidó y  Níobe fue a encontrarse con ellos y, al ver sus cadáveres, quedó profundamente abatida y hecha un mar de lágrimas. Conmovido Zeus de ella, la transformó en una roca, la cual fue trasladada por el viento hasta la cima del monte Sípilo (situado cerca de la actual ciudad turca de Manisa), donde quedó fijada, brotando de su base desde entonces una fuente de agua, que son las lágrimas que Niobe sigue derramando por sus hijos muertos de forma tan violenta.

Apolo y Ártemis asaetean a los hijos de Níobe. Cerámica griega, (Atenas, 460-450 a.C.), Museo del Louvre, París.
Apolo y Ártemis asaetean a los hijos de Níobe. Cerámica ateniense,  460-450 a.C.  Museo del Louvre, París.

     Acteón fue otra de las víctimas de Ártemis. Era nieto de Cadmo, rey de Tebas, y había sido educado por el centauro Quirón, quien le enseñó el arte de la caza. Un día, mientras recorría con su jauría de cincuenta perros el monte Citerón, sorprendió a Ártemis desnuda bañándose en la fuente Partenia acompañada de sus ninfas. Cuando la diosa se percató de la presencia de Acteón por los gritos que dieron aquellas al verlo, avergonzada de ser contemplada así por un mortal, como no  tenía cerca el arco y las flechas, le arrojó agua de la fuente a la cara transformándolo en un ciervo, y, luego,  azuzó a sus propios perros para que lo persiguieran y lo despedazaran, cuando le dieran caza. Los perros buscaron, después, en vano a su amo por todo el paraje, y, cuando llegaron a la caverna de Quirón, este, enternecido por sus aullidos lastimeros, modeló una estatua a imagen de Acteón.

     Tampoco Agamenón, rey de Micenas, se libró de la ira de Artemisa. Nombrado jefe supremo del ejército griego que iría a Troya para vengar la afrenta sufrida por Menelao, rey de Esparta, por el rapto de su esposa Helena por el troyano Paris, salió un día de caza y mató a una cierva alardeando, entonces, de que él era mejor cazador que Ártemis. A raíz de esto, el viento dejó de soplar por obra de aquella, con lo que las naves que estaban atracadas en Áulide e iban a transportar al ejército a Troya no podían zarpar. Consultado al respecto el adivino Calcante, dijo que, para aplacar a la diosa y conseguir vientos favorables, Agamenón debía permitir que le fuera sacrificada a ella su hija Ifigenia. Sin embargo, cuando el sacerdote se disponía a inmolar a Ifigenia, Ártemis la sustituyó por una cierva y se llevó a la joven por el aire hasta Táuride (Crimea), en donde la hizo sacerdotisa del templo que se había levantado allí en su honor. Este tema aparece desarrollado en las tragedias Ifigenia en Áulide e Ifigenia en Táuride, de Eurípides.

     Los romanos debieron de asimilar, en torno al siglo VI a. C., Ártemis a Diana, antigua divinidad itálica de la naturaleza salvaje y de los bosques, a través de las colonias griegas del sur de Italia -de Cumas, en especial-, con las cuales los etruscos establecieron pronto relaciones comerciales. En Roma, Diana era adorada en un templo del monte Aventino, principalmente por los ciudadanos de clase baja y por los esclavos, los cuales podían recibir asilo en él. Su fiesta allí tenía lugar el 13 de agosto.

     Los atributos de Ártemis o Artemisa / Diana son: el arco, el carcaj y las flechas, y la media luna en su frente, y sus animales preferidos, la cierva y los perros de caza.

Diana cazadora. Copia romana de un original griego del s. IV a.C. Museo del Louvre, París.
Diana cazadora, copia romana de un original griego del s. IV a.C. Museo del Louvre, París.
  •  AFRODITA / VENUS

       Afrodita es también una diosa prehelénica de origen oriental, a la que se la relaciona con la babilónica Ishtar, diosa del amor y de la guerra, de la vida y de la fertilidad, cuyo culto implicaba la prostitución sagrada, con la sumeria Inanna y con la fenicia Astarté, entre otras, arquetipo todas ellas de las grandes madres del Mediterráneo oriental. Su culto se debió de introducir en las islas de Chipre y de Citera por influencia de los fenicios y desde estas se extendería después a la Grecia continental y, a través de las colonizaciones fenicio-púnicas y griegas, por todo el Mediterráneo occidental. En la mitología griega, Afrodita es hija, según Homero, de Zeus y de Dione; Hesíodo, en cambio, recoge en su Teogonía (194-202) que nació de la espuma del mar fecundada por los genitales de Urano al caer en él tras amputárselos su hijo Crono. Una etimología popular basada en esta segunda versión hace derivar el nombre Ἀφροδίτη (Afrodita) de la palabra ἀφρός (aphrós, “espuma”), y el apelativo Anadiomene (“la que ha surgido del mar”), referido también a ella, refleja esto mismo. Al salir del agua, Afrodita fue llevada a la isla de Citera, subida en una concha de madreperla, a la que empujaba el Céfiro, y, después, a la isla de Chipre -de ahí que fuera denominada también Citerea y Cipris o Cipria-, las cuales por ello le fueron consagradas, en donde las Horas, diosas de las estaciones, y las Gracias la vistieron y la engalanaron antes de partir, en su carro de alabastro tirado por palomas blancas, a la morada de los Inmortales, en el Olimpo, quienes, cautivados por su belleza, la acogieron con gran gozo.

El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli, 1484-1486. Galeria Uffiz. Florenciai
El nacimiento de Venus   de Sandro Botticelli, 1484-1486. Galeria Uffizi. Florencia.

     Afrodita es la diosa de la belleza y del amor, cuyos hechizos no resiste ningún dios ni mortal; pero, a diferencia de Eros (“erótico” deriva de él) -una de cuyas múltiples versiones lo hace hijo de ella y de Ares-,  quien representa la pasión fogosa y, a veces, destructiva, Afrodita inspira la sensualidad alegre y los placeres naturales del sexo. (Ἀφροδισιάζειν era el verbo que empleaban los antiguos griegos para significar “hacer el amor”; y, en castellano, el adjetivo “afrodisíaco” se aplica a todo aquello que potencia dichos placeres). Poco después de entregar Zeus a Afrodita en matrimonio a Hefesto, dios del Fuego y de la Metalurgia, feo y contrahecho, ella se prendó de Ares, dios de la guerra, con quien, aprovechando las frecuentes y prolongadas ausencias de su esposo, se veía a menudo en su palacio. Una mañana, Helios (el Sol), que todo lo ve, fue a la fragua de Hefesto, según cuenta Homero (Odisea VIII, 270-363), tras sorprenderlos “unidos en carnal amor”, para comunicarle el adulterio de su esposa. Hefesto, despechado por esto, urdió hacer una red invisible e irrompible para vengarse de ellos, la cual colocaría alrededor del lecho nupcial suspendida del techo de forma que, cuando se encontraran yaciendo juntos en él, se accionara, dejándolos inmovilizados. Logrado su propósito, Hefesto invitó a los demás dioses a su palacio para que contemplaran a los amantes en semejante postura. Acudieron Poseidón, Hermes y Apolo (no así las diosas, por pudor), “alzándose entre ellos una inextinguible risa, al contemplar las artimañas del prudente Hefesto”, risa que se volvió a suscitar, cuando Hermes le respondió a Apolo, tras preguntárselo, que a él le gustaría también yacer con la áurea Afrodita, aunque ello le supusiera ser inmovilizado por fuertes cadenas. Retirada la red a petición de Poseidón, Afrodita se refugió, avergonzada, en Pafos, en la isla de Chipre, y Ares, en Tracia, de donde era originario. De los amores de ambos nacieron: Eros (el Deseo), si bien, como dijimos antes, hay versiones que le atribuyen un origen diferente, el cual acompaña muchas veces a Afrodita, a la que  ayuda en sus planes (ver Eros); Deimo (el Terror) y Fobo (el Temor), los cuales formaban el cortejo de su padre; y Harmonía, que se casó con Cadmo, el fundador de Tebas. Otras relaciones adúlteras de Afrodita fueron con Hermes y con Dioniso, con quienes engendró a Hermafrodito y a Príapo, respectivamente.

La fragua de Vulcano, de Diego Velázquez 1629-1630. Museo Nacional del Prado, Madrid.
La fragua de Vulcano de Diego Velázquez 1629-1630. Museo Nacional del Prado, Madrid.

     También tuvo como amantes a simples mortales. Uno de ellos fue el príncipe troyano Anquises, con quien engendró a Eneas, que pasa por ser el padre mítico del pueblo romano, y su hijo Julo, el fundador de la gens Iulia (dinastía Julia) a la que pertenecieron, como miembros más destacados, Julio César y Octavio Augusto, según una leyenda debida a autores griegos, que pretendían vincular los orígenes de Roma con el pasado legendario de Grecia. En dicha leyenda, en efecto, recogida en la Eneida de Virgilio, se cuenta que, una vez tomada Troya por los griegos, Anquises salió indemne de la ciudad en llamas, ya que había sido elegido por los hados para fundar una “nueva Troya” en el Lacio, llevando en sus hombros a su padre Anquises y acompañado de su esposa Creusa, su hijo Ascanio (también conocido como Julo) y algunos compañeros. Tras un viaje azaroso por el Mediterráneo, llegó al Lacio, donde reinaba Latino, quien le dio a su hija por esposa (a Creusa la había perdido misteriosamente en el camino), a pesar de estar prometida a Turno. La guerra entre ambos la terminó Julo, el cual fundó la ciudad de Alba Longa, que fue metrópoli del Lacio hasta que asumió el liderazgo del mismo la ciudad de Roma, fundada más tarde por Rómulo (ver Ares/Marte).

     El gran amor, sin embargo, de Afrodita fue Adonis, una divinidad de origen oriental, cuyo culto se desarrolló especialmente en Siria y, en la época helenística, se extendió por el Mediterráneo.  En el mito de Adonis, narrado, de forma más extensa, por Ovidio en sus Metamorfosis (VIII, 502-558), se cuenta que Mirra, hija de Tías, rey de Siria,  concibió un amor incestuoso por su padre infundido por Afrodita, la cual buscó con ello castigar la ofensa que le había infligido su madre, Cencreis, al decir que su hija Mirra era más bella que ella. Doce noches después de yacer Tías con su hija sin revelarle esta su identidad, descubierto el engaño de que había sido objeto, la persiguió airado dispuesto a matarla.  Viendo Mirra que su vida corría un grave e inminente peligro, invocó a los dioses, los cuales la libraron de él transformándola en un árbol de la mirra. Pero Mirra estaba encinta, por lo que, a los nueve meses, se abrió la corteza de dicho árbol y salió de su interior un niño bellísimo, que recibió el nombre de Adonis. (En nuestra cultura, ha quedado por ello acuñada la expresión “es un Adonis”, aplicada a un joven bello y apuesto). Cuando Afrodita lo vio, cautivada por su extraordinaria belleza, lo entregó en secreto a Perséfone (Proserpina) para que lo criara  y se lo devolviera después.  Pero esta se prendó igualmente de él y se negó a devolvérselo.  La disputa surgida al respecto entre ellas obligó a Zeus a intervenir, quien decidió que Adonis pasara con Perséfone los meses en los que la tierra no produce frutos; los meses en los que aparecen y germinan las plantas, con  Afrodita; y los restantes, con la que él quisiera de las dos, decantándose por la última. (Esto y la gestación de Adonis en el interior de un árbol induce a pensar que, con este mito, se pretendió explicar, en la Antigüedad, el misterio de la vegetación, tal como ocurre con el de Deméter y su hija Proserpina.) Al llegar Adonis a la adolescencia, encontrándose un día de caza lo atacó un jabalí, que lo dejó malherido, al que, según una versión, había azuzado Ares, por celos, pues llevaba muy a mal el gran amor que Afrodita profesaba a aquel. Informada esta de ello, cuando iba a socorrerlo, pisó una espinosa rama de rosal y las gotas de su sangre que brotaron de su herida tiñeron de rojo las rosas, originariamente blancas. Pocas horas después murió Adonis dejando sumida a Afrodita en una profunda tristeza. Este final del mito debió de ser, por lo indicado antes, un añadido posterior, quizá de época helenística, para completar  y embellecer el mismo.

     Afrodita fue también la responsable indirecta de la mítica Guerra de Troya. En efecto, celebrándose en el monte Pelión la boda de Tetis y de Peleo, Eris (la Discordia), que no había sido invitada a ella por los Inmortales para “tener la fiesta en paz”, apareció al final del banquete en forma de nube y dejó caer en la mesa de los comensales una manzana (manzana de la Discordia), en la que figuraba la inscripción: “Para la más bella”. Tres diosas -Hera, Palas Atenea y Afrodita- se la disputaban, por lo que los dioses decidieron enviar a Hermes  a Paris, que pastoreaba los rebaños de su padre Príamo, rey de Troya, y cuya fama de sabio había llegado hasta el Olimpo, para que le hiciera entrega de dicha manzana y él, a su vez, se la diera a la que considerase era la más bella de las tres. La celebración de aquel primer “concurso de belleza” tuvo lugar en el monte Ida, cerca de Troya, y, para que Paris fallara a su favor, cada una de las bellas le ofreció un regalo: Hera lo colmaría de riquezas, si era la elegida; Palas Atenea lo haría invencible en la guerra; y Afrodita le otorgaría el amor de la mujer más bella del mundo. Algún tiempo después, Paris fue a Esparta a visitar al rey Menelao, que estaba casado con la bellísima Helena, la cual, nada más verlo, quedó prendada de él tras ser alcanzada, cabe pensar, por la flecha de oro que le lanzó Eros (Cupido), el hijo de Afrodita. Su fuga con Paris suscitó la famosa Guerra de Troya, en la que participaron todos los reyes de Grecia y en la que Hera y Palas Atenea apoyaron a los griegos por haberse visto postergadas en el citado juicio (Juicio de Paris), mientras que Afrodita favoreció a los troyanos.

El juicio de Paris, de P.P. Rubens, 1639. Museo Nacional del Prado, Madrid.
El juicio de Paris de P.P. Rubens, 1639. Museo Nacional del Prado, Madrid.

     Como diosa surgida del mar, el culto de Afrodita va frecuentemente asociado al de Poseidón. Fue venerada especialmente en la isla de Chipre, adonde llegó al poco de nacer, y le fueron construidos templos en numerosos puertos y promontorios del mundo griego, en algunos de los cuales, como el ubicado en la acrópolis de Corinto, se practicaba la prostitución ritual con las sacerdotisas de los mismos. Las fiestas Afrodisias, consagradas a ella, se celebraban por toda Grecia, pero sobre todo en Atenas y Corinto.

 Estatua de Augusto de Prima Porta, copia en mármol, con restos de policromía, de otra anterior en bronce, del 20 d.C., Museos Vaticanos, Roma.
Estatua de Augusto de Prima Porta, copia en mármol con restos de policromía (color púrpura, dorado, azul y otros), encargada por su mujer Livia, la cual está basada en otra que figuraba en un monumento en bronce erigido en honor de Augusto en el año 19 a. C. Museo Pío Clementino, Museos Vaticanos, Roma.

     Los romanos asimilaron, hacia el siglo II a. C., Afrodita a Venus, antigua deidad itálica de escasa relevancia, que protegía los huertos y, especialmente, los jardines. En el siglo I a. C., sin embargo, Venus alcanzó ya una cierta relevancia especialmente en Roma con Julio César, sobre todo, quien mandó se construyera en ella un templo dedicado a Venus genetrix (madre), más grande y suntuoso que los que Sila y Pompeyo habían erigido antes, también en su honor. Dicha advocación se debía al hecho de que Venus, en la tradición mitológica, era, como indicamos arriba, madre de Eneas, padre, a su vez, de Julo (también llamado Ascanio), fundador de la dinastía Julia. Convertido César, después de la Batalla de Farsalia (48 a. C.), en amo de Roma, él fue, cabe suponer, el más interesado en que se divulgara en Roma la citada ascendencia divina de la gens Iulia como eficaz instrumento para asentar su poder político en ella. Algo similar hizo su sobrino-nieto Octavio Augusto, siendo emperador de Roma, como refleja, por ejemplo, la bella estatua de Augusto de Prima Porta, en la que el escultor lo representa algo idealizado, la cual fue hallada en 1863 en la Villa de Livia, situada cerca de Prima Porta, en Roma. En ella aparece Augusto de  pie, con el manto de general y sosteniendo el bastón de mando consular y con el brazo derecho levantado en ademán de arengar a sus soldados y vestido  con  coraza ricamente decorada, en la que se muestran relieves alusivos a Marte, al Sol en su cuadriga y a la Aurora, y los de los últimos países conquistados, etc.; y como, cuando se hace esta estatua para su esposa Livia, posiblemente después de la muerte de Augusto (14 d. C.), este había sido ya divinizado, figura en ella (no así en el original de bronce) con los pies desnudos, igual que los dioses. El Cupido (hijo de Venus), por último, que aparece a su derecha a lomos de un delfín, animal marino por excelencia, evoca su origen divino, como descendiente que era de Venus, cuyo nieto Julo fundó la dinastía Julia. Las fiestas principales en honor de Venus en Roma se celebraban en el mes de abril,  -consagrado, según la opinión más extendida, a ella, cuyo nombre etrusco era Afru (por Afrodita)-, en el que la naturaleza, recobrado todo su esplendor, ofrecía sus mejores dones a los hombres, siendo considerado por ello un mes fausto para el amor y para las bodas.

     En el arte griego, Afrodita fue representada, al principio, vestida. En el siglo IV a. C., sin embargo, el escultor ateniense Praxíteles la representó completamente desnuda, a punto de entrar en el baño (este debió de ser el pretexto para “justificar” representarla así),  fijando el modelo de Afrodita/Venus desnuda, que, con algunas variaciones, se esculpió después en el arte helenístico y romano, así como el de las esculturas y representaciones pictóricas que se hicieron de ella en el Renacimiento e, incluso, más tarde.

     Los atributos de Afrodita/Venus son la concha, la manzana (por lo de la manzana de la Discordia), la rosa y la anémona, cuyo color rojo pasa también por haberlo tomado al ser rociada con la sangre de Adonis herido. Sus animales favoritos son el delfín  y las palomas, que tiran de su carro, cuyo color blanco y su vuelo gracioso eran especialmente atractivos a esta diosa.

Venus de Cnido, de Praxiteles 360 a.C. Copia romana s. II a. C. Museo Pío Clementino, Vaticano
Venus de Cnido, de Praxiteles 360 a.C., copia romana s. II a. C. Museo Pío Clementino, Museos Vaticanos, Roma.
  •  ARES / MARTE

         Algunos mitógrafos sostienen que el Ares griego era originario de Tracia [tras el affaire que tuvo con Afrodita, se refugió allí (ver Afrodita)], país semisalvaje, al norte de Grecia, rico en caballos y habitado por poblaciones belicosas, en donde se le debió de tributar culto como divinidad guerrera, a la que es posible se le sacrificaran, como en la vecina Escitia, caballos y otros animales e incluso hombres en circunstancias especiales, como sucedió en todas las religiones del Mediterráneo antiguo. El citado culto sería copiado por los ciudadanos de las polis griegas limítrofes y, después, se difundiría en otras, si bien no llegó a arraigar en las creencias religiosas de los helenos. En la antigua Grecia, en efecto, Ares, a pesar de su condición de olímpico, fue raramente objeto de culto, en comparación con otros dioses, como evidenciaría, p. e., el hecho de que se hayan conservado pocos monumentos griegos con representaciones de él. Sólo las ciudades que hicieron de la guerra su modo de vida desarrollaron rituales especiales en su honor, como fue el caso de Esparta, en la que se veneraba una estatua suya, ante la que se inmolaban perros de color negro antes de salir el ejército para la guerra. También los descendientes de Cadmo, rey de Tebas, tenían a Ares como antepasado suyo por haberse casado aquel con Harmonía, hija de Ares y de Afrodita, después de expiar durante ocho años, en calidad de esclavo suyo, la impiedad que cometió al dar muerte al dragón, hijo igualmente de Ares, que vigilaba la fuente a la que llegó Cadmo para proveerse del agua que iba a utilizar en un sacrificio ritual.

Cadmo luchando contra el dragón en presencia de Harmonia y Atenea, Crátera de Pestum, ca 350 a.C., Museo del Louvre, Paris.
Cadmo luchando contra el dragón en presencia de Harmonia y Atenea, Crátera de Pestum, ca 350 a.C., Museo del Louvre, Paris.

     En Roma, Ares fue asimilado a Marte, el cual debió de ser una antigua divinidad itálica de la vegetación y del laboreo del campo, a la que se le dedicó el segundo día de la semana y el mes de Marzo, en el que la naturaleza recobraba todo su vigor después del letargo invernal. Esto explicaría que algunas de sus fiestas, agrupadas en su mayoría en dicho mes,  presenten rasgos agrarios evidentes. Y siendo los antiguos romanos campesinos y pastores, Marte protegería igualmente a sus rebaños de ovejas de los ataques del lobo, al cual debieron de otorgarle pronto poderes mágicos para conjurar su influjo maligno sobre ellos (es lo que se conoce como efecto apotropaico). En la época clásica, sin embargo, Marte es, sobre todo, el dios de la guerra, la cual solía reanudarse también  en Marzo, y, como tal, gozó en Roma de una alta consideración, a diferencia de lo que le ocurriera a Ares entre los griegos, hasta el punto de que en ella fue la divinidad más venerada, después de Júpiter, en parte porque se le consideraba padre de Remo y de Rómulo, fundador mítico, a su vez, de la misma, tal como se recoge en una leyenda de origen igualmente griego.

Ares derrotado por Atenea. Escena del Vaso François de figuras negras del pintor Cleitias, ca 570 a. C. Museo Arqueológico de Florencia.
Ares derrotado por Atenea. Escena del Vaso François de figuras negras del pintor Cleitias, ca 570 a. C. Museo Arqueológico de Florencia.

Según esta leyenda, que completa a otra mencionada más arriba (ver Afrodita/Venus), Procas, sexto sucesor de Ascanio/Julo, legó el trono a su hijo Numítor, pero su otro hijo, Amulio, lo destronó y, para evitar que algún descendiente suyo le arrebatara el poder, obligó a su hija Rea Silvia a hacerse Vestal. (Las Vestales debían permanecer vírgenes mientras estuvieran al servicio de Vesta.) Pero un día esta fue poseída por Marte y nueve meses después dio a luz a los gemelos Rómulo y Remo. Tras el nacimiento de estos, Rea Silvia, antes de que fuera lapidada por haber quebrantado su voto de virginidad, puso a los niños en una cesta de mimbre y la depositó en un afluente del río Tíber, quedando prendida, después de recorrer un largo trayecto, en las raíces de una higuera al pie del monte Palatino. Al oír el llanto de los niños, una loba se acercó a ellos y se los llevó a su guarida, en donde compartieron su leche con los lobeznos que estaba criando. Descubiertos algunos días después por Fáustulo, pastor del lugar, se los llevó a su choza para que terminara de criarlos su esposa, Acca Larentia. Rómulo y Remo crecieron, pues, entre pastores y, cuando eran adolescentes, hicieron algunas incursiones de pillaje en los campos de los alrededores. Sorprendido Remo robando en las tierras de Numítor, fue apresado y entregado a este para que lo juzgara, quien, en el momento de hacerlo, dedujo, por la edad del mismo y por el gran parecido que tenía con Rea Silvia, que aquel era su nieto. Confirmado esto, Remo y su hermano Rómulo, que había llegado a Alba Longa con un número importante de pastores armados, mataron a Amulio y repusieron a su abuelo en el trono. Agradecido Numítor por esta acción, les permitió fundar una ciudad donde ellos eligieran. El lugar elegido fue el monte Palatino, y, para saber cuál de los dos hermanos era el designado por los dioses para ser el primer rey de Roma, decidieron someterse a los augurios, consultando el vuelo de las aves, que fue entre los romanos el procedimiento habitual para conocer la voluntad de aquellos en cualquier empresa importante que se iba a emprender. Remo, situado en la cima del Aventino, vio pasar seis buitres y Rómulo doce, algo después, desde la del Palatino. Considerándose, pues, éste vencedor en el augurio, se dispuso a trazar el perímetro de la ciudad de Roma con un arado tirado por un buey y una vaca de color blanco, según un rito etrusco. Finalizado este, Remo cruzó con gesto de mofa dicho surco sagrado suscitando el enojo de Rómulo, quien atravesó al instante a su hermano con la espada diciendo: “Así mueran después todos los que osen franquear las murallas de Roma.”

     A raíz de esta leyenda, la loba amamantando gemelos se convirtió después en el símbolo de Roma y Marte recibió el apelativo de Pater, como Júpiter, y a los jóvenes, que desempeñaban un papel importante en las legiones, se les llamó “juventud romulea”, “hijos de la loba” o “hijos de Marte”. Inicialmente, la Lupa romana fue representada sin los niños; pero, en el año 295 a. C., los hermanos Ogulnios, en su calidad de ediles curules, propusieron, como recoge T. Livio en Ab urbe condita X, 23, que se colocaran las figuras de los mismos bajo las ubres de la Loba Ruminal como si los estuviera amamantando. En el Imperio Romano, este fue un tema popular en medallas, monedas, mosaicos, etc. Según algunos historiadores romanos, los gemelos simbolizaban la raza latina y la  sabina, las cuales, tras mantener ambos pueblos diversos enfrentamientos entre ellos (el sugerido, p.e., en la leyenda El rapto de las Sabinas) y con otros del Lacio por hacerse con la hegemonía sobre este, terminaron fusionándose, surgiendo así la pujante Roma, que se convertió pocos siglos después en la capital de uno de los Imperios más grandes de la historia.

La loba amamantando a Rómulo y a Remo, en bronce, Museos Capitolinos, Roma. Esta escultura se venía atribuyendo a algún broncista etrusco de comienzos del siglo V a. C. Expertos, sin embargo, de la Universidad del Salento (Italia) han llegado a la conclusión, después de realizar recientemente un riguroso estudio sobre la misma, que ésta es una copia medieval del siglo XI o XII de un original etrusco. Los niños, perdidos también en la Edad Media, fueron esculpidos, igualmente en bronce, en el Renacimiento por Antonio Pollaiuolo, según la opinión más generalizada, y añadidos después a dicha escultura.
La loba amamantando a Rómulo y a Remo, en bronce, Museos Capitolinos, Roma. Esta escultura se venía atribuyendo a un broncista etrusco de comienzos del siglo V a. C. Expertos, sin embargo, de la Universidad de Salento (Italia) han llegado a la conclusión, después de realizar recientemente un riguroso estudio sobre la misma, que ésta es una copia medieval del siglo XI o XII de un original etrusco. Los niños, perdidos también en la Edad Media, fueron esculpidos, igualmente en bronce, en el Renacimiento por Antonio Pollaiuolo, según la opinión más generalizada, y añadidos a dicha escultura.

     Antes de iniciar una batalla, se invocaba a Marte en Roma y, si aquélla resultaba favorable, se le consagraba parte del botín logrado en ella; en caso de derrota, esta se atribuía a su influjo desfavorable, y se intentaba aplacarlo con grandes sacrificios. Los principales templos de Marte en Roma fueron: el de la Primera Tríada Capitolina, que compartió con Júpiter y Quirino;  el de Mars Gradivus, cerca de la Puerta Capena, de donde partía el ejército para la guerra; y el de Mars Ultor (vengador), construido a instancias de Augusto en el Foro Civil después de la derrota de los asesinos de César. Le estaba consagrado también el Campo de Marte, una amplia llanura en la orilla izquierda del Tíber, donde se realizaban ejercicios militares y en el que se le erigió al principio un altar para ofrecerle sacrificios. De su culto se encargaban los sacerdotes salios (salii), que  eran elegidos entre las familias patricias, encabezados por el Flamen Martialis. Uno de estos fue el famoso Publio Cornelio Escipión el Africano.

     A Ares/Marte se le representa normalmente como un guerrero con coraza, casco, lanza y espada y armado de escudo. Le estaban consagrados varios animales como el lobo,  el buey labrador, el caballo de batalla, los buitres y el pájaro carpintero.

Marte. Pintura mural de la Casa de Venus en la Concha, primera mital s. I. d.C. Pompeya
Marte. Pintura mural de la Casa de Venus en la Concha,  siglo I. d. C. Pompeya
  •  HERMES / MERCURIO

      Hermes, hijo de Zeus y de Maya, hija, a su vez, del titán Atlas y de la ninfa marina Pléyone, nació en una gruta del monte Cilene, al noreste de la abrupta Arcadia, en la que el padre de los dioses la visitaba de noche para pasar inadvertido a los demás dioses y a los hombres mortales, como se recoge en el Himno a Hermes, atribuido erróneamente a Homero.  Fue uno de los últimos dioses que pasó a integrar el Olimpo y, salvo en la leyenda en la que se narra cómo robó a los pocos días de nacer cincuenta vacas a Admeto, rey de Feras, las cuales pastoreaba su hermanastro Apolo en Tesalia, en todas las demás donde figura desempeña un papel secundario. A pesar de esto, es una de las divinidades más populares y complejas del panteón griego, realizando o patrocinando actividades diversas, aparentemente dispares, que pudo realizar por su enorme talento y la gran movilidad que tenía para desplazarse de un lugar a otro. Mencionado ya en una tablilla micénica del segundo milenio a. C., Hermes debió de ser, al principio, una divinidad de la naturaleza, responsable de la fertilidad y de la buena suerte y protectora de los rebaños, abundantes en su Arcadia natal, o, como defienden algunos mitógrafos, el dios del viento, lo cual explicaría gran parte, al menos, de las funciones que desempeña. Así, la invención de la lira y la siringa por Hermes y su faceta de músico se entienden relacionándolas con los sonidos que produce el viento cuando sopla con fuerza entre las rocas y los árboles del bosque. La rapidez, por otra parte, con la que se desplaza merced a sus alas explica su función de mensajero de los dioses, que le asignó Zeus, y, así mismo, la protección que da a quienes viajan por tierra o por mar, en especial, a los mercaderes, propiciando con ello el intercambio provechoso y las ganancias, en general. Así mismo, como dios del viento, él es quien agita las nubes y proporciona la lluvia beneficiosa a los humanos, animales y plantas. Finalmente, se entiende que sea él, también, quien acompañe hasta el Hades a las almas de los muertos, asimiladas a un soplo, según la concepción antigua. Su carácter original de dios del viento o divinidad de la naturaleza arcadia desaparecería gradualmente en las leyendas, terminando por desempeñar, como principal cometido, el papel de heraldo de los dioses.

Hermes.Detalle del Vaso François, de Kleitias, ca. 570 a.C. Museo Arqueológico de Florencia.
Hermes. Detalle del Vaso François, de Kleitias, ca. 570 a.C. Museo Arqueológico de Florencia.

     Nada más nacer, Hermes dio ya muestras de su gran talento para el engaño y la invención. Su primer pensamiento, en efecto, fue robarle a Apolo las vacas de Admeto, que debía pastorear durante un año como castigo por haber matado a los Cíclopes, por lo que, tras quitarse las bandas de tela con las que estaba envuelto y saltar de la cuna donde lo había puesto su madre, salió sigilosamente de la gruta dispuesto a conseguirlo. Cruzado el umbral de esta, una tortuga que pasaba por allí le hizo concebir la idea de fabricar con su caparazón un instrumento musical, el cual confeccionó tensando sobre él siete cuerdas de tripa de oveja, después de descuartizar a aquella y efectuar el vaciado del mismo. Hermes inventó así la forminge lira homérica, que dejó en su cuna cubierta con una piel de oveja. Tras esto, se dirigió a Pieria, en el nordeste de Tesalia, en donde pacía la vacada de Apolo. Cuando llegó allí, aprovechando un descuido de este, que estaba solazándose con el bello Himeneo, nieto de Admeto, le robó cincuenta vacas del rebaño, y, para confundirlo cuando intentara descubrir su paradero siguiendo sus huellas, se confeccionó unas grandes sandalias hechas de ramas de mirto y de tamarindo, que puso bajo sus pies, y a las vacas las hizo caminar hacia atrás, indicando, por tanto, las marcas de sus pezuñas una dirección contraria a la que seguían.

Mujer tocando la lira, cuya invención atribuyeron los griegos a Hermes.
Mujer tocando la lira, cuya invención atribuyeron los griegos a Hermes.

     De este modo, llegó con el rebaño a Pilos, en el suroeste del Peloponeso, en donde sacrificó dos vacas, cuya carne ofreció, hechos los correspondientes trozos, a cada uno de los dioses del Olimpo, después de asarlos en el fuego que él inventó entonces también. Encerradas las restantes en una caverna, regresó a la gruta de Cilene y se volvió a meter en su cuna. Apolo,  cuando supo, por sus dotes adivinatorias y por la información que le proporcionó el pastor Beto, que había visto pasar a Hermes con un rebaño de vacas, que este había sido el autor del robo, se fue a ver a Maya para quejarse de lo que le había hecho su hijo. Sorprendida por lo que acababa de decirle Apolo, le respondió, mostrándole al niño, que este dormía plácidamente en la cuna (más bien, se hacía el dormido) y que, además, un recién nacido no pudo hacer tal cosa; también Hermes, despertado bruscamente por Apolo, negó haberle robado las vacas. Entonces decidió llevar a este ante Zeus, quien, al oír sus desvergonzadas mentiras, estallando en carcajadas le ordenó que acompañara a su hermanastro hasta la gruta donde las tenía encerradas y se las devolviese. Cuando llegaron allí, maravillado Apolo por los melodiosos sones que había sacado Hermes de su lira, le dijo que le encomendaría gustoso el pastoreo de las vacas, si él le regalaba la lira. Aceptado el trato, sacaron ambos el rebaño a pastar en un prado, y, al ver Hermes cerca de él un cañaveral, cortó una de las cañas e hizo con ella la flauta siringa – según otra tradición, el autor de esta fue Pan (ver Sátiros, Silenos, Faunos y Pan), copiándosela después Hermes-, formada por varios tubos unidos, con ocho o nueve agujeros, la cual  regaló también a Apolo, quien le dio, a cambio, el cayado de oro que había utilizado para arrear la vacada, por todo lo cual se acabó creando una buena amistad entre ambos dioses. Apolo fue, de hecho, quien introdujo a Hermes en el Olimpo, en donde pasó a ser el mensajero de los dioses, en particular, de Zeus.

Hermes niño, Apolo y Maia. Cerámica de figuras negras, ca. 520 a, C. Museo del Louvre
Hermes niño, Apolo y Maia. Cerámica de figuras negras, ca. 520 a, C. Museo del Louvre

     Ejerciendo Hermes esta función, Zeus le encargó, por ejemplo, entregar a Paris la Manzana de la Discordia y anunciarle que había sido elegido para que dirimiera cuál de las tres diosas que se la disputaban era la merecedora de la misma. (ver Afrodita/Venus). Por orden suya también, acompañó, dada su capacidad persuasiva, al anciano Príamo, rey de Troya, hasta la tienda de Aquiles en el campamento griego, adonde acudió para suplicarle que le devolviera el cadáver de su hijo Héctor. (ver Aquiles). Secundando igualmente a Zeus en sus frecuentes amoríos, recibió de manos de este al recién nacido Dioniso (ver Dioniso/Baco) y lo entregó al rey de Beocia Atamante y a su esposa Ino, tía de Dioniso, para que lo criaran disfrazado de niña, pues tenían que evitar que Hera lo reconociese. Descubierto por esta el engaño, Hermes lo puso bajo la tutela de las Ninfas de la lluvia de la boscosa región de Nisa (Asia Menor), quienes lo criaron convertido en un cabritillo. También él fue el encargado de llevar una manada de toros a la playa, en Fenicia, para que Zeus pudiera seducir a Europa (ver Zeus), y dio muerte a Argos, monstruo dotado de cien ojos, al que Hera le había encomendado vigilar a Io (ver Hera/Juno). Por otra parte, Hermes salvó a Zeus en su enfrentamiento contra Tifón, un monstruo espantoso, recuperando y volviendo a unir a su cuerpo los tendones que este le había quitado y escondido en una piel de oso, cuya custodia había confiado a un dragón, viéndose por ello impedido para proseguir el combate con aquel, y, en la lucha de los dioses olímpicos contra los Alóadas ‐dos hermanos gemelos gigantes‐, salvó a Ares sacándolo de la vasija de bronce en la que éstos lo habían metido. También ayudó, por mandato de los dioses, a héroes como Heracles, Perseo o Ulises, proporcionándoles los instrumentos necesarios para sus hazañas y aventuras, y a algunos mortales.

Hermes entrega al recién nacido Dioniso a Atamante . Crátera griega, ca. 440 a.C., Museo grecorromano-etrusco. Vaticano.
Hermes entrega al recién nacido Dioniso a Atamante . Crátera griega, ca. 440 a.C., Museo grecorromano-etrusco. Vaticano.

     Por su facilidad para desplazarse, Hermes era el protector de los heraldos y, en general, de los que viajaban por tierra o por mar, sobre todo de los que lo hacían con fines comerciales, y, también, de los ladrones y tramposos (él fue uno de ellos, como vimos antes), habida cuenta que, en la antigüedad, la frontera entre lo que se consideraba lícito o ilícito era muy tenue cuando se trataba de obtener algún beneficio. Los viajeros, antes de ponerse en marcha, solían encomendarse a Hermes y, en puntos determinados de los caminos más transitados, especialmente en los cruces, arrojaban una piedra formulando al tiempo un deseo. Esta práctica se debió, según algunos mitógrafos, a que en épocas antiguas algunas divinidades fueron adoradas bajo la forma de un montón de piedras o de un bloque amorfo de piedra o de madera, el cual adoptaría después la forma de un falo, si representaba a Hermes, que fue al principio un dios protector de la fertilidad y de los rebaños, y, más tarde, la de un bloque cuadrado o rectangular de piedra coronado por un busto suyo y con un falo erecto tallado muchas veces en aquel, en cuya base el viajero que pasaba por delante de uno de ellos (hermas) seguiría depositando una piedra, como se había hecho siempre.

Herma griega arcaica. Museo Arqueológico de Atenas.
Herma arcaica  griega. Museo Arqueológico de Atenas

     Más tarde, dicho bloque evolucionó convirtiéndose en una columna con la mitad superior o toda ella con forma humana.  Los citados montones de piedras y pilares, que se debieron de relacionar desde el principio o muy pronto con el culto de Hermes, se utilizarían originalmente para marcar las fronteras de las polis y los límites de las fincas y de otros lugares, mientras que las hermas de los cruces de caminos y calles, puertas de las ciudades, gimnasios, palestras, pórticos y delante de la puerta de las casas y de los santuarios debieron de ser erigidos para que el dios trajera buena suerte a los ciudadanos y alejase de ellos todo lo que pudiera causarles algún daño: espíritus malignos, echadores del mal de ojo, ladrones, etc. Según Tucídides (Historia de las Guerras del Peloponeso, VI), la noche del día 6 de mayo de 415 a. C., en vísperas de la salida de la flota ateniense, comandada por Alcibíades, hacia Sicilia para tomar Siracusa, aliada de Esparta, fueron mutiladas la mayor parte de las hermas de la ciudad de Atenas, provocando esto un gran escándalo en ella. No se llegó a descubrir a los autores de dicha profanación, pero la opinión más generalizada, al respecto, es que dicha mutilación fue provocada por Alcibíades participando en ella o, como mínimo, de haber sido el gran inductor de la misma.  Por lo que respecta al significado de las encrucijadas de caminos o de calles -en las que las hermas eran representadas a menudo con tres o cuatro cabezas-, aquellas estuvieron envueltas entre los griegos en multitud de leyendas horripilantes e inseguridades (Hécate, p. e., diosa maléfica y nocturna producía el espanto en ellas con los aullidos de sus perros), por lo que gozaron de un especial respeto religioso desde antiguo. El sentido mágico de las mismas perviviría en nuestra cultura, como evidencian las cruces y cruceros erigidos en ellas en muchos lugares.

      Por sus excelentes dotes para la persuasión y su habilidad en el uso de la palabra, Hermes protegía igualmente a los heraldos y embajadores e inspiraba a quienes hablaban en la asamblea, y, como inventor del lenguaje, se le consideró también, más tarde, descubridor y maestro de todas las artes y las ciencias. Hermes, por otra parte, estaba relacionado con los procesos iniciáticos, como el paso de los jóvenes a la efebía, y protegía los gimnasios y la palestra, en donde estos se ejercitaban. Inventor de la forminge o lira homérica y de la siringa o flauta de Pan, Hermes protege también a los músicos y a los pastores y acompaña al Hades a las almas de los muertos (Hermes Psicopompo). En época helenística, fue asociado en Alejandría al egipcio Thot/Anubis, dios de la sabiduría, la escritura, la música, los conjuros y los hechizos, asumiendo así el papel de dios de la magia, señor de los alquimistas e intérprete de los textos mistéricos. Del nombre de Hermes procede el adjetivo hermético: difícil de conocer, entender o descifrar.

Hermes asimilado a Anubis. s. l-ll d.C. Museos Vaticanos.
Hermes asimilado a Anubis. s. l-ll d.C. Museos Vaticanos.

     Hermes tuvo muchos hijos. Uno de ellos fue Hermafrodito, al que engendró con Afrodita, de ahí, su nombre. Este era grácil y hermoso, pero sentía una gran aversión hacia las mujeres. En una ocasión, se bañaba desnudo en un lago de Tracia donde vivía la ninfa Salmacis, la cual, al verlo, se acercó a él por sorpresa y lo abrazó. En el forcejeo con este, que pretendía separarla, suplicó a los dioses le permitieran permanecer siempre abrazada a él. Logrado su deseo, los cuerpos de ambos jóvenes se fusionaron en uno solo con doble sexo. También complacieron los dioses a Hermafrodito, que les había pedido que todo el que se bañara en adelante en aquel lago perdiera su virilidad. Otro de sus hijos fue Pan, dios agreste y flautista, nacido de su relación con una ninfa en su Arcadia originaria, de feo aspecto, lascivo como un macho cabrío, que  se dedicaba a perseguir a las ninfas por los bosques en busca de sus favores.  Hermes participó también en la creación de Pandora (ver Prometeo, Epimeteo y Pandora) modelando el taimado interior de la misma y otorgándole un cínico pensar y una labia seductora. Finalmente, con Quíone, hija de Bóreas, dios del viento del Norte, engendró a Autólico, quien “superó a todos los hombres en el arte de robar y de engañar”, como recoge Homero, y fue, según una tradición, abuelo de Ulises, calificado en la Ilíada con los epítetos de ‛astuto’, ‛fecundo en ardides’ y ‛de multiforme ingenio’.

Creación de Pandora. De izquierda a derecha: Poseidón, Atenea, Pandora, Ares y Hermes. Crátera de figuras rojas, ca. 460 a.C. Museo Británico.
Creación de Pandora. De izquierda a derecha: Poseidón, Atenea, Pandora, Ares y Hermes. Crátera de figuras rojas, ca. 460 a.C. Museo Británico.

      La Arcadia fue la región donde primero y de manera especial se veneró a Hermes como dios protector del pastoreo, a pesar de lo cual no se le erigió en ella ningún gran santuario.  De allí se extendería su culto a otras regiones del interior de Grecia donde la cría de ganado fuera también relevante, y, posteriormente, a regiones de la costa con una importante actividad comercial, en las que se le honraría como dios protector del comercio y  propiciador de las ganancias obtenidas con él. Las fiestas Hermeas se celebraban en su honor en Atenas, Beocia, el Peloponeso, etc, y el día cuatro de cada mes, en el que se creía había nacido, se le hacían ofrendas de miel, hogazas e higos secos. En Roma, Hermes fue asimilado a Mercurio, introducido en ella por los etruscos, el cual no tenía la variedad de funciones que caracterizaban a aquel. Cuando los romanos iniciaron las actividades comerciales, a partir del siglo II a. C., fue venerado sobre todo por los comerciantes, que, en recuerdo de su madre Maya, celebraban una fiesta el día de las Idus de Mayo (15). Se le erigió un templo en la ladera del Aventino, no lejos del puerto fluvial de Roma, adonde llegaban las mercancías desde el Puerto de Ostia. Más tarde, por influencia de poetas como Horacio y Ovidio, adquirió las características del dios griego.

Detalle de la reja del Banco de España de Madrid con el caduceo de Hermes, protector del comercio.
Detalle de la reja del Banco de España de Madrid con el caduceo de Hermes, protector del comercio.

     A Hermes/Mercurio se le suele representar con sombrero de ala ancha (πέτασος, pétaso) -usado por los caminantes para protegerse del sol y de la lluvia, el cual colgaba detrás de su espalda sujeto con una cuerda cuando no lo llevaba puesto en la cabeza-, con alas, manto de viaje, bolsa para las monedas, sandalias aladas y caduceo en la mano derecha con las dos serpientes, entrelazadas y afrontadas, que Hermes había separado cuando luchaban entre ellas, y rematado generalmente por dos pequeñas alas. Los caminantes solían llevar un palo o vara de madera, pulida y adornada, en el caso de los heraldos y embajadores, para quienes dicho caduceo era un distintivo de la autoridad que ostentaban representando a sus respectivas ciudades. Como protector de los rebaños y pastores, Hermes es representado, a veces, con un carnero sobre sus hombros (Hermes Crióforo), imagen en la que se debieron de inspirar los cristianos, además de en la del Moscóforo (o portador del ternero), del s. VI a. C .,  para representar, a partir del siglo II d. C., a Cristo como Buen Pastor. Algunas veces, se le representa también con la forminge o la siringa, que él inventó  Sus animales son la tortuga, el gallo y el carnero.

Hermes, con sus principales atributos, del pintor Titono, lekito ático de figuras rojas, 500-450 a.C. Museo Metropolitano de Nueva York.
Hermes, con sus principales atributos, del pintor Titono, lekito ático de figuras rojas, 500-450 a.C. Museo Metropolitano de Nueva York.

  •  HEFESTO / VULCANO

        Hefesto es el dios del fuego, de la metalurgia y la artesanía y protector de los escultores y los artesanos y de los herreros, en particular, y, a diferencia de los otros dioses olímpicos, era feo, cojo y contrahecho. Hijo de Zeus y de Hera, como se  recoge en la Ilíada de Homero, fue arrojado por aquel del Olimpo por haber defendido a su madre en una disputa doméstica suscitada entre el matrimonio, y, tras un descenso que duró un día, cayó al final del mismo en la isla de Lemnos, en donde fue recogido, lisiado y cojo por el duro golpe que se dio al impactar contra el suelo,  por los sinties, a quienes se consideraba los más antiguos forjadores de metal. Según otra tradición, de la que se hace eco Hesíodo en su Teogonía, Hera engendró a Hefesto sola, despechada con su marido por haber dado a luz a Atenea, que le había brotado de su cabeza (ver Hera/Juno), y, cuando vio lo poco agraciado que era, avergonzada de él, lo cogió por un pie y lo lanzó al mar desde el Olimpo para ocultarlo a la vista de los demás dioses. (En este caso, no fue Hefesto quien facilitó el citado nacimiento hendiendo la cabeza de Zeus con un golpe de hacha, sino Prometeo.) El hecho de que en ambas versiones Hefesto fuera arrojado a la tierra o al mar desde el Olimpo se podría explicar, en una interpretación naturalista, diciendo que los antiguos griegos relacionarían muy pronto dicho lanzamiento con el de los rayos que enviaba Zeus a la tierra a los mortales para castigarlos, los cuales forjaba Hefesto para él. Por otra parte, su deformación física se justificaría, también, por ser el herrero divino, al que representaron cojo y deforme dado que los herreros de la Edad del Bronce solían padecer diversas afecciones debido al arsénico que añadían al plomo para endurecerlo antes de forjarlo.

Hefesto en su fragua ayudado por los cíclopes.
Hefesto en su fragua ayudado por los cíclopes.

En el mar, Hefesto fue recogido por la nereida Tetis, madre de Aquiles, y por la ninfa oceánica Eurinome, quienes lo cuidaron y atendieron durante nueve años en una gruta que se abría bajo el nivel del mismo en la isla de Lemnos, en el transcurso de los cuales hizo para ellas joyas y otros objetos artísticos. Conocida su habilidad como artesano y herrero por los demás dioses, empezaron a hacerle cada vez más encargos. A su madre, Hera, le envió como regalo, para vengarse de ella por haberlo arrojado recién nacido del Olimpo, un trono de oro y de diamante, que concibió de forma que, cuando se sentase en él, quedara sujeta con unas cadenas invisibles que nadie podría romper. Caída Hera en la trampa, Zeus mandó llamar a Hefesto para que la librara de semejante trance, pero no quiso obedecer. Sí logró convencerlo, en cambio, Dionisos, quien, después de emborracharlo, lo subió en un asno, a lomos del cual hizo su entrada en el Olimpo. Recuperado de su embriaguez, Hefesto aceptó liberar a Hera  solo si Zeus le otorgaba como esposa a la bella Afrodita, la cual le engañaría con Ares y otros (ver Afrodita/Venus).

Hefesto se presenta a Hera, apresada en su trono, acompañado de Dionisos y un sátiro. Cerámica griega, ca. 430 - 420 a.C.
Hefesto se presenta a Hera, apresada en su trono, acompañado de Dionisos y un sátiro. Cerámica griega, ca. 430 – 420 a.C.

     Según la Ilíada de Homero, Hefesto tuvo su primera fragua en el Olimpo, en la que fabricó el palacio de bronce de algunos dioses y el suyo propio; pero versiones posteriores situaron su forja, más bien, en lugares volcánicos, como el monte Mosiclo en la isla de Lemnos -en donde, según los comentaristas antiguos de Homero y de Sófocles y los poetas romanos, hubo un volcán, cuya existencia, sin embargo, fue negada a raíz de unos estudios geográficos realizados en el siglo XIX, por lo que se pensó en la posibilidad de que hubiera habido gas natural que se inflamaría, cosa que, parece, tampoco existió-, o en el Etna, volcán que ha mantenido a lo largo de los siglos una gran actividad, en la costa nordeste de Sicilia, o en el de la isla Lípari, a la que los romanos llamaron Vulcano, al norte de la anterior. Habilísimo en la forja del metal, Hefesto fabricó también, ayudado por los Cíclopes, numerosos objetos mágicos y regalos varios para diferentes dioses, héroes y mortales: la égida y los rayos de Zeus, el carro de Helios, el casco y las sandalias aladas de Hermes, el arco y las flechas de Eros, el casco de Hades, que hacía invisible a quien lo llevaba, el cinturón de Afrodita, el collar de Harmonía, el hombro de marfil de Pélope, el cetro de Agamenón y la nueva armadura de Aquiles, que forjó con todo lujo de detalles (Ilíada XVIII, 478-608), a petición de Tetis, quien acudió a él después de que Héctor hubiera dado muerte a Patroclo y le hubiera arrebatado la armadura de Aquiles, que este le había prestado, junto con sus soldados, los famosos Mirmidones, tras negarse a seguir combatiendo con los griegos enojado por haberle quitado Agamenón su esclava Briseida. Ataviado Aquiles con sus nuevas armas, volvió al campo de batalla para vengar la muerte de su gran amigo Patroclo, cambiando al instante el signo de la guerra, que terminó con la muerte, a manos suyas, del caudillo troyano, hijo del rey Príamo.

Hefesto entrega a Tetis las armas que ha fabricado para su hijo Aquiles. Kylis, ca. 480 a.C. Antikenmuseum, Berlín.
Hefesto entrega a Tetis las armas que ha fabricado para su hijo Aquiles. Kylis, ca. 480 a.C. Antikenmuseum, Berlín.

     Respecto a la descendencia de Hefesto, una antigua versión recogida por Homero señala que se casó con Áglae, la más joven y bella de las Tres Gracias, con la que tuvo varios hijos. Así mismo, aparece relacionado con el mito fundacional de Atenas, según el cual, tras el nacimiento de Atenea, en el que participó él hendiéndole a Zeus la cabeza con un hacha, prendado de su belleza intentó forzarla. Ella se resistió y del semen de Hefesto derramado sobre la tierra nació Erictonio. Compadecida Atenea de él lo crió hasta que se convirtió en rey de Atenas, de la que ella era su protectora. Hefesto participó también en la creación de Pandora, cuyo cuerpo modeló con barro (ver Pandora). Los autores antiguos, sin embargo, no citan hijo alguno de Hefesto con Afrodita.  

     El culto de Hefesto fue especialmente intenso en la isla de Lemnos, cuyas monedas llevaban estampada su cabeza.  Así mismo, fue adorado en todos los centros industriales y manufactureros de Grecia, sobre todo en Atenas, en donde se le erigió, entre 449 y 415 a. C., el Teseion, también conocido como Hefestion, en la zona noroeste del Ágora sobre la colina Colonos Agoreo, y un altar propio en el Erecteion, templo levantado en el lado norte de la Acrópolis en honor de los dioses Poseidón y Atenea Polias y de Erecteo,  rey  mítico de la ciudad. En la mitología romana, se lo conoce como Vulcano, cuya fragua situaron los poetas en las entrañas del Etna. Se le ha solido representar como un dios feo y cojo, con la barba desaliñada y el pecho descubierto, con el martillo o las tenazas en la mano derecha, forjando en su fragua, inclinado sobre un yunque, el hierro candente asistido por sus ayudantes.

Vulcano forjando los rayos de Zeus, de Pedro Pablo Rubens (1636-1638). Museo del Louvre
Vulcano forjando los rayos de Zeus, de Pedro Pablo Rubens (1636-1638). Museo del Louvre

4. OTROS DIOSES Y HÉROES

  •  DIONISO / BACO

        Dioniso es el dios de la vid y del vino, de la embriaguez, del éxtasis creativo y el teatro. De origen asiático, según algunos autores [Eurípides, en sus Bacantes (464), pone en su boca: “Lidia es mi patria“], su culto debió de estar ligado al de la madre Tierra, como dios de la fertilidad natural y de las plantas, en especial, de la vid, y penetraría en Grecia por el norte desde Tracia en época relativamente temprana, dado que su nombre figura ya en las tablillas micénicas del segundo milenio a. C. Llegaría primero a Tesalia, luego, a Beocia -que fue uno de los principales centros del culto dionisíaco, en cuyas fiestas orgiásticas, las cuales se celebraban cada dos años en las laderas del monte Citerón, participaban mujeres casadas, quienes realizaban de noche danzas frenéticas, cual bacantes, en honor del dios, agitando, al grito de evohé, el tirso y las antorchas que llevaban en sus manos, y, al final de las mismas, comían la carne cruda de un animal salvaje capturado-, y, después, al Ática, de donde irradiaría al resto de la Hélade.

     En la mitología griega, Dioniso fue, según la  versión más generalizada, hijo de Zeus y de Sémele, hija, a su vez, de Cadmo, fundador de Tebas. Según esta, hallándose Sémele embarazada de seis meses, la celosa Hera, esposa de Zeus, le dijo, tras granjearse su amistad disfrazada de anciana, que Zeus no era el padre del niño que esperaba. Devorada aquella por las dudas, le pidió a Zeus, quien la había poseído con forma humana, que se le mostrara en todo su esplendor. Zeus se negó a hacerlo, sabedor de las terribles consecuencias que conllevaría aquello para Sémele, pero, ante la insistencia de esta, se le apareció armado con sus rayos y rodeado de llamas, lo cual provocó que fuera abrasada al instante; el feto, en cambio, se salvó, pues Hermes lo extrajo del vientre de su madre y lo cosió al muslo de Zeus para que acabara de gestarse allí. Después de nacer, Zeus confió el cuidado de Dioniso a Hermes, quien encargó de su crianza a Ino, esposa del rey de Orcómeno, indicándole que lo vistiese con ropas femeninas para evitar que Hera lo reconociese; pero esta descubrió la treta y volvió loca a Ino y al propio Atamante (ver Hera/Juno). Entonces Hermes llevó a Dioniso al monte Nisa, que algunos mitógrafos sitúan en Frigia, y lo entregó, transformado en cabrito a fin de burlar a Hera, a las ninfas de aquellos lugares para que se cuidaran de él. Según una tradición se le confió también al viejo Sileno, obeso y borracho, la protección del niño de la ira de Hera y su educación, dado que poseía una gran sabiduría y el don de la profecía, siendo considerado por ello el padre adoptivo de Dioniso, del que fue su más fiel compañero. En Nisia, Dioniso descubrió, según otras versiones, el cultivo de la vid, que extendió después, junto con su propio culto, por diversos lugares.

) Dioniso naciendo del muslo de Zeus. Crátera de figuras rojas (s. lV a. C). Museo Arqueológico de Tarento (Italia)
Dioniso naciendo del muslo de Zeus. Crátera de figuras rojas (s. lV a. C). Museo Arqueológico de Tarento (Italia)

     Dioniso fue un dios itinerante, que recorrió las más remotas regiones de Asia, África y Grecia, invadiendo, a veces, sus cultos el dominio de otras divinidades,  como el de Apolo en Delfos y el de Deméter o el de Core en Eleusis. Su ruidoso cortejo lo suelen integrar las ménades o bacantes, los sátiros (ver Sátiros), el viejo Sileno, padre adoptivo, preceptor y leal compañero de Dioniso, el dios Pan y los centauros, adornándose con el tirso, la hiedra y la vid, símbolos de Dioniso. A quienes lo despreciaban a él y los rituales orgiásticos de su culto les causaba la locura y su destrucción. Uno de estos fue Penteo, rey de Tebas, lugar de nacimiento de Dioniso, adonde regresó este, disfrazado de joven apuesto y acompañado de las Ménades, para introducir su culto en ella. Este tema es desarrollado por Eurípides en su tragedia Las Bacantes: Al llegar a Tebas aquel “extraño” joven, Penteo trata por todos los medios de impedir que el culto de Dioniso se expanda en la ciudad por temor a que el orden que reinaba en ella se viera alterado. El citado joven le aconseja entonces que vaya al monte Citerón para sorprender in fraganti y castigar después a las mujeres de la ciudad, entre ellas su madre Ágave, que habían ido allí para celebrar con las Ménades los ritos orgiásticos de Dioniso. Sorprendido por estas subido en un árbol, desde el que quería verlas sin ser visto, lo hacen bajar de él y, creyendo que es un león, lo descuartizan y llevan su cabeza a Tebas para celebrar en ella su gran triunfo. Cuando Ágave recupera la consciencia por indicación de su padre Cadmo, lamenta desconsolada la atroz muerte de su hijo.

“Las Bacantes”, de Eurípides. Grupo Thiasos. X Festival Juvenil de Teatro Grecolatino de Segóbriga. 14 de Mayo de 1993
“Las Bacantes”, de Eurípides. Grupo Thiasos. X Festival Juvenil de Teatro Grecolatino de Segóbriga, 14 de Mayo de 1993

     Durante mucho tiempo, el culto de Dioniso debió de circunscribirse al ámbito rural por el carácter orgiástico del mismo y porque fuera considerado una innovación peligrosa para el orden aristocrático establecido. Esto explicaría que Homero y Hesíodo, que realizaron una selección de los mitos según los gustos de las aristocracias locales, apenas citen el culto de Dioniso, en cuyo honor se organizaban en los demos al finalizar la recogida de los cereales y la vendimia una fiesta, en un contexto general de alegría desbordante y desenfreno generalizado, en la que se exhibía un gran falo y algunos de los participantes en ella, disfrazados de sátiros, silenos y ménades, alborozaban a los espectadores con frases y gestos picantes; así mismo, un grupo de coreutas ejecutaban una danza ritual, al ritmo marcado por el corifeo (jefe del grupo), y repetían a coro textos de carácter burlesco (ditirambo) alusivos a este dios, los cuales dieron lugar después a la tragedia y a la comedia.

Dioniso y sátiros. Crátera de figuras rojas (ca. 480 a. C.). Sala de Medallas de la Biblioteca Nacional de Francia.
Dioniso y sátiros. Crátera de figuras rojas (ca. 480 a. C.). Sala de Medallas de la Biblioteca Nacional de Francia.

     A finales del siglo VI a. C., sin embargo, cuando las aristocracias empezaron a ceder algo de sus poderes en beneficio del pueblo, el culto de Dioniso fue introducido en las ciudades, convirtiéndose pronto este dios en el  más popular y más celebrado de los dioses griegos, especialmente durante la Época Helenística (325-30 a.C.). La primera en hacerlo debió de ser Atenas en tiempo del tirano Pisístrato, quien, consolidado definitivamente su poder en el Ática en 546 a. C., al tercer intento, introdujo en la ciudad, en el año  534 a. C.,  las celebraciones que se venían organizando en honor a Dioniso en Eléuteras (en el límite entre el Ática y Beocia) e instituyó las Grandes Dionisias o Dionisias Urbanas -dedicadas a las representaciones de teatro: tragedias y dramas satíricos y, desde 486 a. C., también comedias-, las cuales rivalizaron en popularidad y espectacularidad con las Grandes Panateneas (ver Atenea/Minerva). Las Leneas, destinadas igualmente a las representaciones dramáticas, eran anteriores a aquellas, pero de menor categoría, y tenían lugar en enero. Las Grandes Dionisias se celebraban anualmente entre los días 9 y 14 del mes de Ἑλαφηϐολιών (Elafebolión, aprox. marzo), en el que la naturaleza recobra toda su pujanza tras el invierno y en el que se comenzaba a beber el vino nuevo, que había fermentado en las cuevas de los campesinos a lo largo de los seis meses anteriores. En estas fiestas, a diferencia de lo que ocurría en las Grandes Panateneas, podían participar todos los ciudadanos griegos de dentro y fuera del Ática. En ellas, también, se recibía a los embajadores extranjeros y las polis  integrantes de la Liga de Delos aportaban sus tributos para ser exhibidos en la orchestra del teatro; así mismo, se homenajeaba a quienes hubieran prestado un servicio especial al Estado ateniense, y los hijos de los ciudadanos muertos en la Guerra del Peloponeso  (431-404 A.C.) que hubieran alcanzado la mayoría de edad desfilaban ante el público con uniforme militar.

     Los festejos comenzaban la víspera con una procesión a la luz de las antorchas portadas por efebos, en la que se llevaba desde la Academia la arcaica estatua de madera de Dioniso Eleuterio  -que fue regalada a la polis de Atenas cuando Eléuteras decidió integrarse en el Ática y era trasladada cada año a Atenas, unos días antes de las Grandes Dionisias, desde el templo del que provenía, según la leyenda, situado en el camino a Eléuteras-, hasta el teatro de Dioniso, en la parte meridional de la Acrópolis, en el que presidía, sobre el altar que había en el centro de la orchestra, las representaciones teatrales. Esto daba, por tanto, a estas fiestas un carácter manifiestamente religioso, que tuvieron, por otra parte, las demás celebraciones en la antigua Grecia. En su recorrido, dicha procesión entraba en la ciudad por la Puerta del Dypilón, atravesaba el Ágora, ascendía por la Vía Panatenaica  y, una vez rebasados los Propileos de la Acrópolis, llegaba bordeando la parte oriental de la misma al Teatro de Dioniso.

Plano de la antigua ciudad de Atenas

Plano de la antigua ciudad de Atenas.

     Al día siguiente, se realizaba la gran marcha de ciudadanos, forasteros y representantes de las colonias griegas, la cual hacía un recorrido similar a la anterior y la integraban: los sacerdotes, al frente, los coregos -ciudadanos ricos, que se habían encargado de reclutar, mantener y equipar los coros de las tragedias y comedias que se iban a representar-, los arcontes y autoridades de la polis ateniense y los representantes de las polis de la Liga de Delos; el sacerdote, que encarnaba a Dioniso, subido en una nave -en conmemoración de la llegada del dios a Grecia por mar, la cual estaba provista de ruedas y empujaban efebos disfrazados de sátiros-; las canéforas, jóvenes muchachas que llevaban sobre su cabeza una canastilla con los instrumentos para el sacrificio de los toros que iban a ser inmolados; danzarines, músicos y los falóforos o portadores de falos erectos, disfrazados todos ellos igualmente de sátiros y silenos, los cuales realizaban danzas grotescas y cruzaban con los espectadores frases picantes y gestos soeces; y cerraban la procesión los toros del sacrificio llevados por efebos. Finalizada la procesión -origen, según algunos autores, de nuestro carnaval-, se celebraba en el teatro un concurso de ditirambos ejecutados por coros de hombres y de niños y, tras este,  los participantes en la fiesta consumían la carne de los toros sacrificados que no había sido reservada para quemarla en honor de Dioniso. Dicho consumo de carne, regado con vino, satisfaría especialmente a los ciudadanos más humildes, que rara vez comerían carne de toro.

1)Dioniso en una nave a vela en cuyo mástil se entrelaza una parra cargada de racimos. Kylix de figuras negras (ca. 530 a. C.) del pintor Exequias. Gliptoteca de Munich.
Dioniso en una nave a vela en cuyo mástil se entrelaza una parra cargada de racimos. Kylix de figuras negras (ca. 530 a. C.) del pintor Exequias. Gliptoteca de Munich.

     En los días siguientes, tenían lugar las representaciones teatrales. En el primero de ellos, se hacía en el Teatro de Dioniso, a la salida del sol, el  proagon o anuncio de las obras que se iban a poner en escena en el festival así como el de sus autores, seleccionados previamente por el Arconte epónimo y por el Arconte rey de entre los que se habían presentado a él, y también el del jurado de ciudadanos, elegido  por sorteo, que debía designar a los ganadores del concurso; a continuación, se representaban las tres tragedias y el drama satírico del autor al que le hubiera correspondido hacerlo ese día. En los dos siguientes, se representaban, desde la salida a la puesta del sol también, las tres tragedias y dramas satíricos del autor correspondiente, y, a partir de 486 a. C, en otro día más, cinco comedias (tres, durante la Guerra del Peloponeso) de autores distintos, seleccionados igualmente por los citados arcontes,  tras  lo cual, se hacía entrega de una corona de hiedra a los poetas vencedores en la modalidad de tragedia y de comedia, así como a los coregos que habían patrocinado su montaje. Por todo ello, las Dionisias Urbanas, además de ser una celebración religiosa, como indicamos antes, se convirtieron en un gran acontecimiento cívico, que ningún ciudadano se perdía, dado que la entrada a las representaciones era gratuita al principio y, cuando se empezó a cobrar dos óbolos, en tiempo de Pericles (s. V a. C.), el Estado se los abonaba a los ciudadanos menos favorecidos.

Teatro de Dioniso en Atenas
Teatro de Dioniso en Atenas

    Los ritos dionisíacos se extendieron también a la Magna Grecia, y de allí debieron de pasar a Etruria y, de esta, a Roma (ca. 200 a. C.), en donde Baco -segundo nombre de Dioniso- fue identificado con Liber, dios itálico de la fertilidad y el crecimiento, en cuyo honor se celebraban en marzo las fiestas Liberalia. Las Bacanales, en Roma, tenían lugar, secretamente, el 16 y el 17 de marzo en el monte Aventino y en ellas participaban, primero, solo mujeres y, luego, también hombres. Aunque fueron prohibidas en toda Italia en 186 a. C. por un decreto del Senado –Senatus consultum de Bacchanalibus, que apareció inscrito en una tablilla de bronce descubierta en Calabria  en 1640, la cual se encuentra en el Museo Arqueológico de Viena-, por considerarlas obscenas y subversivas, continuaron celebrándose hasta bien entrado el Imperio, especialmente en el sur de Italia, en casas, quizás, de individuos acomodados, como refleja la pintura de la Villa de los Misterios, en el extrarradio de Pompeya, que figura debajo.

Fresco en una de las habitaciones de la Villa de los Misterios en Pompeya. En él se representa el rito de iniciación en los misterios de Baco.
Fresco en una de las habitaciones de la Villa de los Misterios en las afueras de Pompeya. En él se representa el rito de iniciación en los Misterios de Baco.

     En época moderna, se acuñó, a partir de Nietzsche, el término dionisíaco, en el que aparecen comprendidos conceptos como: la oscuridad, el desorden, la irracionalidad, la contradicción, la deformidad y el mundo instintivo, la vida, en definitiva, en sus aspectos oscuros o primarios,  frente al término apolíneo, que evocaría lo relacionado con: la armonía, el orden, la moderación, la racionalidad y la perfección.

     Dioniso/Baco ha sido representado coronado de pámpanos o de hiedra, joven, algo afeminado y de una belleza seductora, o gordinflón y risueño, acompañado de sátiros y bacantes. Los atributos de Dioniso son: la hiedra, la vid, el tirso, la granada, la cual lo relacionaba con Deméter -diosa, como él, de la fertilidad-, y la piña, que coronaba su tirso y lo relacionaba, a su vez, con Cibeles -diosa también de la fecundidad y de los animales-, que inició a Dioniso en su culto mistérico, según una tradición,  y convirtió al pastor Atis en pino, después de inducirlo a que se infligiera graves heridas, como la castración, por haberla traicionado con la ninfa Sangaride. El león, el lince y, sobre todo, el tigre, el leopardo y la pantera se asociaron con Dioniso cuando este recorrió la India y su culto se relacionó con el de la diosa Cibeles. En sus fiestas orgiásticas, las ménades o bacantes acababan comiendo la carne cruda de un animal salvaje capturado por ellas, de forma similar a como hacen, por ejemplo, las mencionadas fieras. De entre los varios epítetos que se aplican a Dioniso uno es el de ὼμηστής (omestés, “devorador de carne cruda”).

8)Dioniso a lomos de un leopardo portando una guirnalda de flores en la mano derecha y una máscara de teatro colgada en el tirso que sujeta con su mano izquierda. Le sigue Sileno, con una cesta de flores en su mano izquierda, las cuales lanza al aire con la derecha, y una máscara de teatro colgada igualmente en su tirso apoyado en su hombro izquierdo. Le precede una ménade tocando el aulós o flauta griega de doble caña acompañada por un niño, posiblemente un iniciando en los ritos dionisíacos. Cerámica ática de figuras rojas, s. IV a. C.
Dioniso a lomos de un leopardo portando una guirnalda de flores en la mano derecha y una máscara de teatro colgada en el tirso que sujeta con su mano izquierda. Le sigue Sileno, con una cesta de flores en su mano izquierda, las cuales lanza al aire con la derecha, y una máscara de teatro colgada igualmente en su tirso apoyado en su hombro izquierdo. Le precede una ménade tocando el aulós o flauta griega de doble caña acompañada por un niño, posiblemente un iniciando en los ritos dionisíacos. Cerámica ática de figuras rojas, s. IV a.
  • SÁTIROS, SILENOS Y FAUNOS

           Los Sátiros, Silenos y Pan son unas divinidades menores de naturaleza rústica, que encarnaban la fertilidad, como Dioniso, lo que explicaría que quedaran pronto adscritos a su séquito, que integraban así mismo las Ménades y, a veces, también los Centauros, representados con cabeza y torso de hombre y cuerpo de caballo. . Su gran sexualidad, resaltada, primero, en la iconografía griega, especialmente en la pintura cerámica, los impulsaba a perseguir continuamente por las montañas y los bosques a las ninfas en busca de sus favores y a las ménades en los rituales dionisíacos.

Sátiro persiguiendo a una Ménade. Cerámica griega del pintor Euphronios, ca. 500 a. C. Museo del Louvre
Sátiro persiguiendo a una Ménade. Cerámica griega del pintor Euphronios, ca. 500 a. C. Museo del Louvre

     Los Sátiros y los Silenos adquirieron las mismas características, aunque en un principio debieron de ser honrados en ámbitos geográficos diferentes. Algunos mitógrafos sostienen que las leyendas de los Silenos surgieron en Asia Menor recibiendo estos su nombre de Sileno, el viejo obeso, educador de Dioniso, que pasaría a integrar también su cortejo (ver Dioniso/Baco), quien, por su gran adición a la bebida, fue representado generalmente sostenido por sátiros, subido en un asno o apoyado en un bastón. A los sátiros, en cambio, se les relacionó con la Arcadia, región muy montañosa al norte del Peloponeso, en la que abundaban los rebaños de ovejas y de cabras apacentados por pastores. 

Sileno en burro sujetado por un sátiro. Mosaico de la villa romana descubierta en Noheda, Cuenca
Sileno en burro sujetado por un sátiro y precedido por Pan con dos intrumentos musicales en las manos. Fragmento de un mosaico tardorromano del s. IV d.C. de la villa romana descubierta en Noheda, Cuenca

     También Pan fue especialmente venerado en la Arcadia, a pesar de no habérsele erigido allí ningún santuario importante. En las Metamorfosis de Ovidio (I, 209-243), se le atribuye la invención de la flauta siringa, también conocida como flauta de Pan. En una de sus leyendas, en efecto, se cuenta que Pan se enamoró perdidamente de la ninfa Siringa, pero que esta no le correspondía, pues se había consagrado a Artemisa. Debido a esto, acosada Siringa en cierta ocasión por Pan cerca del río Ladón, se lanzó a él y, viendo que tampoco así podía esquivarlo, pidió ayuda a sus hermanas las náyades -ninfas de las fuentes y de los ríos-, quienes la convirtieron en una caña.  Cautivado entonces Pan por el sonido que producían las cañas del río movidas por el viento cortó una e hizo con los trozos huecos de la misma, unidos con cera y tapados por uno de sus extremos, una flauta, a la que dio el nombre de Siringa en recuerdo de la ninfa de la que se había prendado. En la mitología griega, Pan era el protector de los rebaños y pastores y habitaba en los bosques, que recorría llevando en la mano el cayado de pastor; así mismo era cazador, curandero y músico y se le atribuían dones proféticos. Personificando, por otra parte, la naturaleza salvaje, a Pan se le relacionaba, por ejemplo,  con los rayos y los truenos de las tormentas, que provocaban en los rebaños y en las personas un miedo enloquecedor, que pasó a denominarse ‛pánico’, al ser Pan quien lo provocaba. Entre los romanos Fauno era, también, una divinidad rústica, protectora del bosque, de los campos y los ganados, y una deidad oracular y profética, la cual sería después identificada con el arcadio Pan y, al igual que este era acompañado por pequeños Panes, Fauno lo era por otros genios del bosque salvaje, denominados faunos, los cuales fueron, a su vez, identificados con los sátiros griegos.

Pan enseña a Dafnis, pastor siciliano, a tocar la flauta siringa. Escultura hallada en Pompeya, ca. 100 a. C., Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Pan enseña a Dafnis, pastor siciliano, a tocar la flauta siringa. Escultura hallada en Pompeya, ca. 100 a. C., Museo Arqueológico Nacional de Atenas.

     Los Sátiros y los Silenos fueron representados al principio, especialmente los primeros, con figura humana, pelo y barba abundante, cuernos en la frente y orejas puntiagudas de cabra, nariz aplastada y curvada hacia arriba, labios gruesos, cola de caballo y falo erecto, que alude a su gran sexualidad; posteriormente, la parte inferior de su cuerpo y la de los Faunos romanos fue representada con patas, pezuñas y cola de macho cabrío, a imagen de Pan, el cual, según una tradición fue hijo de Penélope, nieta de Príamo, rey de Troya, y de Hermes, quien, para poseerla, se transformó en macho cabrío. Los imagineros cristianos se inspiraron, sin duda, en las pinturas y esculturas conservadas de los Faunos, sobre todo, para representar, a partir de la Edad Media, al diablo y a los demonios en general.

Sátiros y ménades elaborando el vino. Cerámica de figuras negras, s. IV a.C.
Sátiros y ménades elaborando el vino. Cerámica de figuras negras, s. IV a.C.

     En época clásica, se produce en Grecia una humanización en la representación de algunas de las divinidades menores, como los sátiros, entre otras. Un claro ejemplo de ello es el Sátiro en reposo de Praxíteles, en el que las partes animales apenas aparecen insinuadas. A imitación de él, se esculpirán después sátiros de una gran belleza. A partir del Renacimiento, sin embargo, los Sátiros, Silenos, Faunos y Pan muestran, en general, las características antes citadas y figuran en los cuadros de pintura, sobre todo, como seres salvajes y alegres, amantes de la música y propensos a la embriaguez, desnudos o portando pieles de cabra y coronados de pámpanos y racimos, acosando lujuriosamente a las ninfas en bucólicos parajes. En la actualidad, se aplica el término ‘sátiro’ al hombre con un exacerbado deseo sexual y, a menudo, exhibicionista.

Las ninfas de Diana sorprendidas por los sátiros, P.P. Rubens, 1639-1640. Museo del Prado
Las ninfas de Diana sorprendidas por los sátiros, P.P. Rubens, 1639-1640. Museo del Prado
  • PROMETEO, EPIMETEO Y PANDORA

      Prometeo es hijo del Titán Jápeto y primo, por tanto, de Zeus. Según una tradición, él y su hermano Epimeteo modelaron con arcilla a los primeros hombres, y, por amor a ellos, Prometeo les trajo desde el Olimpo el fuego, que les había sido negado por Zeus, después de robarlo del disco solar o, según otros, de la fragua de Hefesto. Irritado Zeus por esto, lo hizo encadenar a una roca de la cima del Cáucaso y le envió un águila (o un buitre, según otros), el cual le devoraba el hígado de día; pero, al ser inmortal, este le volvía a crecer de noche, lo que permitía al águila devorarlo de nuevo. Dicho suplicio terminó para Prometeo cuando Heracles, que pasaba por allí, mató al águila con una flecha y lo libró de sus cadenas. En la Grecia clásica, Prometeo fue considerado, por Eurípides, por ejemplo,  como un filántropo rebelde que sufrió la ira de Zeus por ayudar a los mortales contraviniendo la voluntad de este. También en el Romanticismo, en el que se produce una exaltación del yo y de la libertad y los protagonistas de algunas creaciones literarias de este movimiento son, con frecuencia, prototipos de rebeldía y/o de altruismo, se toma a Prometeo como primero y gran exponente de dichos sentimientos  y, en época moderna, como impulsor del progreso.

Heracles liberando a Prometeo. Cerámica de figuras negras, s. V a.C. Museo del Louvre.
Heracles liberando a Prometeo. Cerámica de figuras negras, s. V a.C. Museo del Louvre.

     Zeus castigó también a los mortales por haber aceptado el fuego robado por Prometeo enviándoles a Pandora, la primera mujer, a la que, por orden suya,  había moldeado Hefesto, dotándola de una gran belleza y atractivo, los cuales se vieron acrecentados con los dones que le otorgaron, a su vez, Atenea, Afrodita y Hermes, por lo que la llamaron Pandora (en griego, Πανδώρα < πᾶν, todo, y  δώρα, dones). Cuando esta llegó a la tierra, Epimeteo se enamoró de ella y la tomó por esposa, a pesar de haberle advertido Prometeo que debía desconfiar de Zeus y de sus regalos. Hesíodo indica en Los trabajos y los días que los hombres habían vivido libres de fatigas y de enfermedades hasta el día en que Pandora abrió, llevada por la curiosidad, el ánfora (o la caja, “caja de Pandora”, a partir del Renacimiento) que había traído con ella y debía mantener cerrada, de la cual comenzaron a salir los males que contenía. Asustada por ello, la cerró al punto, quedando en su fondo solo la esperanza, que ha permitido a los humanos afrontar los males y desgracias que le sobrevienen a lo largo de la vida. Según la mitología clásica, por tanto, Pandora fue la introductora en el mundo de las desgracias y sufrimientos que afligen a los mortales.

Prometeo bajando el fuego a los hombres, de Jan Cossiers, s. XVll. Museo del Prado.
Prometeo bajando el fuego a los hombres, de Jan Cossiers, s. XVll. Museo del Prado.
  •  ASCLEPIO  / ESCULAPIO

       Asclepio era en la antigua Grecia el dios de la medicina. De las varias tradiciones que existen sobre su nacimiento, la que recoge, entre otros, el poeta Píndaro señala que fue hijo de Apolo y de Corónide, hija, a su vez, del rey de Tesalia Flegias, a la que aquel sedujo y dejó embarazada bajo la forma de un cisne en las orillas de la laguna Beobea, regresando luego a Delfos. Algunos días después, un cuervo voló hasta Apolo y le anunció que Corónide le había sido infiel. Enojado por ello, Apolo maldijo al cuervo mensajero y le cambió el primigenio color blanco de su plumaje por el negro, que llevan desde entonces todos sus congéneres, y dio muerte a Corónide. Antes, sin embargo, de que su cuerpo ardiera en la pira, extrajo de este a Esculapio, vivo aún, al cual confió después al centauro Quirón para que lo instruyese en el arte de la medicina, que dominaba también Apolo, y en las propiedades de las plantas medicinales. Cuando Asclepio llegó a la adolescencia, alcanzó gran fama por sus curaciones y llegó incluso a resucitar a muertos (Orión, Hipólito y Tindáreo, entre otros) utilizando la sangre de la Gorgona extraída de las venas del lado derecho, la cual le había entregado Atenea y tenía esa propiedad; pero resucitar enfermos iba contra las leyes de la naturaleza, por lo que Zeus fulminó al osado médico con uno de sus rayos. Irritado Apolo por esto, mató con sus flechas a los Cíclopes, forjadores de los rayos de Zeus, lo cual indujo a este a devolver la vida a Esculapio y a consentir que fuera incluido, después de perder su cuerpo mortal, entre los inmortales como dios de la medicina, si bien en el Olimpo no alcanzó el rango de los grandes dioses.

     El primer lugar de culto a Asclepio fue una gruta que había cerca de la ciudad de Tricca, en Tesalia, en la que daba oráculos bajo el símbolo de su principal atributo, la serpiente. Luego aquel se extendió a Epidauro y posteriormente a otros muchos lugares del mundo helénico, generalmente boscosos y con fuentes de aguas, termales en algunos casos, en los que surgieron santuarios, adonde acudían personas de diversa extracción social para curarse de sus dolencias y enfermedades. El más famoso y visitado de estos santuarios fue Epidauro, en la Argólida, al nordeste del Peloponeso. Se desconoce el origen del culto a Asclepio en este lugar. Las instalaciones más antiguas del recinto datan del siglo VI a.C., y, a finales del s. V a. C., se construyó allí, al pie de la acrópolis, un templo en honor del dios y se crearon las Fiestas asclepieias, que se celebraban cada cuatro años (unos días después de las Istmias, de Corinto),  en las cuales  se hacían concursos musicales y representaciones dramáticas en su espléndido teatro, con un aforo  de unos 14000 espectadores, y competiciones atléticas en el estadio, lo que evidencia la gran importancia de dicho santuario. El auge del culto al dios de la medicina en Epidauro se produjo tras la Guerra del Peloponeso y durante todo el período helenístico. En este santuario (lo mismo que en el de Delos), estaba prohibido nacer y morir. También fueron famosos los de Pérgamo, Delfos, Atenas, Esmirna, Delos, Cirene y el de la isla de Cos. Pausanias, en su Ἑλλάδος περιήγησις (Helados periégesis, Descripción de la Hélade), menciona 63 santuarios de Asclepio, pero debieron de ser bastantes más. En la Península Ibérica, se descubrieron restos de uno de ellos en Ampurias. Con el paso del tiempo, muchos de estos santuarios-balnearios medicinales se asemejaron a ciudades reducidas al construirse en ellos templos dedicados a otros dioses y ampliarse con dependencias más o menos grandes, según las necesidades y categoría de cada uno de ellos, para poder hospedar y atender a los peregrinos que iban allí a curarse de sus enfermedades. En Epidauro, estos se acomodaban en el Katagogion, integrado por cuatro patios porticados rodeados de 18 estancias cada uno, de los que solo se conservan escasos restos.

Teatro de Epidauro.
Teatro de Epidauro.

     Respecto a las prácticas curativas seguidas en los citados santuarios, por la información que nos ha llegado -bastante escasa por el secretismo, sobre todo, del que se rodeó, en las civilizaciones antiguas, en general, a los ritos y prácticas de carácter religioso-, cuando los enfermos llegaban a un santuario  –Asclepeion, en griego Ἀσκληπιεῖον-, ingresarían unos óbolos, según las posibilidades de cada uno, en la caja del templo y depositarían pasteles en el altar de Zeus, por ejemplo, y entrañas y la pata derecha de un cerdo, después de sacrificarlo, en el de Asclepio, tras lo cual, se purificarían con agua de la fuente o del pozo que había en él o en sus cercanías y, luego, serían conducidos a los pórticos o a las salas de incubación (Ábaton), en donde se les permitía pernoctar varios días. Los peregrinos dormían en el suelo o en jergones, asistidos por los sacerdotes del templo, quienes creaban un clima propicio para el sueño (incubatio), atenuando, por ejemplo, las luces de la sala, y los inducían a él de forma natural o mediante sustancias hipnóticas, durante el cual se les aparecía supuestamente el dios y les indicaba lo que tenían que hacer para recuperar su salud. A juzgar por los testimonios iconográficos conservados, una serpiente lamía  en la incubatio la parte afectada del enfermo y así éste lograba mejorar.  El sueño terapéutico sería, por tanto, la experiencia más impactante que vivían los enfermos dentro del santuario y la más deseada por todos. Los encargados de interpretar dicho sueño eran los sacerdotes -tal como ocurría con los del santuario de Delfos respecto a las consultas que se hacían en él a Apolo a través de la Pitonisa (ver Apolo)-, quienes, después de oír contar a los enfermos los sueños o visiones que hubieran tenido por la noche y de recibir  información sobre los síntomas de su enfermedad, les prescribirían el tratamiento que “Esculapio les había aconsejado en sueños”, aunque, realmente, sería el que ellos, según sus intuiciones o conocimientos y la experiencia acumulada anteriormente al respecto, consideraran podía irles mejor.

     Elio Arístides (s. II d.C.), en sus Discursos sagrados, recoge algunas de las curas recomendadas, al respecto, más frecuentes: severos ayunos, vómitos y purgaciones, masajes, sacrificios, extracciones de sangre, carreras con los pies descalzos en invierno, purificaciones, abstención de baños o abluciones en agua helada, etc. Cabe pensar que, dada la fe con la que los enfermos iban al santuario y lo fácil que sería sugestionarse con el ambiente que se viviría en él y, por otra parte, con los exorcismos que, en ocasiones, les harían los médicos-sacerdotes, el recitado de oraciones e invocaciones, etc., los afectados de trastornos  psicosomáticos  serían los que  obtendrían los mejores resultados. Los tratamientos médicos en el santuario eran gratuitos, pero los que conseguían sanar de sus dolencias solían volver a él para ofrecer a Esculapio un exvoto con representación de la parte de su cuerpo sanada  y arrojar monedas a la fuente sagrada del mismo.

Bajorrelieve en el que aparece en primer plano un personaje entregando a un sacerdote del santuario un exvoto que reproduce la parte de su cuerpo sanada; al fondo, esa misma persona en la incubatio. Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Bajorrelieve, procedente de la isla de Cos,  en el que figura, al fondo, una serpiente lamiendo, durante la incubatio, la herida de un enfermo en su hombro derecho, el cual aparece dormido echado en un catre y acompañado por un sacerdote de Esculapio,  y, en primer plano, el propio Esculapio sanándole la citada herida.  Museo Arqueológico Nacional de Atenas.

     La medicina tenía, por tanto, una sólida base mágico-religiosa en la Grecia antigua y, hasta el s. V a. C., la monopolizaron los sacerdotes de los santuarios de Asclepio. Solo en tiempos de Pericles surgió la medicina laica, la cual rechazaba las supersticiones, leyendas y creencias populares que señalaban a las fuerzas sobrenaturales o divinas como causantes de las enfermedades, y pretendía apoyarse en bases racionales. El primero -o la figura más importante, al menos-, que convierte la praxis médica en una auténtica profesión fue Hipócrates de Cos (ca. 460-370 a. C.), cuya familia descendía, según la leyenda, del propio Asclepio. Su abuelo y su padre  ejercieron como asclepíades en el santuario de dicha isla, lo que contribuiría, sin duda, a despertar en él su interés por la medicina transmitiéndole los conocimientos básicos de la misma adquiridos en aquel.  También Hipócrates debió de realizar prácticas médicas en él en su juventud, igualmente como asclepíade, tal como haría, algunos siglos después, Galeno (130-210 d. C.) -otra de las figuras señeras de la medicina antigua-, en el Asclepeion  de Pérgamo, su ciudad natal. Desde joven, Hipócrates viajó por diferentes ciudades de Tesalia, Tracia y Mar de Mármara, curando a enfermos y enriqueciéndose con las enseñanzas de otros colegas, y adquirió una gran reputación como médico, por todo lo cual muchos autores lo consideran el “padre de la medicina”.

     Hipócrates concebía la medicina clínica como el arte de la observación cuidadosa y el razonamiento basado en la experiencia, sosteniendo que el cuerpo humano está compuesto de cuatro sustancias básicas llamadas humores y,  cuando estos se alteraban por los alimentos consumidos habitualmente, por el aire del lugar donde se vivía, las estaciones, etc., aparecían las enfermedades; pero el cuerpo, decía él, tiene un poder intrínseco capaz de sanar por sí mismo -“el médico cura; solo la naturaleza sana”-, por lo que la terapia que aplicaba consistía, básicamente, en facilitar a  las personas enfermas la consecución del equilibrio en su cuerpo de los citados humores. Para ello, Hipócrates consideraba que el reposo y la inmovilidad eran de gran importancia; otros remedios eran la ingesta de plantas medicinales y de los alimentos adecuados (legumbres y frutas, sobre todo), según la época del año y el lugar donde se viviera, baños de aguas termales, intervenciones quirúrgicas elementales, etc.  Modernamente, se le ha criticado a Hipócrates especialmente su teoría sobre los humores y la pasividad de su tratamiento. 

Busto de Hipócrates de Cos, copia romana del siglo II a. C. de otro griego de época helenística. Museo Pushkin de Moscú.
Busto de Hipócrates de Cos, copia romana del siglo II a. C. de otro griego de época helenística. Museo Pushkin de Moscú.

      En el siglo III a. C., debió de confeccionarse el conocido como Corpus Hippocraticum -compilación de unas setenta obras médicas de la antigua Grecia escritas en griego jónico-, que contenía, sin seguir ningún orden concreto, investigaciones, notas y ensayos filosóficos sobre diversos temas médicos,  libros de texto, etc., de los que no se ha conservado prácticamente nada. Aunque el citado corpus se atribuyó a Hipócrates, la heterogeneidad de teorías médicas recogidas en él y el estilo literario hacen pensar que no fue obra suya, al menos en su totalidad, sino que se debió de confeccionar fundamentalmente con las aportaciones de sus discípulos de la escuela de Cos y las de otros médicos que siguieron sus enseñanzas y práctica curativa. Entre estos tratados, figuraba el Juramento hipocrático -atribuido también a Hipócrates, aunque debió de ser escrito después de su muerte y fue parcialmente modificado o adaptado hasta mediados del siglo XIX-, el cual contiene una serie de obligaciones y normas de carácter ético por las que deben regirse todos los médicos en el ejercicio de su profesión y que estos se comprometen a cumplir en algunos países realizando, después de la graduación, una especie de rito de iniciación previo al ingreso en la práctica de la medicina.

     El culto de Asclepio, bajo el nombre de Esculapio, fue también muy popular en Roma, en la que fue introducido a raíz de una gran epidemia de peste que se declaró en ella en 293 a. C., extendiéndose luego por toda Italia, donde debió de haber bastantes santuarios médicos dedicados a él, como prueban las muchas terracotas, relieves e instrumentos quirúrgicos relacionados con este dios descubiertos en diferentes lugares de la misma. Antes, sin embargo, de que el culto de Esculapio y la praxis médica de sus santuarios fueran introducidos en Roma, el dios protector de la salud pública fue su padre Apolo –Apollo Medicus-, al cual, con ocasión de otra epidemia también de peste declarada en 431 a. C., se le erigió un templo en el Campo de Marte -fuera del Pomerium, recinto sagrado de la ciudad, por ser una divinidad extranjera-, después de consultar los Libros Sibilinos, de época de L. Tarquinio el Soberbio (ca. 534 – 509 a. C.). En la peste de 293 a. C., consultados también estos, se envió una delegación al Asclepeion de Epidauro y, cuando esta pasó, de regreso, por delante de la Isla Tiberina, saltó de la nave en la que viajaban la serpiente, símbolo de Asclepio, que habían traído de allí y alcanzó a nado la misma, interpretándose esto como una prueba inefable de que el dios había elegido aquel lugar para su nuevo santuario, el cual fue embellecido con revestimientos en travertino y rodeado con muros, que dieron a la isla la apariencia de un barco al que se le dotó del correspondiente mástil, representado por el obelisco que se erigió también en medio de ella.  El declive del santuario de Esculapio en Roma y de todos los demás del Imperio se debió de iniciar tras la promulgación, en tiempos del emperador Teodosio I, del Edicto de Tesalónica, en 380 d. C., en el cual se declaró al cristianismo religión oficial del Estado y, como consecuencia de esto, se persiguió y se hizo desaparecer paulatinamente todo lo que tuviera carácter pagano. Sobre sus ruinas se levantó en el siglo XI la iglesia de S. Bartolomé de la Isla y el palacio Pierleoni Caetani, que funcionó como convento franciscano desde el  siglo XVI al XVIII  y, con ocasión de una plaga, como hospital. La isla alberga ahora, en la parte alta, el Hospital de S. Juan de Dios.

Vista aérea de la Isla Tiberina con la reconstrucción del Santuario de Esculapio. Foto: www.maquettes-historiques.net
Reconstrucción del Santuario de Esculapio en la Isla Tiberina. Fuente: www.maquettes-historiques.net

     A Asclepio se lo representó al principio joven e imberbe, pero después fue representado como un hombre maduro, con gesto amable y mirada serena, de pie o sentado en su trono, con abundante barba, larga cabellera y una corona de laurel, a veces, en alusión a su descendencia de Apolo, apoyando su mano izquierda en un bastón, en el que figura una serpiente rampante enroscada, símbolo de vida, ya que todos los años cambia de piel, la cual fue el atributo más característico de este dios. En los santuarios de Asclepio/Esculapio, serpientes no venenosas se arrastraban libremente por las habitaciones donde dormían los enfermos y eran utilizadas (también perros) con fines medicinales por los sacerdotes de los mismos para lamer sus heridas.  Estas serpientes se introducían en la fundación de cada nuevo Asclepeion. Otro de los animales que le estaban consagrados fue el gallo -símbolo igualmente de vida al anunciar el día por la mañana-, como se desprende de las últimas palabras dichas por Sócrates a Critón antes de expirar tras tomarse la cicuta: “Critón, le debemos un gallo a Asclepio; págaselo y no descuides este encargo”. (Fedón, 118b). La serpiente, el bastón y la copa, que contenía la pócima con la que Asclepio curaba a los enfermos, son actualmente el emblema de la Medicin

Escultura de Asclepio encontrada en el Asclepion de Epidauro. Copia romana del 160 d.C. a partir de un original del s IV a.C. Museo de Epidauro.
Escultura de Asclepio encontrada en el Asclepeion de Epidauro. Copia romana de un original griego del siglo IV a.C. Museo de Epidauro.
  • EROS / CUPIDO

         Desconocido para Homero, el poeta Hesíodo es el primero que nos habla de Eros en su Teogonía (vv. 120-122). Según se recoge en esta, Eros surgió directamente del Caos -igual que Gea, la Tierra, Urano, el Cielo, y Erebo, el Inframundo-, como una de las fuerzas primigenias de la naturaleza encargada de asegurar la continuidad de la especie y la cohesión interna del mismo, y, a diferencia de lo que ocurrirá con los dioses primitivos, carecía de forma, de mito y de culto. Uno de los lugares en que se sabe era venerado Eros desde tiempo antiguo como divinidad de la naturaleza, bajo la forma de una piedra negra, fue Tespis, en Beocia, donde posteriormente se celebraban en su honor, cada cinco años, las fiestas Erotidias con concursos musicales y gimnásticos. La personificación de Eros como dios del amor fue posterior, aunque antigua, y, en calidad de tal, es acompañante habitual y acólito de Afrodita -quien, según una de las diversas versiones que hay al respecto, lo concibió de Ares-, recurriendo esta a él para que intervenga en las conquistas amorosas que ella secunda -como, por ejemplo, en el enamoramiento de Medea por Jasón en los Argonautas y de Dido por Eneas en la Eneida-, y también en las que ella o él mismo (ver Apolo y Dafne) desaprueban, utilizando en el primer caso una flecha de oro, que despierta en el corazón de quien la recibe una pasión irresistible hacia la persona amada, y, en el segundo, una de plomo, que produce un fuerte rechazo de esta al enamorado acosador. Sus efectos, a este respecto, son tales, que nadie, sea un dios o un mortal, puede eludirlos, como recoge Sófocles en su Antígona: “Eros, invencible en la batalla,… nadie de ti puede escapar, ni entre los inmortales, ni entre los humanos, efímeras criaturas” (vv. 525-528). Zeus, en efecto, Apolo y la propia Afrodita fueron alcanzados por ellas. Aparte de esto, Eros propiciaba el afecto y la amistad entre los hombres, lo cual explica que su imagen figurara en los gimnasios, junto con las de Heracles y de Hermes, y que los lacedemonios y los tebanos, entre otros, le ofrecieran sacrificios antes de las batallas considerando que el buen resultado de las mismas dependía en gran medida del valor y de la amistad y compañerismo entre los soldados.

Venus y Cupido, Girolamo Batoni (1708-1787). Museo de la Catedral del Arcángel, de Moscú.
Venus y Cupido, Girolamo Batoni (1708-1787). Museo de la Catedral del Arcángel, de Moscú.

     Eros, no obstante, fue considerado siempre en la Hélade como una divinidad menor y su culto en ella fue también reducido. En cambio, los poetas, artistas y filósofos de la época clásica, sobre todo, lo tomaron como tema importante de inspiración, personificando él para Sófocles y Eurípides, por ejemplo, el anhelo amoroso que empuja a quien lo sufre a realizar acciones descontroladas en el plano amoroso. Para Platón, a su vez, el cual lo hizo hijo de Poro y de Penia y le erigió una estatua a la entrada de la Academia, Eros es la fuerza que cohesiona el cosmos y el causante de todas las cosas buenas y bellas entre los humanos y en la naturaleza en general y quien eleva el alma de las personas hacia el Bien y la Belleza última, como vemos en su Banquete, en el cual seis de los participantes en el simposio organizado en casa de Agatón elogian el papel de Eros en esa línea. En la literatura tardía, Eros -Cupido para los romanos- tiene a su vez amores con la joven y bellísima Psique, cuya versión más completa nos la ofrece Apuleyo en su Metamorfosis o El asno de oro (Cap. V del libro cuarto al Cap. III del libro sexto), de la cual presentamos aquí el siguiente resumen:

     Cupido y Psique. Psique era la más joven de las tres hijas que tenía un rey de Anatolia, y poseía una belleza tan extraordinaria, que quienes la veían pasar, llegados muchos de ellos de otros reinos y ciudades, pensaban que estaban delante de la misma Afrodita y le ofrecían sacrificios y manjares como si de ella se tratara. Debido a esto, se dejaron de frecuentar los templos de la diosa, cayendo poco a poco en el olvido. Celosa por ello Venus e indignada por que una joven mortal la hubiese desbancado, siendo ella la diosa de la belleza y del amor, llamó a Cupido y le pidió que la vengara haciendo que Psique se enamorara del hombre más feo, pobre y despreciable que encontrara en la tierra. Cupido, sin embargo, cuando la vio, quedó igualmente prendado de su hermosura y no llevó a cabo el mandato de su madre. Psique, entre tanto, seguía siendo elogiada y venerada por un número cada vez mayor de admiradores, pero, como ninguno de ellos, ya fuese de sangre real o de otra condición social, le había pedido matrimonio, a diferencia de lo que le había sucedido a sus hermanas, comenzó a sentirse, cada día más, triste y preocupada, al igual que sus progenitores. Ante esto, su padre decidió ir a consultar el oráculo de Apolo en Milesia, recibiendo de él la siguiente respuesta: “Viste a tu hija con ropa de luto, como para enterrarla, y déjala sola sobre una piedra de una alta montaña: No esperes un yerno de linaje mortal, sino un monstruo cruel y venenoso como una serpiente, el cual, volando con sus alas, subyuga y enerva a quien alcanza con sus flechas; el propio Júpiter y los demás dioses le temen, por ello, y también los ríos y lagos del infierno.” La respuesta de Apolo no fue interpretada correctamente por el padre de Psique (en ella se aludía, en realidad, a Cupido), por lo que, cuando decidió cumplir con lo dispuesto en el oráculo, el recorrido efectuado por Psique hasta la roca indicada en él resultó sumamente penoso y triste, especialmente para sus padres y todos los que la acompañaron, pareciendo que la llevaban viva a enterrar y no a celebrar sus bodas.

Psique depositada sobre la roca, Luca Giordano (1695-1697). Royal Collection, Palacio de Windsor, Reino Unido.
Psique depositada sobre la roca, Luca Giordano (1695-1697). Royal Collection, Palacio de Windsor, Reino Unido.

      Dejada allí, el viento Céfiro la tomó poco después en su regazo y la puso en un verde prado, cerca del cual había un palacio tan rico y hermoso, que bien pudiera ser la morada de algún dios. Llevada por la curiosidad, Psique se acercó a él y armándose de valor cruzó el umbral del mismo y, tras recorrer, maravillada, algunas de sus dependencias, oyó una voz que le decía: “¿Por qué, señora, te asombras de tanta riqueza? Todo lo que aquí hay es tuyo. Ahora, unas esclavas te acompañarán para que tomes un baño reconfortante  y descanses  y, cuando lo hayas hecho, te servirán la cena.”  En esta le fueron ofrecidos vino y manjares exquisitos  y unos músicos interpretaron al final para ella dulces melodías. Finalizada la cena, como era de noche, se fue a dormir. Poco después llegó al dormitorio Cupido y la poseyó sin hacerse visible y, antes de que fuese de día, se marchó. A partir de entonces, Psique aguardaba cada noche la llegada de su marido y su felicidad era cada día mayor, a pesar de  que solo gozaba de él en la oscuridad y de que por la mañana temprano se volvía siempre a marchar. El pensar, sin embargo, que sus padres y sus hermanas sufrieran por ella al no saber qué suerte hubiera corrido tras su separación, le hacía muchas veces deprimirse y derramar lágrimas. Conocedor de esto Cupido, llegando un día a casa algo más pronto de lo que acostumbraba, le dijo: “Tus hermanas volverán a la roca donde fuiste dejada, aparentemente para llorar por ti, pero en realidad lo harán para tentarte, haciendo resonar, como las sirenas de la mar, aquellos montes y valles con sus voces y gritos engañosos  y, cuando hayan ganado tu confianza, destruirte. Si no quieres perderme para siempre, ni causarte a ti y a la criatura que llevas en tu seno un daño irreparable, no te encuentres con ellas, ni pretendas nunca ver mi rostro.” Psique le prometió a Cupido hacer lo que le había mandado, pero, acordándose de sus hermanas, se pasó todo el día llorando por no poder abrazarlas. Cuando regresó aquel, al ver los ojos de Psique enrojecidos por las lágrimas, la reprendió echándole en cara que no hubiera cumplido su promesa. Ella entonces le dijo entre sollozos: “Yo nunca te fallaré, pues te amo muchísimo; solo te ruego que me permitas gozar un breve espacio de tiempo de la vista de mis hermanas y le digas a Céfiro que me sirva en lo que yo le mandare, y, a cambio de esto, en adelante no te pediré verte al natural.” Vencido por las enternecedoras palabras y lágrimas de Psique, accedió, aunque contrariado, a su petición y luego, antes de que amaneciese, se marchó como acostumbraba. No mucho después, al oír Psique los gritos y llantos de sus hermanas en la roca, ordenó al viento que las trajera al palacio, como había hecho anteriormente con ella. Dejadas delante del palacio, en donde las esperaba Psique, las tres hermanas se abrazaron efusivamente, permaneciendo así largo rato, tras lo cual las invitó a entrar en él. Nada más franquear la puerta, las hermanas fueron dominadas por los celos al ver la lujosa y regalada vida que llevaba Psique allí, muy diferente de la suya, aunque los disimularon, y, cuando creyeron que se habían ganado su confianza, le preguntaron por su marido. Psique, sin embargo, acordándose de la palabra que había dado a Cupido, les dijo que era mercader; luego, tras colmarlas de regalos,  ordenó al viento que las volviese a llevar a la roca. 

Psique enseña a sus hermanas el palacio de Cupido, Jean Honoré Fragonard, 1753. Galeria Nacional de Londres
Psique enseña a sus hermanas el palacio de Cupido, Jean Honoré Fragonard, 1753. Galeria Nacional de Londres

     Convencidas de que Psique no les había dicho la verdad respecto a su marido, regresaron a casa de sus padres, a los que les ocultaron lo que habían visto y vivido con Psique, y, con el pretexto de que estaban cansadas, se fueron pronto a dormir. Pero aquella noche no consiguieron conciliar el sueño, pues las corroía la envidia que sentían hacia su hermana, por lo que, tan pronto como amaneció, volvieron a la roca consabida y, desde allí, con la ayuda nuevamente de Céfiro, fueron a encontrarse con Psique. Dadas las aviesas intenciones que llevaban, poco después de saludarse, simulando sentir una gran preocupación por ella le dijeron: “Piensas, hermana, que eres feliz y afortunada, pero corres un gran peligro. Algunas personas de los pablados vecinos y cazadores que recorren las montañas de alrededor nos han dicho que han visto en varias ocasiones un enorme dragón merodeando por aquí, y, relacionando esto con la respuesta que diera a nuestro padre el oráculo de Apolo, según el cual te casarías con un monstruo cruel, nosotras estamos seguras de que este es, en realidad, el marido que te visita cada noche, el cual te devorará el día que te hayas engordado más con los alimentos que te da y el feto que llevas dentro esté más crecido.” Psique se creyó todo lo que le contaron sus hermanas respecto a su marido, entendiendo en ese momento que él la hubiese poseído siempre a oscuras y que le hubiese prohibido verlo al natural so pena de perderlo para siempre, por lo que les pidió consejo y ayuda para poder librarse de él. Entonces, una de las hermanas, viendo que la trama que habían urdido para acabar con la felicidad de Psique estaba a punto de consumarse, le dijo: “Antes de que el monstruo llegue al dormitorio, esconde debajo de tu almohada un cuchillo bien afilado y pon un candil apagado debajo de la cama y, cuando él esté bien dormido, tírate de ella, enciende el candil y, alumbrándote con él, córtale la cabeza con el cuchillo.”  Dicho esto, temiendo que, si las cosas no salían como habían previsto, pudiera sobrevenirles un grave daño, salieron rápidamente del palacio y, con el viento acostumbrado, llegaron a la cima del risco, de donde se marcharon después a sus casas.

Las hermanas de Psique dan a esta una lámpara y un puñal, Luca Giordano, 1697. Royal Collection, Palacio de Windsor, Reino Unido.
Las hermanas de Psique dan a esta una lámpara y un puñal, Luca Giordano, 1697. Royal Collection, Palacio de Windsor, Reino Unido.

     Psique se quedó sola, por tanto, y durante el resto del  día se sintió muy abrumada y dubitativa respecto a lo que tenía que hacer. Por un lado, le venían al pensamiento una y otra vez los felices momentos que había vivido de noche con el que consideraba su marido, del cual se había enamorado perdidamente, y, por otra, le angustiaba el pensar que este fuera el monstruo mencionado en el oráculo de Apolo. Finalmente, decidió hacer lo que le habían aconsejado sus hermanas. Así, cuando se hizo de noche y su marido estaba profundamente dormido, Psique se levantó sigilosamente de la cama, encendió el candil y se acercó a él con el cuchillo en la mano derecha dispuesta a matarlo; pero, al ver, en lugar del monstruo que le habían dicho, el rostro y la figura del que, en verdad, era el dios del amor, arrobada por su extraordinaria belleza, intentó, temblorosa, besarlo tierna y apasionadamente, aunque sin despertarlo, dada la prohibición que le había impuesto este al respecto. Pero, en el estado de nerviosismo y azoramiento en que se encontraba, cayó, sin quererlo ella, en el hombro de Cupido una gota de aceite hirviendo del candil que llevaba en su mano izquierda, la cual provocó que este se despertara al instante. Cupido entonces le echó en cara a Psique su desconfianza hacia él y el no haber mantenido la palabra que le había dado y le anticipó que castigaría con severidad a sus hermanas, tras lo cual desapareció de su vista volando. Profundamente abatida Psique se arrojó poco después a un río que vio cerca para ahogarse en él; pero este, sabiendo que era la esposa del dios del amor, que  suele inflamar con él a las mismas aguas y a las ninfas de estas, le salvó la vida y la puso sobre las yerbas y flores de su orilla. Viéndola allí el dios Pan, conocedor de la angustia que la embargaba, le dijo: “No intentes nunca más quitarte la vida; libérate del luto y deja de llorar y procura aplacar al dios Cupido con plegarias y trabaja por merecer su amor con servicios y halagos.”Psique se fue entonces a buscar consuelo a casa de sus hermanas, quienes, al saber por ella lo que había sucedido, pensaron en ocupar su lugar en el corazón de Eros. Y, con esa intención, se dirigieron, primero una y luego la otra, a la roca consabida y, convencidas de que el viento Céfiro las llevaría al palacio de aquel después de llamarlo, se precipitaron en el vacío quedando sus cuerpos destrozados en el suelo, pasto de las alimañas.

Psique contempla a Eros a la luz de la lámpara de aceite, Reinhold Begas (1831-1911). Antigua Galería Nacional de Berlín
Psique contempla a Eros a la luz de la lámpara de aceite, Reinhold Begas (1831-1911). Antigua Galería Nacional de Berlín

     Psique, después de despedirse de sus hermanas, había iniciado un largo peregrinaje por pueblos y ciudades en busca de su gran amor, al cual no quería perder para siempre. Venus, a su vez, viendo lo mucho que sufría su hijo Cupido por la ausencia de su amada, buscaba también a esta por todas partes con la intención de infligirle un merecido castigo, y, cuando vio que su búsqueda estaba siendo infructuosa, se dirigió al Olimpo y pidió a Zeus que diera su consentimiento para que Mercurio pregonara en la tierra que se otorgaría un gran premio a quien dijera dónde estaba Psique. Cuando esta oyó el pregón, decidió presentarse a Venus con la esperanza de obtener su perdón: Pero esta, al verla, se abalanzó rabiosa sobre ella, le tiró del cabello, le rasgó el vestido y le dedicó toda clase de insultos, tras lo cual le impuso durísimas pruebas, con las que esperaba ajar, como mínimo, su extraordinaria belleza. Superadas las tres primeras con la ayuda de diferentes divinidades, Venus le entregó una urna para que Proserpina, diosa de los Infiernos, introdujera en esta parte de su belleza con la que poder recuperar la que ella había perdido por los disgustos que le había dado su hijo Cupido. Entonces Psique, pensando que esto representaba el fin de sus días, se subió a una torre muy alta dispuesta a tirarse de ella. Pero esta, apiadada de la joven, le dijo que no lo hiciera y, tras indicarle por dónde se accedía al Hades, le dijo que llevase dos monedas bajo la lengua, una de las cuales entregaría a Caronte a la ida y otra a la vuelta para poder pasar en su barca al otro lado de la Laguna Estigia; así mismo, debía llevar dos trozos de pan, que tendría que echarle al furioso perro Cerbero -conocido también como Cancerbero, dotado de tres cabezas, que guardaba la puerta del Infierno-, cuando pasara por delante de él, con lo cual podía llegar y volver indemne del palacio de Proserpina. Logrado su objetivo, siguiendo las indicaciones de la torre, cuando Psique se encontró fuera del Infierno, movida por la curiosidad y por el deseo de aprovechar ella también el contenido de la caja, la  abrió saliendo de ella no la hermosura que esperaba, sino un profundo sueño, que la embargó al instante. Cupido entonces, no pudiendo sufrir por más tiempo la larga ausencia de su amada, escapó por una ventana de la habitación donde lo tenía encerrado su madre, para evitar que se volviera a reunir con Psique, y  fue a socorrer a esta y, tras recriminarla por lo que había hecho, le dijo que se presentara a su madre. Él, por su parte, temiendo la severidad de  esta, voló con sus ligeras alas al Olimpo y pidió a Júpiter, al que había contado lo sucedido, que le ayudase en semejante trance. El padre de los dioses  ordenó entonces a Mercurio que llamase a los inmortales a consejo y, en presencia de ellos, dijo: “Cupido ha escogido una doncella, a la que privó de su virginidad, téngala  siempre consigo y gocen ambos del amor que se tienen.” Y, dirigiéndose después a Venus, añadió: “Tú, hija, no te entristezcas por esto, ni temas emparentar con una mortal, pues yo haré que estas bodas no sean desiguales, sino bien ordenadas y conforme a derecho.”  Dicho esto, mandó a Mercurio que fuese adonde estaba Psique y la subiese al Olimpo, y, cuando la tuvo delante, le dijo: “Bebe el vino de los dioses y serás inmortal; Cupido nunca se apartará de ti, estas bodas vuestras durarán para siempre.”  Acto seguido, se celebró el banquete de bodas con todos los dioses presentes y, cuando le llegó a Psique el tiempo de parir, dio a luz una niña, a la que sus progenitores  pusieron por nombre Placer.  

Presentación de Psique en el Olimpo, François Boucher, 1744. Museo de Bellas Arte de Rouen.
Presentación de Psique en el Olimpo, François Boucher, 1744. Museo de Bellas Arte de Rouen.

     La tradición iconográfica y poética ha representado a Eros desde la época clásica griega como un joven bello y, a veces, como un niño, y sus atributos más comunes fueron el arco, el carcaj y las flechas. Con menos frecuencia, se le representó con una antorcha encendida en la mano. En época helenística, difuminada un tanto su condición divina, fue representado, más bien, en muchas pinturas y relieves de carácter decorativo, como un niño con alas rodeado de amorcillos alados -precedentes de los querubines con alas de la iconografía cristiana-, juguetones y pícaros como él, o cabalgando en la grupa de un centauro o integrando el séquito de Dioniso. El nombre latino de Eros es Cupido, del primero de los cuales derivan en el lenguaje coloquial los términos “erótico” y “erotismo”, que aluden al arrebato personal y total, en el plano amoroso, que puede llegar a ser trágico y destructivo, frente al término “afrodisíaco” (de Afrodita), que apunta sobre todo al placer sexual.

Amorcillos orfebres. Pintura al fresco de uno de los triclinios de la Casa de los Vettii, de Pompeya.
Amorcillos orfebres. Pintura al fresco de uno de los triclinios de la Casa de los Vettii, de Pompeya.

5. AGRUPACIONES MENORES

  •      LAS MUSAS

      Hijas de Zeus y de la titánide Mnemósine, según la tradición común, las Musas se cuidaban de amenizar en el Olimpo los banquetes de los dioses con sus danzas y sus cantos bajo la dirección de Apolo. Primero, moraban en el monte Helicón, en la región de Beocia, donde tenían un santuario, y, cuando Apolo fundó el oráculo de Delfos, se trasladaron, llamadas por él, al monte Parnaso, situado en la ladera meridional del mismo, al que los poetas terminaron considerando su patria simbólica; de ahí, que una de las acepciones hoy del término parnaso sea: “Conjunto de todos los poetas, o de los de un pueblo o tiempo determinado” (RAE). El número de las Musas, indeterminado al principio, fue fijado en nueve por Hesíodo en su Teogonía, en la que figuran también sus respectivos nombres. Para los escritores antiguos, eran unas divinidades menores inspiradoras de la música, excepto Calíope, a la que le fue asignado muy pronto el dominio de la poesía épica; y, a partir de la época clásica y, sobre todo, en la helenística, las restantes tuvieron también el suyo propio dentro del mundo de la poesía, de las artes y las ciencias, siendo estos sus respectivos dominios y principales atributos:

1.- Melpómene (en griego Μελπομένη, ‘la melodiosa’) es la musa de la tragedia, por lo que se la ha solido representar con una espada o un cuchillo en una mano y una máscara trágica en la otra.

2.- Talía (en griego antiguo Θάλεια, de la misma raíz que el verbo θάλλω, ‘florecer’) es la musa de la comedia y de la poesía bucólica o pastoril. En las representaciones figura con la máscara de la comedia y, a veces, con el cayado de pastor.

3.- Euterpe (en griego Ευτέρπη, ‘la que proporciona regocijo o diversión’) es la musa de la música interpretada con la flauta; de ahí, que se la haya representado con la flauta simple y, más frecuentemente, con doble flauta, cuya invención se atribuyó a ella.

4.- Terpsícore (en griego Τερψιχόρη, ‘la que deleita en la danza’) ya en la época clásica se la asoció con la danza y la lírica coral, y ha solido ser representada con un instrumento musical de cuerda: cítara o lira.

5.- Clío (en griego Κλειώ, de la misma raíz que el verbo κλέω, ‘alabar’ o ‘celebrar’) es la musa de la historia, la cual, según una tradición, introdujo el alfabeto fenicio en Grecia. Suele ser representada con una tablilla de escritura y el estilo.

6.- Calíope (en griego Καλλιόπη, ‘la de la bella voz’) era la mayor y más distinguida de las musas y su dominio era la poesía épica y la elocuencia. Ha sido representada generalmente con un pergamino en la mano y, a veces, llevando una corona de laurel o de oro, la cual, según el poeta Hesíodo, indicaba su supremacía sobre las demás musas.

7.- Erato (del griego Ερατώ, ‘amable’ o ‘amorosa’) es la musa de la poesía lírica, y es representada generalmente con una lira.

8.- Polimnia (Πολυμνία, en griego, ‘la de muchos himnos’) es la musa de la poesía lírica sacra, de la geometría, la pantomima y la agricultura. Se la ha solido representar con un cetro en la mano derecha y semblante serio y pensativo.

9.- Urania (en griego Ουρανία, ‘celestial’) es la musa de la astronomía y la astrología, de la poesía didáctica y de las ciencias exactas. Se la representa sosteniendo una esfera y vestida, a veces, con un manto o coronada de estrellas.

     Los romanos asimilaron a las Musas con sus Camenas, como recoge  Tito Livio (Ab urbe condita, I 21, 3), las cuales eran ninfas de las fuentes y tenían su santuario cerca de la Puerta Capena, al sur del monte Celio, donde se levantaba también el santuario de la ninfa Egeria, que formaba parte del séquito de Venus y era protectora de las novias y de los partos.

Mosaico romano de las Musas (encontrado en una villa romana en Moncada), s. III d. C. Museo de Bellas Artes de Valencia.
Mosaico romano de las Musas (encontrado en una villa romana en Moncada), s. III d. C. Museo de Bellas Artes de Valencia.
  •   LAS NINFAS  

       Según el poeta Hesíodo, las Ninfas (en griego antiguo νύμφα, ‘mujer joven’) de las colinas y de los bosques eran hijas de Gaia, mientras que para Homero todas son hijas de Zeus y de Metis, aunque en otras tradiciones algunas de ellas aparecen como hijas de mares o de ríos de diferentes regiones. En la mitología griega, se las consideró unas divinidades femeninas menores que moraban, como espíritus benéficos de la naturaleza, en los bosques, los árboles, las montañas, las grutas, los prados, las fuentes, los ríos y los mares.  Una de ellas, Anfitrite, se convirtió en reina del mar, como esposa de Poseidón, y,  en algunas ocasiones, eran convocadas  a las reuniones de los dioses en el Olimpo, por lo que se les aplicó el apelativo de olímpicas; por otra parte, solían actuar como ayudantes de otras divinidades superiores, como  Zeus, Apolo, Dioniso, Poseidón, Hermes y, en particular, Artemisa, o con otras ninfas de más alto rango, como Circe o Calipso, y con frecuencia eran objeto de deseo de Pan, de los Sátiros y los Silenos. Aunque las ninfas podían engendrar de los dioses hijos inmortales, la creencia popular les atribuyó sólo una vida muy larga, frente a Homero, para quien todas ellas  eran inmortales.

Mosaico representando a Neptuno y a Anfitrite, que decoraba, junto con otros, el triclinio de verano de la conocida como Casa de Anfitrite, en Herculano
Mosaico representando a Neptuno y a Anfitrite, que decoraba, junto con otros, el triclinio de verano de la conocida como Casa de Anfitrite, en Herculano

      Al principio, se tributaba culto a las Ninfas en un altar erigido en su honor en determinados lugares (ninfeos): cerca de los manantiales y en grutas naturales, sobre todo, en algún claro del bosque, en los puertos, etc., en el cual los fieles depositaban, generalmente, ofrendas de miel, leche y aceite, nunca vino (a veces, se sacrificaba una cabra o un cordero), para que, en el caso de los últimos, por ejemplo, el viaje que iban a emprender les resultase tranquilo. Posteriormente, se construyeron ninfeos artificiales en las ciudades, a imitación de las grutas naturales, consagrados igualmente a ellas y dotados de una fuente de agua canalizada hasta allí, en los cuales se solían celebrar las bodas. En la Época helenística, dichas fuentes públicas pierden, en parte, el carácter práctico y cultual que habían tenido para los griegos y adquieren otro más monumental y simbólico, el cual alcanzará un especial desarrollo con los romanos y en el Renacimiento. A diferencia, por otra parte, de lo que sucediera entre los griegos, muchos romanos se mandaron construir en los jardines o peristilos de sus casas ninfeos bellamente decorados, especialmente si eran de dimensiones reducidas, como los que vemos en diferentes casas de Pompeya y de Herculano, y, a partir del siglo XV y hasta finales del XVII, familias adineradas, principalmente de Roma, dotaron a sus palacios de monumentales ninfeos.  

Ninfeo de Gerasa, s. II d. C. En su nivel inferior, estaba decorado con revestimientos de mármol y, en la superior, con estuco ricamente decorado, y como cubierta tenía una media cúpula. El agua de la fuente brotaba de la boca de siete leones tallados y era vertida en un pequeño canal, que desaguaba en el sistema de alcantarillado de la ciudad.
Ninfeo de Gerasa, s. II d. C. En su nivel inferior, estaba decorado con revestimientos de mármol y, en la superior, con estuco ricamente decorado, y como cubierta tenía una media cúpula. El agua de la fuente brotaba de la boca de siete leones tallados y era vertida en un pequeño canal, que desaguaba en el sistema de alcantarillado de la ciudad.

     El número de las Ninfas es muy amplio y, según las partes de la naturaleza que representan, podrían ser clasificadas así:

Ninfas del elemento acuático, entre las que habría que destacar: las Oceánicas o ninfas del Océano y del agua salada, en general, las cuales eran consideradas hijas de Océano, como Calipso, la cual habitaba en la isla de Ogigia, adonde llegó Ulises de vuelta a su patria Ítaca, reteniéndolo allí durante diez años ; las 50 hijas de Nereo o Nereidas, que son las ninfas del Mediterráneo, entre ellas, Tetis, madre de Aquiles, Anfitrite, esposa de Poseidón, y Galatea, la cual, amada por el gigante Polifemo, fue transformada en río por este por haber preferido al pastor Acis, a quien aquel dio muerte, por lo mismo, arrojándole una gran piedra; Néfeles, ninfas de las nubes y las lluvias; y las Náyades, que son las ninfas del agua dulce de los ríos, lagos, arroyos o pozos y podían adoptar también el nombre del accidente geográfico concreto con el que estuvieran especialmente relacionadas: Potámides, ninfas de los arroyos y riachuelos; Creneas o Crénides, ninfas de las fuentes y pozos; Limnadas, ninfas de los lagos; Heleades, ninfas de los pantanos y marismas; Pactólides, ninfas del  río Pactolo;  Aqueloides, ninfas del río Aqueloo; Pegeas , ninfas de las cascadas,… Las Náyades, como diosas del agua dulce, facilitaban mediante esta la fertilidad y el crecimiento de las plantas, los animales y los seres humanos. Por ello, en las bodas, que se solían celebrar  en los ninfeos, como indicamos antes, el rociado de la novia con agua de los mismos era uno de los ritos más importantes y, tras aquellas, se las consideraba guardianas del matrimonio. Se creía, por otra parte, que algunas fuentes tenían poderes oraculares, inspiradores o curativos, recibidos de las ninfas que las protegían, por lo que muchos se acercaban a beber el agua de las mismas para adquirir la inspiración profética o poética o para sanar de sus dolencias.

Ninfas de las montañas y las grutas. Recibían el nombre genérico de Oréades  (en griego, Ὀρειάδες, derivado de ὄρος, ‘montaña’), pero a veces también el de las montañas que habitaban, como Citerónides, por el monte Citerón, Ideas, por el monte Ida, y Pelíades,  por el Pelión. Las ninfas de las montañas formaban el cortejo de Ártemis, a la cual acompañaban cuando recorría estas o iba de caza. Eco era una oréade del monte Helicón y poseía una gran belleza y facilidad de palabra. Merced a esta, un día en que Zeus se encontraba solazándose con sus compañeras, cuando vio llegar a Hera, que acudió allí molesta por las continuas infidelidades de su marido, Eco salió a su encuentro y la entretuvo con largas y hermosas historias, dando tiempo, así, a aquel y a las ninfas para ocultarse. Advertido por Hera el engaño del que había sido objeto, castigó a Eco privándola de la capacidad de articular palabras y permitiéndole que repitiera solo la última de las que le habían dicho sus interlocutores.  Profundamente apenada por esto, decidió retirarse a una gruta, con la firme determinación de no volver a salir de ella, situada en un paraje que solía frecuentar Narciso, hijo del dios Cefiso y de la ninfa Leiríope, el cual poseía una belleza extraordinaria. Uno de los días que Narciso paseaba cerca de la gruta donde se ocultaba Eco, cuando esta lo vio pasar, cautivada por su hermosura lo siguió a distancia, pero, cuando él se percató de su presencia, la rechazó como había hecho antes con los muchos jóvenes de ambos sexos que lo habían pretendido. Molesto uno de estos por dicha actitud de Narciso, pidió a los dioses que le hicieran experimentar a él lo mismo que ellos habían sufrido por su causa. Némesis (la venganza) fue la encargada de ello. Así, en uno de los paseos de Narciso por el bosque, le hizo sentir una gran sed de agua, lo que le impulsó a buscar una fuente donde saciarla. Encontrada esta, cuando se inclinó  para beber agua de la misma, viendo su bella imagen reflejada en ella, la quiso besar y abrazar, y, como no lo consiguió tras mucho intentarlo, dejó de comer y beber muriendo allí días después de inanición. En aquel mismo lugar brotó después una flor, a la que se dio su nombre: narciso.

Eco y Narciso (detalle), de John William Waterhouse, 1903, Walter Art Gallery, Liverpool (Inglaterra).
Eco y Narciso (detalle), de John William Waterhouse, 1903, Walter Art Gallery, Liverpool (Inglaterra).

Ninfas de los bosques, arboledas y praderas, como las  Hyleoroi, vigilantes de los bosques; las  Alseides,  ninfas de las arboledas y cañadas; las Auloniades, ninfas de los pastos; las Napeas, protectoras de las cañadas y los valles; las Limónides, ninfas de los prados, Alseides, ninfas de las flores… Se cría que estas ninfas se aparecían a veces y asustaban a los viajeros solitarios que profanaban sus dominios.

Ninfas de los árboles. Eran llamadas Adríades (Ἀδρυάδες),  Dríades, (Δρυάδες) o  Hamadríades (Ἁμαδρυάδες), nombres derivados de δρῦς, ‘árbol’, especialmente, ‘roble’ o ‘fresno’. Estas podían adoptar otros nombres según el tipo de árboles que protegieran, como Dafneas, ninfas del laurel; Kissiae, ninfas de la hiedra; Mélides, Epimélides  o  Hamamélides,  protectoras de los rebaños de ovejas,… Se creía que algunas de estas ninfas vivían en los árboles que protegían, por lo que, cuando estos se secaban o eran talados, morían también con ellos.

Introducidas en Roma, especialmente por influencia de los poetas latinos, las Ninfas absorbieron pronto a las Camenas italianas, que eran divinidades de los manantiales, pozos y fuentes, como la de Porta Capena en Roma. Estas ninfas otorgaban la fertilidad,  protegiendo por ello a las novias como futuras madres, y, en alguna ocasión, también la sabiduría y la inspiración poética. Según la tradición, había cuatro Camenas: Carmenta, Egeria, Antevorta y Postvorta. A Carmenta, que era la principal, le estaban dedicadas la fuente de Porta Capena, en Roma, y la arboleda de alrededor. Ella era la patrona de las matronas romanas y protegía los partos y a los niños. Asociada con la innovación tecnológica, se le atribuyó también la invención del alfabeto latino. Egeria habitaba en la citada fuente e integraba el séquito de Venus y era protectora de las novias y de los partos. Se casó con Numa Pompilio, segundo rey de Roma, quien, por inspiración suya, dio leyes sabias y justas a la ciudad y puso las bases de la primitiva religión romana. Muerto Numa, fue convertida en fuente, la cual manaba las lágrimas que ella siguió derramando por él.  Antevorta se cuidaba de que los niños, al nacer, lo hicieran en la posición natural y de que la parturienta se restableciera pronto; mientras que Postvorta ayudaba a esta cuando el niño salía con los pies por delante y le calmaba los dolores del parto. En la Carmentalia, fiesta que se celebraba en su honor entre el 11 y el 15 de enero, las Vestales sacaban agua de la Fuente Capena para los ritos que se desarrollaban en el templo de Vesta.

La Ninfa Egeria inspira a Numa Pompilio las leyes de Roma, de Felice Giani (1806). Palacio de la Embajada de España – Sala de los Legisladores, Roma.
La Ninfa Egeria inspira a Numa Pompilio las leyes de Roma, de Felice Giani (1806). Palacio de la Embajada de España – Sala de los Legisladores, Roma.

     A las Ninfas se las ha solido representar como jóvenes muy bellas y gráciles, con la cabeza adornada con flores, vestidas con túnicas ligeras y, a veces, desnudas o semidesnudas y llevando una vida de libertad, bailando y cantando y tejiendo, a veces, en grutas en compañía de Ártemis y siendo continuamente objeto de la lascivia de los sátiros y silenos (ver Sátiros, Silenos y Faunos). Quizás esto y sus devaneos con Dionisos y algún otro de los dioses dio origen al término ‘ninfómana’, creado por la psicología moderna para aludir al deseo exagerado de la mujer de mantener relaciones sexuales

6. MONSTRUOS DE LA MITOLOGÍA CLÁSICA

  • LAS SIRENAS

       Las Sirenas son unos monstruos marinos creados por la imaginación del antiguo pueblo griego, marinero por excelencia, para explicar míticamente los peligros que entrañaba el mar para los navegantes, especialmente en algunos lugares.  El poeta Homero es el primero que las menciona en la Odisea, atribuida a él, y habla de dos: “Llegarás -le dice Circe a Ulises- a las Sirenas, las cuales hechizan a todos los que se acercan a la isla donde habitan. Quien se aproxima a ellas y oye su voz no regresa a su casa y su mujer y sus hijos pequeños no gozarán ya de su presencia, pues las Sirenas lo hechizan con su armoniosa canción sentadas en un prado. A su alrededor hay un montón de huesos de hombres putrefactos cuyas pieles se consumieron. Pasa, pues, de largo bogando y tapa los oídos de tus compañeros con cera ablandada, para que, al oír su canto, no acerquen remando la nave a los acantilados de la isla y se destruya al chocar violentamente contra ellos. Y si tú no quisieras privarte de él, ordénales, antes, que te aten manos y pies al mástil de la rápida nave, para que puedas disfrutar indemne de la melodiosa voz de las dos Sirenas, y que te aten con más ligaduras, si les suplicas que te desaten después de haber gozado de ella.” (Odisea XII, 39-54).       

     Después de Homero, el número de Sirenas fluctuó, dentro de la propia tradición mítica griega, entre dos y cuatro, las cuales algunos estudiosos del tema las sitúan en una isla del mar Tirreno a unas millas de la ciudad de Sorrento, frente a quienes sostienen -que son mayoría- que las rutas, islas, escalas y singladuras de la Odisea son imaginarias y carentes de rigor científico. En un principio, se representó a las Sirenas con cabeza y torso de mujer y cuerpo de ave con alas, y, a partir de Baja Edad Media, sin alas y con el cuerpo de pez. En algunas tradiciones, se las relaciona con Perséfone, lo cual explicaría que figuren en tumbas antiguas. Respecto a la expresión Canto de sirenas, se utiliza esta cuando alguien pronuncia un discurso sugerente y atractivo en el que se ofrecen propuestas que esconden, en realidad, algún engaño o perjuicio para quien las cree o asume.


Ulises y las Sirenas. Mosaico romano. Museo del Bardo (Túnez).
Ulises y las Sirenas. Mosaico romano. Museo del Bardo (Túnez).
  • ESCILA y CARIBDIS

       Después de esquivar a las Sirenas, Ulises y sus compañeros de viaje tuvieron que enfrentarse a Escila y a Caribdis, dos terribles monstruos, también marinos, que atacaban a los barcos y marineros que cruzaban el Estrecho de Mesina, según la tradición más generalizada. Escila vivía en una gruta situada en la costa suroeste de Italia, en la región de Calabria, y Caribdis, en otra que había bajo una frondosa higuera, en la costa noreste de Sicilia, en la cual absorbía tres veces al día gran cantidad de agua del mar produciéndose un remolino que succionaba  a los barcos y marineros que pasaban cerca de este, a los que ella vomitaba después. El hecho de que una y otra se encontraran “a un tiro de flecha” dio lugar después a la expresión: Escapar de Escila para caer en Caribdis”, equivalente a esta otra: “Huir del fuego para caer en las brasas”. Homero describe a ambos monstruos así, igualmente en la Odisea (XII 74-110): “Y de la otra parte hay dos cantiles: el uno alcanza el cielo anchuroso con su aguda cima, y lo envuelve siempre una nube oscura… En la mitad del cantil, hay una caverna sombría, que mira hacia poniente y el Érebo, hacia donde debéis dirigir, glorioso Odiseo, la cóncava nave…  Dentro de esta habita Escila, que lanza un gañido terrible. Su voz suena como la de un perrillo pequeño, si bien ella es un monstruo dañino. Nadie se alegraría al verla, ni aunque fuera un dios. Tiene doce pies, todos colgantes, y seis cuellos muy largos y, al final de cada uno de ellos, una espantosa cabeza con tres filas de dientes, espesos y apretados, llenos de negra muerte. Hasta la mitad de su cuerpo está metida en la caverna hueca, pero mantiene fuera sus cabezas y allí pesca, buscando ávida en torno al cantil, delfines y focas y cualquier animal marino mayor que pueda agarrar, los cuales cría innumerables la bramadora Anfitrite. Jamás los navegantes pueden jactarse de haber escapado indemnes de ella, porque cada una de sus cabezas arrebata a un hombre de su oscura nave, si se pone a su alcance. El otro cantil es más bajo, bien lo verás, Odiseo, pues están tan cerca el uno del otro que incluso con una flecha alcanzarías al opuesto. En él hay un cabrahígo grande, bien frondoso, bajo el cual la divina Caribdis absorbe tres veces al día la oscura agua y, otras tantas, la expulsa de modo espantoso. No te encuentres tú allí, cuando la absorba, porque no te podría librar de la ruina ni siquiera el que agita la tierra; mas, acercándote mucho al cantil de Escila, haz pasar con rapidez tu nave, porque es mucho mejor echar de menos a seis compañeros en la nave que a todos a la vez”.  

Escila y Caribdis.
Escila y Caribdis.
  • EL MINOTAURO

       Después de raptar Zeus, metamorfoseado en toro, a la bella Europa, hija de Agenor, rey de Fenicia, llegó con ella sentada en su lomo nadando por el mar hasta la isla de Creta, en donde le reveló su identidad y la poseyó debajo de un plátano cerca de una fuente en Gortina (al sur de Cnossos). Posteriormente Zeus casó a Europa con Asterión, rey de la isla, quien adoptó a los hijos de ambos, Minos, Radamantis y Sarpedón, pues no los tenía propios. A la muerte de Asterión, Minos, para poder acreditar ante sus hermanos y los ciudadanos cretenses sus derechos al trono,  pidió a Poseidón que hiciera salir del mar un toro, al cual sacrificaría después en su honor. Así lo hizo el dios del mar; pero, cuando Minos vio el espléndido toro blanco que aquel le había enviado, se olvidó de la promesa que le había hecho y se lo quedó para su vacada, sacrificando en su lugar otro de la misma. Poseidón, entonces, enojado con Minos, inspiró a su esposa Pasifae un amor irresistible al citado toro, que ella satisfizo introducida en una vaca hueca de madera cubierta con una piel de cuero, la cual había fabricado para ella Dédalo, habilísimo arquitecto y artesano ateniense, que había emigrado a Creta y estaba al servicio de Minos. De aquella unión antinatural nació el Minotauro (o “toro de Minos”), un ser monstruoso con cabeza de toro y cuerpo de hombre, el cual se alimentaba únicamente de carne humana. Avergonzado y horrorizado Minos por todo esto, pidió a Dédalo que construyera un edificio para encerrar en él al Minotauro, el cual fue llamado Laberinto y tenía una estructura tan intrincada, compuesta de numerosos pasillos y corredores , que provocaba irremisiblemente la pérdida a quien entraba en él.

Moneda de plata de Cnossos (400 a.C.) en la que se representa el Laberinto. Museo Arqueológico de Heraclion
Moneda de plata de Cnossos (400 a.C.) en la que se representa el Laberinto. Museo Arqueológico de Heraclion

     Poco después, Minos declaró la guerra a Egeo, rey de Atenas, por haber matado los atenienses a su hijo Androgeo tras participar en una competición olímpica en la que acabó vencedor. El resultado de la misma fue favorable a los cretenses,  por lo que  Minos impuso como tributo a la polis de Atenas el envío a Creta cada año (según otras versiones, cada nueve) de siete muchachos y siete muchachas, los cuales al llegar allí eran introducidos en el Laberinto para que sirvieran de alimento al Minotauro.  En el tercero de los  citados envíos,  partió Teseo, hijo de Egeo, con el grupo de jóvenes elegidos en esa ocasión,  decidido a dar muerte al Minotauro y liberar así a Atenas de tan ominoso tributo. Al llegar a Cnossos, Ariadna, hija de Minos, que se había enamorado de él nada más verlo, le prometió su ayuda en tan arriesgada empresa, si la llevaba después con él a Atenas y la tomaba por esposa. Después de jurárselo, Ariadna entregó a Teseo, según le había indicado Dédalo, un ovillo de hilo, que él, atado uno de sus extremos en la puerta del Laberinto, fue desenrollando hasta que llegó al fondo del mismo, donde estaba el Minotauro, a quien dio muerte tras dura lucha; luego, rebobinando el ovillo encontró sin dificultad la salida del Laberinto, en la que le esperaban Ariadna y los jóvenes con los que había llegado de Atenas. Antes de que Minos se enterara de lo sucedido, zarparon todos ellos de la isla llegando por la noche a Naxos, donde el dios Dioniso, enamorado de Ariadna, la raptó llevándosela después a Lemnos. Según otra versión, Ariadna fue abandonada allí por Teseo aprovechando que estaba dormida. Apesadumbrado este por ello, o con las prisas por zarpar antes que despertara Ariadna, según la otra versión, se olvidó de cambiar las velas negras de la nave, con las que había salido de Atenas, por las blancas que le había dado su padre para que las pusiera en ella si regresaba victorioso. Cuando Egeo, que había esperado ansioso cada día el retorno de su hijo, vio a lo lejos desde la Acrópolis de Atenas (según otros, desde el cabo Sunion) las velas negras de la embarcación, deduciendo que había muerto se arrojó al mar, que a partir de entonces se denominó mar Egeo.

Mosaico romano de Recia en el que se representa a Teseo y al Minotauro en el Laberinto. Museo Augsburgo (Alemania).
 Teseo y al Minotauro en el Laberinto. Mosaico romano de Recia. Museo Arqueológico  de Augsburgo (Alemania).

     Interpretación del mito. El mito del Minotauro contiene, evidentemente, elementos fabulosos; pero estos se debieron de basar en contenidos, creencias y rituales de carácter real, a los que la imaginación popular iría transformando con el paso del tiempo hasta adquirir las características con las que  ha llegado a nosotros, tal como sucedió, sin duda, con la guerra que sostuvieron, a comienzos del s. XII a.C., según la opinión más generalizada de los historiadores, los micénicos y el pequeño reino de Troya, la cual sería transmitida oralmente y transformada, en consecuencia, con el añadido cada vez mayor de elementos míticos por parte de los aedos que precedieron a Homero, terminando él por estructurar el contenido y fijarlo por escrito, cuatro siglos después.  En efecto, respecto al tributo que Atenas pagaba a Creta, no se puede descartar que, durante la talasocracia cretense, en el Minoico Reciente (ca. 1700-1450 a.C.), merced a la cual Creta dominó el comercio por mar en el Mediterráneo oriental,  se produjeran enfrentamientos entre esta y algunas ciudades de esa zona, como Atenas, y, si le eran favorables, que la ciudad vencida tuviera que pagarle el correspondiente tributo (por supuesto, no del tipo del que se menciona en el mito). La compleja e irregular estructura, por otra parte, de los palacios cretenses compuestos de numerosas habitaciones -unas 1500 el de Cnossos, el más importante de ellos- y pasillos entrecruzados nos lleva a pensar que la invención del Laberinto se debió a esto mismo. De hecho, cuando el inglés Arthur Evans descubrió y escavó aquel a finales del siglo XIX, creyó que había encontrado el famoso laberinto de la leyenda, por lo que acuñó el término “minoico” para denominar a la rica civilización cretense.

Plano Palacio de Cnossos
                                            Plano Palacio de Cnossos

     Finalmente, la leyenda del Minotauro habría que relacionarla con el culto tributado al toro, como símbolo de fertilidad, en la civilización minoica sobre todo y en las del Mediterráneo oriental, en general, al cual es posible que se le ofrecieran incluso sacrificios humanos, al principio al menos. Su imaginería, en efecto, alcanzó en Creta un especial desarrollo, como acreditan, por ejemplo, los abundantes ritones en forma de toro o de cabeza de toro descubiertos en las excavaciones de los palacios cretenses y las pinturas murales en las que se representan los acrobáticos saltos realizados sobre él, los cuales, según la opinión generalizada de los estudiosos, no fueron un simple entretenimiento, sino una celebración de carácter religioso, en la que se trasmitiría a los jóvenes que los realizaban la fuerza vital fecundadora. Es posible, además, que dichas celebraciones terminaran con el sacrificio de los toros utilizados en dichos saltos y que, una vez hechas las pertinentes libaciones derramando su sangre en la tierra, su carne fuera repartida a los asistentes, quienes recibirían también, con ella, su fuerza vital fecundadora.

Fresco 1500 a. C. encontrado en el Palacio de Cnossos Museo de Heraclion
Fresco 1500 a. C. encontrado en el Palacio de Cnossos Museo de Heraclion
  • MEDUSA

        Medusa fue la más conocida y terrible de las tres Gorgonas, hijas de las divinidades marinas Forcis y Ceto, y, a diferencia de sus hermanas, era mortal. Las tres vivían en el confín occidental del mundo, no lejos del país de las Hespérides, al que la tradición mayoritaria situaba cerca de la cordillera del Atlas en el Norte de África al borde del Océano, el cual rodeaba al mundo. Según el “Pseudo-Apolodoro” (Bibl. mitol. II, 4,2), “tenían cabezas rodeadas  de escamas de dragón, grandes colmillos como de jabalí, manos broncíneas y alas doradas, con las que iban de un lugar a otro, y convertían en piedra a quien osara mirarlas a los ojos”.  En otra leyenda, de la que se hace eco Ovidio en sus Metamorfosis (IV, 784), Medusa era una bella doncella, pero fue castigada por Atenea transformando sus cabellos en serpientes por rivalizar con su belleza o por haber tenido relaciones con Poseidón en un templo de ella. Por todo ello, las tres Gorgonas eran objeto de espanto no solo para los humanos, sino también para los inmortales. Solo Poseidón, por lo dicho antes, tuvo acceso a Medusa, con la que engendró al caballo alado Pegaso, y el héroe Perseo, quien, ayudado por Atenea y Hermes, consiguió darle muerte cortándole la cabeza con una hoz. (ver Perseo.)  

Cabeza de Medusa. Detalle de un mosaico romano, s. lV d. C., hallado en Palencia. Museo Arqueológico Nacional (Madrid)
Cabeza de Medusa. Detalle de un mosaico romano, s. lV d. C., hallado en Palencia. Museo Arqueológico Nacional (Madrid)
  • LA ESFINGE 

        Las esfinges fueron ideadas por los antiguos egipcios, que las representaron al principio con rostro de varón y cuerpo de león y las consideraron símbolo de la realeza y de la vida después de la muerte; de ahí, que figuraran en  muchas tumbas en forma de relieve. La escultura más grandiosa y antigua de este tipo es la Gran Esfinge, la cual fue construida en la necrópolis de Guiza (a unos 20 km del centro del Cairo) en el s. XXVI a. C., según los egiptólogos, representando posiblemente su cabeza la del faraón Kefrén, y debió de formar parte del complejo funerario del mismo, quien se hizo erigir, no lejos de aquella, la Gran Pirámide, que lleva su nombre, donde fue enterrado. Posteriormente, algunas de las esfinges tuvieron rostro femenino, como el de la reina-faraón Hatshepsut y el de Nefertiti, esposa de Akenatón, e incluso de carneros, como las que flanqueaban la gran avenida que unía el templo de Amón en Karnak y el de Amón en Lúxor.

     En la mitología griega, en cambio, la Esfinge -hija, según Hesíodo, de la Quimera y de Ortro, perro terrible hermano de Can Cerbero-, era un monstruo destructivo, al que se la representó con rostro y pecho de mujer, cuerpo de león y alas de ave, el cual fue enviado por Hera a Tebas como castigo a su rey, Layo, por haber raptado y violado al joven Crisipo, hijo de Pélope, rey de la polis de Elis, en cuyo palacio había sido acogido de joven, tras ser desterrado de su ciudad por sus primos  Anfión y Zeto, y nombrado después tutor del mismo,  y a los tebanos, por no haberlo castigado por el rapto de Crisipo, cuando, muertos  los dos usurpadores, regresó a Tebas y asumió el poder en ella. La Esfinge allí, situada en una roca de las afueras de la ciudad, planteaba a los viajeros que pasaban por delante enigmas irresolubles, devorándolos después. Solo Edipo consiguió resolver el suyo, cuando, al preguntarle: “¿Quién tiene voz y cuatro, dos y tres pies?”, respondió: “El hombre” (quien, en los primeros meses de vida, va a gatas, luego camina moviendo sus dos pies y, cuando es mayor, lo hace ayudado por un bastón). La Esfinge, entonces, vencida, se lanzó al vacío y pereció.

Edipo y la Esfinge, Kylix ático, 480-470 a. C. Museo Gregoriano Etrusco, Ciudad del Vaticano.
Edipo y la Esfinge, Kylix ático, 480-470 a. C. Museo Gregoriano Etrusco, Ciudad del Vaticano.

7.  HÉROES MÁS CONOCIDO

HERACLES / HÉRCULES

     Heracles es el más célebre de los héroes griegos y la fuerza es su atributo característico, la cual utilizó, recorriendo en solitario numerosos lugares, para ayudar a otros héroes y para liberar el mundo de monstruos, delitos y asesinatos. Era hijo de la tebana Alcmena, nieta de Perseo,  y de Zeus, quien, aprovechando la ausencia de su esposo Anfitrión, rey de Tebas, la poseyó metamorfoseado en él. Vuelto al día siguiente Anfitrión de la guerra contra los tafios, poseyó igualmente a Alcmena, concibiendo así esta a Heracles, de Zeus, y a Ificles, de su marido. Enfurecida Hera por la nueva infidelidad de Zeus, cuando supo que este había anunciado que el descendiente de Perseo que naciera primero reinaría en Micenas, para evitar que lo fuera Heracles, persuadió a Ilitía, diosa de los alumbramientos, de que adelantase dos meses el nacimiento de Euristeo, descendiente también de Perseo. Poco después de nacer Heracles, Zeus pidió a Hermes que lo pusiera en el regazo de Hera, mientras dormía, para que mamara de la diosa la leche de la inmortalidad. Pero esta despertó al instante de su sueño sobresaltada y, al descubrir lo que estaba pasando, alejó violentamente al niño de si, lo cual provocó que el chorro de leche que salió entonces del seno del que estaba mamando Heracles formara la Vía Lactea.  

El nacimiento de la Vía Láctea, P.P. Rubens, 1636-1638. Museo del Prado
El nacimiento de la Vía Láctea, P.P. Rubens, 1636-1638. Museo del Prado

     Hera se convertiría en la enemiga más encarnizada del héroe. Así, unos días después de que vinieran al mundo los mellizos, echó en la cuna donde dormían dos enormes serpientes, las cuales aterrorizaron a Ificles, pero no así a Heracles, quien las agarró con sus pequeñas pero vigorosas manos y las estranguló al instante. Cuando Heracles llegó a la adolescencia, Creonte, rey de Tebas, le dio por esposa a su hija Mégara agradecido por haber liberado a los tebanos del tributo que pagaban cada año al rey Ergino de Orcomeno a raíz de una guerra librada por ambas polis, en la que Tebas fue derrotada. Unos años después, sin embargo, Heracles, en un rapto de locura provocado por la implacable Hera, arrojó al fuego  a los tres hijos habidos con Mégara y a dos de su hermanastro Ificles. Cuando recobró el juicio, dolido y avergonzado por su execrable acción, fue a consultar el Oráculo de Delfos, recibiendo de este como respuesta que se pusiera durante diez años al servicio de Euristeo, rey a la sazón de Micenas -un hombre cobarde, a quien más odiaba por haberle usurpado su legítimo derecho a la corona-, el cual le impondría una serie de trabajos, superados los cuales alcanzaría la inmortalidad. Dichos trabajos fueron diez, en principio, pero luego, malmetido Euristeo por Hera, los amplió a doce, al no aceptarle el segundo y el sexto, lista canónica que fue establecida así en la época clásica:

1.- El León de Nemea. Era este una bestia invencible, que causaba numerosos estragos en el valle de Nemea, especialmente a los habitantes de Bembina. Su guarida tenía dos accesos, por lo que resultaba muy difícil capturarla. Hércules empezó por dispararle flechas, pero, al no conseguir matarla con ellas, cerró una de las salidas de la caverna y la obligó después a entrar en ella. Dentro de ella ambos, viendo el león que no podía escapar por la otra salida, se volvió furioso hacia Heracles para atacarlo, lo que fue aprovechado por este para golpearle repetidamente el cráneo con su clava, y, cuando lo vio malherido, lo estranguló; luego lo desolló y se puso su piel sobre los hombros e hizo de su cabeza una especie de casco.

Hércules y el León de Nemea . Cerámica griega de figuras rojas, 490 a.C. Museo Universidad de Filadelfia. USA
Hércules y el León de Nemea . Cerámica griega de figuras rojas, 490 a.C. Museo Universidad de Filadelfia. USA

2.- La Hidra de Lerna. El segundo monstruo con el que tuvo que enfrentarse Heracles fue una serpiente acuática dotada de un cuerpo enorme y de siete cabezas, seis mortales y la del centro, inmortal, la cual vivía en el lago de Lerna, en la costa occidental del Peloponeso, y causaba grandes destrozos en los cultivos y en los rebaños de los alrededores. Para acabar con ella, Hércules llegó hasta allí subido en un carro conducido por su sobrino Yolao, acompañante suyo habitual, y, cuando consiguió hacer salir a la Hidra de su madriguera disparándole flechas, se acercó a ella y la apresó; pero no conseguía matarla, ya que, por cada cabeza que le cortaba, le crecían dos. A la vista de esto, pidió ayuda a Yolao, quien, después de incendiar unos árboles cercanos, cogió del fuego tizones candentes y quemó con ellos las cabezas mortales del monstruo impidiendo así que se reprodujeran. Heracles, por su parte, cortó la cabeza inmortal de la Hidra, la enterró y le puso encima una enorme piedra, tras haber rociado sus flechas con su sangre, que era muy venenosa. Cuando Euristeo supo cómo había realizado Heracles este trabajo, le dijo que no se le contaría, pues no lo había superado solo, sino contando con la ayuda de Yolao.

Hércules da muerte a la Hidra de Lerna ayudado por Yolo. Cerámica griega de figuras negras, 525 a.C. Museo Museo colección de J. Paul Getty en Malibu. Los Ángelescolección de J. Paul Getty en Malibu. Los Ángeles
Hércules da muerte a la Hidra de Lerna ayudado por Yolao. Cerámica griega de figuras negras, s. VI a.C. Museo Colección de J. Paul Getty en Malibu. Los Ángeles.

3.- El Jabalí de Erimanto. Como tercer trabajo, Euristeo ordenó a Heracles que le trajera vivo el gigantesco jabalí que tenía su guarida en el monte Erimanto, en los confines de la Arcadia y de la Acaya, y asolaba cada día los campos cercanos bajando de él. Al tener que cazarlo vivo, Heracles corría el riesgo de ser despedazado por los colmillos del fiero animal en el forcejeo para capturarlo. Llegado al lugar que solía frecuentar el jabalí, cuando lo vio entre unos matorrales, lo espantó con grandes gritos y lo persiguió largo tiempo para cansarlo, dándole caza por fin en la cima del monte, cubierta entonces de espesa nieve; después lo cargó sobre sus hombros y se lo llevó a Euristeo, quien lo recibió metido en una tinaja por el terror que sintió al verlo.

Hércules y el Jabalí de Erimanto. Ánfora ática de figuras negras, s. Vl a. C. Museo del Louvre
Hércules y el Jabalí de Erimanto. Ánfora ática de figuras negras, s. Vl a. C. Museo del Louvre

4.- La Cierva de Cerinia. El cuarto trabajo consistía en capturar y llevar a Euristeo, también viva, la cierva provista de cuernos de oro y pezuñas de bronce y famosa por su velocidad, que había sido consagrada en otro tiempo a Ártemis por la ninfa Taigeto y habitaba en el monte Cerinia, entre la Arcadia y la Acaya.  Heracles la persiguió durante un año sin conseguir alcanzarla. Fatigada por el largo acoso, Heracles logró herirla con una flecha cuando cruzaba el río Ladón, en la región de Arcadia, y apoderarse de ella. Transportándola sobre sus hombros desde la ciudad de Énoe, se encontró en el camino con Ártemis, la cual le reprochó haber atentado contra un animal consagrado a ella. Heracles culpó de esto a Euristeo y así pudo aplacar la ira de la diosa y llevar vivo el animal a la corte de aquel en Micenas.

Hércules y la Cierva de Cerinia. Ánfora de figuras negras, s. Vl a. C. Museo Británico de Londres
Hércules y la Cierva de Cerinia. Ánfora de figuras negras, s. Vl a. C. Museo Británico de Londres

5.- Las Aves del lago Estínfalo. Estas aves se habían refugiado en otro tiempo, huyendo de los lobos,  en un espeso bosque a orillas del lago Estínfalo, en la Arcadia, y se habían multiplicado extraordinariamente. Dotadas de pico y zarpas de cobre y de alas con plumas puntiagudas como flechas, devoraban las cosechas y los frutos de los alrededores y mataban también a hombres y animales, por lo que Euristeo le ordenó a Heracles que acabase con aquella plaga. El mayor problema para él era cómo hacerlas salir de la espesura del bosque. Lo consiguió haciendo sonar desde lo alto de una montaña cercana unos crótalos de bronce, obra de Hefesto, que le había proporcionado Atenea, lo cual provocó que ellas, asustadas e incapaces de soportar el ruido de los mismos, levantaran el vuelo, circunstancia que aprovechó Heracles para atravesarlas con sus flechas.

Hércules y las Aves del lago Estínfalo. Ánfora ática de figuras negras, s. Vl a.C. Museo Británico de Londres
Hércules y las Aves del lago Estínfalo. Ánfora ática de figuras negras, s. Vl a.C. Museo Británico de Londres

6.- La limpieza de los Establos de Augias. Augias era rey de Élide y tenía numerosos toros en sus establos, los cuales nunca habían sido limpiados. Euristeo le impuso a Heracles este trabajo de carácter servil, para humillarlo, quien, antes de emprenderlo, se presentó a Augias y, sin revelarle la orden de Euristeo, le dijo que sacaría en un solo día todo el estiércol acumulado en ellos a cambio de la décima parte de su vacada. Augias aceptó el trato, convencido de que Heracles no lograría su propósito. Para Heracles, en cambio, esto no entrañó dificultad alguna, pues, tras unir los ríos  Alfeo y Penteo, que discurrían próximos, encauzó su curso hasta los citados establos, consiguiendo así que la corriente sacara fuera de ellos en poco tiempo el citado estiércol. Realizado este trabajo, Augias no quiso entregar a Heracles la parte de su ganado que este le exigía, negando la existencia del compromiso adquirido por él al respecto,  y ordenó salir al punto al héroe de su reino. Euristeo tampoco aceptó el trabajo entre los diez que le había exigido en un principio, alegando que lo había hecho por salario o con la promesa de recibirlo, al menos.

Hércules desvía los ríos Alfeo y Penteo hacia los Establos de Augias, Zurbarán, 1634. Museo del Prado
Hércules desvía los ríos Alfeo y Penteo hacia los Establos de Augias, Zurbarán, 1634. Museo del Prado

7.- El Toro de Creta. El séptimo trabajo impuesto por Euristeo a Heracles consistía en llevarle vivo el Toro de Creta, que Poseidón había hecho salir del mar, según una versión, para dárselo a Minos, cuando se disputaba con sus hermanos el trono vacante de la isla, tras la promesa de este de sacrificarlo luego en su honor. Minos, sin embargo, viéndolo tan hermoso, se olvidó del compromiso adquirido, lo cual provocó que el dios indujera a su esposa Pasifa a copular con él (ver Minotauro) y que volviera luego furioso al toro. Por ello este sembraba el terror entre los habitantes de Creta arrojando llamas por su boca. Cuando Heracles llegó allí, pidió ayuda al rey Minos para lograr mejor su propósito, pero este se la negó, por lo que tuvo que apresar solo al fiero animal. Luego lo llevó a Euristeo, quien lo ofrendó a Hera, que no lo aceptó. Dejado en libertad, recorrió la Argólida y el Ática, donde fue definitivamente capturado y muerto por Teseo.

Heracles capturando al toro de Creta. Ánfora de figuras negras, 520 a. C. Museo del Louvre
Heracles capturando al toro de Creta. Ánfora de figuras negras, s. VI a. C. Museo del Louvre

8.- Las Yeguas de Diomedes. Diomedes, hijo de Ares y de Cirene, era rey de los belicosos bistones, en Tracia, y tenía cuatro yeguas (veinte, según otras versiones), que comían en pesebres de bronce y estaban atadas con cadenas de hierro por su ferocidad y su fuerza,  a las cuales alimentaba con carne humana. Euristeo mandó a Heracles que se las llevara vivas a Micenas. Llegado este a Tracia, dio muerte a Diomedes en un enfrentamiento  con él, luego troceó su cuerpo y, una vez que hubo saciado el apetito de aquellas bestias con la carne de quien las había acostumbrado a este tipo de alimento, consiguió domeñarlas. Después  las llevó a Euristeo, quien las soltó pronto, dirigiéndose entonces estas al monte Olimpo, donde fueron devoradas por las fieras.

Hércules y las Yeguas de Diomedes. Detalle de un mosaico de los trabajos de Hércules de Liria (Valencia), s. III d. C. Museo Arqueológico Nacional de Madrid
Hércules y las Yeguas de Diomedes. Detalle de un mosaico de los trabajos de Hércules de Liria (Valencia), s. III d. C. Museo Arqueológico Nacional de Madrid

9.- El Cinturón de la amazona Hipólita. Las Amazonas eran unos jinetes excelentes, muy temibles, que dominaban las artes de la guerra y vivían a orillas del río Termodonte en un país del norte de Asia Menor constituido solo por mujeres. Para mantener su raza, capturaban hombres, a los que daban la libertad tras usarlos como esclavos para su trato sexual. De los hijos habidos con estos mantenían con vida solo a las niñas y, cuando estas crecían, les comprimían el pecho derecho para que no les estorbara al lanzar la jabalina y les dejaban libre el izquierdo para amamantar cuando lo precisaran. Su reina, Hipólita, llevaba como distintivo de su poder un cinturón de oro y piedras preciosas, regalo de su padre, el dios Ares. Encaprichada de él Admete, hija de Euristeo, encargó este a Heracles que se lo robara a Hipólita. Para conseguirlo, organizó una expedición al país de las Amazonas acompañado por voluntarios y, después de muchas aventuras y luchas, consiguió arrebatárselo a aquella y entregárselo después a Euristeo.

Hércules se enfrenta a las Amazonas. Ánfora ática de figuras negras, s. VI a.C. Museo de la Universidad de Mississippi, USA
Hércules se enfrenta a las Amazonas. Ánfora ática de figuras negras, s. VI a.C. Museo de la Universidad de Mississippi, USA

10.- Los Toros de Geríones. Como décimo trabajo, Euristeo mandó a Heracles que le trajera de la isla de Eritia, situada en el Occidente extremo, los toros de Geríones, el cual era hijo de Crisaor y de la oceánide Calírroe y tenía un cuerpo de tres hombres fundidos en el vientre.  Dichos toros, que eran de color rojo, los cuidaba Euritión ayudado por Ortro, monstruoso perro de dos cabezas.

Escudo de España desde 1981, flanqueado por las Columnas de Hércules
Escudo de España, flanqueado por las Columnas de Hércules

Para llegar allí, Heracles atravesó Europa y pasó por Libia dando muerte en su camino a muchos animales salvajes y bandoleros que trataron de robarle, y, como testimonio de su paso por Tartesos, erigió en el peñón de Kalpe (perteneciente a Europa) y en el de Abila (en África), del estrecho de Gibraltar, sendas  columnas, denominadas por los romanos Columnas de Hércules, las cuales marcaban el fin del mundo. Según los fenicios, los cuales querían evitarse competidores en el comercio marítimo, más allá del Estrecho de Gibraltar no había nada (non plus ultra), excepto el gran Océano (Atlántico) lleno de monstruos y peligros, los cuales causaban la destrucción a quienes osaban adentrarse en él con sus naves. Cristóbal Colón desmentiría después dicha creencia al descubrir un nuevo mundo tras surcar sus naves el citado Océano. Y como los gastos de dicho viaje fueron sufragados por la reina Isabel de Castilla, las  citadas columnas figuraron, por vez primera en tiempos de su hijo Carlos I, en el escudo español con el lema Plus Ultra, sin el non,  como es lógico. El actual es de 1981.

Ya en Eritia, Heracles pasó la noche en el monte Abas, en donde fue descubierto y atacado por el perro Ortro, al que dio muerte con su maza, así como a Euritión, que había acudido en su ayuda. También mató de un flechazo a Gerión, quien, informado de lo sucedido por Menetes, que apacentaba cerca de allí las vacas de Helios, había perseguido y alcanzado a Heracles cerca del río Antemunte.  Después este inició su viaje de regreso por las costas de Iberia, la Galia, Italia  y Sicilia, en donde sufrió ataques parecidos a los del viaje de ida, y, cuando llegó a Micenas, entregó a Euristeo lo que le quedaba del rebaño de Geríones.

Heracles luchando contra Gerión. Figuran: Atenea, Heracles, Euritión, en el suelo, Gerión y Menetes. Ánfora de figuras griegas, 540 a. C. Museo de Munich
Heracles luchando contra Gerión. Figuran: Atenea, Heracles, Euritión, en el suelo, Gerión y Menetes. Ánfora de figuras griegas, 540 a. C. Museo de Munich

11.- Las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Cuando Hera se casó con Zeus, Gea (la Tierra) le entregó como regalo de bodas unas manzanas de oro, que aquella, encontrándolas maravillosas, mandó sembrar en el Jardín de las Hespérides, situado, según una versión, al pie del monte Atlas, en el norte de África, cuya custodia fue confiada por Hera primero a tres ninfas y, posteriormente, también al dragón Ladón por no fiarse de ellas, el cual era inmortal y estaba dotado de cien cabezas. Habiendo recibido Heracles el encargo de Euristeo de traerle tres de las citadas manzanas, en la expedición que organizó con tal motivo, Prometeo, agradecido por haber sido liberado por él de sus cadenas en su paso por la cima del Cáucaso, le indicó que solo el gigante Atlas -que sostenía cerca del mismo la bóvedas celeste sobre sus hombros como castigo por haber participado en la Gigantomaquia contra Zeus-, podía penetrar en el Jardín. Según el consejo recibido, cuando Heracles llegó allí, le propuso a Atlas que entrara en él y le cogiera tres manzanas, mientras él sostenía la bóveda celeste en su lugar. Así lo hizo Atlas, pero, al salir del jardín, le dijo a Heracles que él mismo llevaría las manzanas a Euristeo. Heracles entonces le pidió que le permitiera ponerse en sus hombros unas almohadillas para poder seguir soportando una carga tan pesada; pero, cuando se vio libre de ella, agarró las manzanas que el gigante había dejado en el suelo y salió corriendo de allí. Según otra versión, fue Heracles quien entró en el jardín y robó las manzanas después de matar al dragón Ladón, que las custodiaba. Cuando Euristeo las recibió, no supo qué hacer con ellas y se las devolvió a Heracles, quien las entregó a Atenea, la cual las restituyó al Jardín de las Hespérides, único lugar donde debían estar, según ella.

Heracles sostiene la bóveda celeste en presencia de Atenea y Atlas muestra las manzanas robadas del Jardín de las Hespérides. Metopa del s. V a.C del Templo de Zeus en Olimpia
Heracles sostiene la bóveda celeste en presencia de Atenea y Atlas muestra las manzanas robadas del Jardín de las Hespérides. Metopa del s. V a.C del Templo de Zeus en Olimpia. Museo Arqueológico de Olimpia.

12.- La captura de Cerbero. Finalmente, Euristeo le impuso a Heracles un trabajo más duro aún que los anteriores,  como era que le llevase vivo el perro (can) Cerbero, o Cancerbero, el cual tenía tres cabezas de perro, cola de dragón y el dorso erizado de serpientes y era el guardián de la puerta de los Infiernos impidiendo la entrada en ellos de los vivos y, sobre todo, la salida a los muertos. Cuando Heracles llegó a la morada de Hades acompañado de Hermes, pidió a aquel que le dejara sacar de los Infiernos a Cerbero.  Él se lo permitió, pero a condición de que lo apresara sin utilizar las armas que portaba. Cubierto solo con la piel del león de Nemea, Heracles fue a buscar a Cerbero y, encontrándolo a las puertas del Aqueronte, rodeó y ejerció con sus brazos una fuerte presión sobre su cuello y de este modo consiguió al fin reducirlo.  Tras su captura, Heracles salió con él de los Infiernos y lo llevó a Euristeo, quien, al verlo, se metió aterrado en una tinaja, igual que cuando le llevó el Jabalí de Erimanta, y ordenó a su captor que lo devolviese a Hades.

Hércules presenta Cerbero a Euristeo, quien lo recibe asustado metido en una vasija. Cerámica grecoetrusca, s. VI a.C. Museo del Louvre
Hércules presenta Cerbero a Euristeo. Cerámica grecoetrusca, s. VI a.C. Museo del Louvre

     Coincidiendo con la realización de los trabajos citados, Heracles hizo otras hazañas y expediciones y mató a diversos enemigos y monstruos, también después de haber sido absuelto de su crimen y liberado de su esclavitud, finalizados aquellos. Tras su bajada a los Infiernos, en donde se reencontró con Meleagro, aconsejado por él se casó con su hermana Deyanira, que fue su tercera esposa, y un día en que esta cruzaba el río Eveno en la barca del centauro Neso, Heracles lo mató con una de sus flechas disparada desde la otra orilla (él había sido pasado antes), al oír los gritos de auxilio lanzados por su esposa cuando Neso intentaba violarla en la travesía. Antes, sin embargo, de morir, Neso, para vengarse de Heracles, le hizo creer a Deyanira que su sangre podía servirle de filtro amoroso, si un día  perdía el amor de su marido. Recogida aquella en un recipiente, creyó que había llegado el momento de usarla cuando Heracles, tras convertir en su concubina a Yole, hija del gigante Éurito, rey de Ecalia, envió a su compañero Licas a Traquis, donde se encontraba Deyanira, a pedirle una túnica nueva, pues iba a ofrecer un sacrificio a Zeus por su victoria sobre Éurito. Ella entonces, para recuperar el amor de Heracles, la impregnó con la sangre de Neso sin saber que esta era, en realidad, un veneno mortal. Nada más ponérsela aquel, el veneno empezó a hacer estragos en su cuerpo. Cuando Deyanira vio esto, se suicidó, y Heracles solo tuvo tiempo de subir a la cima del monte Eta, en donde ordenó levantar una pira, sobre la cual se encaramó para inmolarse en ella. Pero, cuando el fuego destruía su cuerpo mortal, tras resonar un trueno en el cielo, fue transportado en una nube al Olimpo, en donde se casó con Hebe, diosa de la eterna juventud.

Hércules Farnesio, copia romana en mármol de un original en bronce de Lisipo del s.IV a.C. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Hércules Farnesio, copia romana en mármol de un original en bronce de Lisipo, s. IV a.C. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
  • PERSEO 

      Perseo fue hijo de Zeus y de Dánae, hija, a su vez, de Acrisio, rey de Argos. Cuando supo por el oráculo de Delfos que, si su hija tenía un niño, este lo mataría a él después, la encerró en una cámara de paredes de bronce y la hizo vigilar de día y de noche. Esto, sin embargo, no fue un obstáculo para Zeus, que, enamorado de ella, la poseyó metamorfoseado en lluvia de oro y nueve meses después Dánae dio a luz a Perseo, al cual crió en secreto. Enterado Acrisio de la existencia del niño al oír su llanto, fue adonde estaba Dánae y, no creyéndose su relato sobre la concepción del mismo, metió a ambos en un cofre y lo arrojó al mar. Llevado este por las olas a la isla de Séfiros, lo recogió allí el pescador Dictis, hermano del tirano Polidectes, quien, nada más ver a Dánae , quedó prendado de su belleza. Pero ni ella ni Perseo, ya adolescente, estaban dispuestos a secundar los deseos de Polidectes. Así las cosas, un día Perseo, en el curso de un banquete,  prometió a Polidectes que le traería la cabeza de la gorgona Medusa. Las Gorgonas eran tres monstruos con cabellos de serpientes, que transformaban en piedra a todo aquel que las miraba de frente, de las cuales sólo Medusa era mortal.  Convencido, pues, Polidectes de que Perseo no superaría la empresa, le pidió, para librarse de él y eliminar así uno de los obstáculos que le impedían acceder a su madre, que cumpliera con lo prometido.

Dánae recibiendo a Júpiter en forma de lluvia de oro, de Tiziano, 1560-1565. Museo del Prado
Dánae recibiendo a Júpiter en forma de lluvia de oro, de Tiziano, 1560-1565. Museo del Prado

     Perseo, entonces, contando con la ayuda de Atenea y de Hermes y siguiendo su consejo, fue al encuentro de las Grayas, quienes le indicaron el camino que tenía que seguir para llegar a la mansión de las Ninfas, las cuales le entregaron unas sandalias aladas, un zurrón y el casco de Hades, que lo hacía invisible. Con  estas  armas  y  una  afilada hoz de acero, que le proporcionó Hermes, llegó volando a la morada de las Gorgonas, las cuales dormían en aquel momento. Para evitar la  mortífera mirada de Medusa, Teseo avanzó sigilosamente de espaldas guiándose por la imagen que reflejaba de ella su escudo y, cuando estuvo a la altura de la cabeza, se la cortó de un tajo, surgiendo de la sangre que brotaba de la herida, por estar Medusa embarazada de Poseidón, el caballo alado Pegaso, que sería usado después por el propio Perseo.  Guardada la cabeza en su zurrón, Perseo se sirvió posteriormente de ella para petrificar a sus enemigos poniéndosela de frente, antes de dársela a Atenea agradecido por la ayuda que le había prestado, la cual la colocó en el centro de su escudo. Por otra parte, la sangre de la Gorgona, que extrajo de las venas del lado derecho, tenía efectos curativos, pudiendo incluso resucitar a los muertos (ver Asclepio), no así la del lado izquierdo, que era venenosa.  

Perseo entrega a Atenea la cabeza de Medusa. Crátera griega de figuras rojas, s. IV a.C. Museo de Bellas Artes de Boston.
Perseo entrega a Atenea la cabeza de Medusa. Crátera griega de figuras rojas, s. IV a.C. Museo de Bellas Artes de Boston.

     En su camino de regreso a Argos, pasó por la costa de Etiopía, en donde vio a Andrómeda, hija del rey Cefeo y de Casiopea, atada a una roca y a punto de ser devorada por un dragón, enviado por Poseidón, rey del mar, por haberse jactado ella (según otra versión, fue Casiopea quien lo hizo) de ser más bella que las Nereidas, hijas suyas-, el cual causaba graves daños en el país, que terminarían, como indicó el adivino local, el día en que Andrómeda fuera entregada al monstruo como alimento. Prendado Teseo de la belleza de esta, prometió a sus padres que la libraría del dragón, si le otorgaban su mano después de salvarla. Concedida esta, Teseo, cayendo desde lo alto gracias a sus sandalias aladas, consiguió sorprender y matar al dragón, engañado por la sombra que el héroe proyectaba de sí mismo sobre las aguas.  Posteriormente, antes de unirse a Andrómeda, el héroe tuvo que luchar contra el tío de esta, Fineo, que también la pretendía en matrimonio, al cual petrificó mostrándole la cabeza de Medusa.

Perseo liberando a Andrómeda de Pablo Veronés, 1578. Museo de Bellas Artes de Rennes, Francia
Perseo liberando a Andrómeda de Pablo Veronés, 1578. Museo de Bellas Artes de Rennes, Francia

     Acompañado de Andrómeda, Perseo volvió a Sérifos y, al enterarse de que Polidectes había intentado conquistar a su madre por la fuerza, obligándola a refugiarse junto al altar del templo tenido por asilo inviolable, entró donde el tirano se hallaba reunido con sus amigos y petrificó a todos ellos con la cabeza de Medusa. Acto seguido, entregó el poder de la isla a Dictis, su padre adoptivo, y dio las alas, el zurrón y el casco de Hades a Hermes, que los devolvió, a su vez, a las Ninfas, y la cabeza de Medusa a Atenea, que la colocó en su escudo, transformando en piedra a todo el que la miraba.. Después se dirigió a Argos; pero, cuando Acrisio se enteró de la inminente llegada allí de su nieto Perseo, huyó al territorio de los Pelasgos para evitar que se cumpliera el oráculo. Un día, sin embargo, participando como espectador en los juegos que había organizado el rey de Larisa en el aniversario de la muerte de su padre, Perseo, que competía en ellos en la prueba de pentatlón, golpeó sin querer con el disco uno de sus pies y lo mató. Al conocer Perseo la identidad de la víctima, apesadumbrado le tributó solemnes honras fúnebres y ordenó enterrarlo en las afueras de Larisa y, considerándose indigno de ocupar el trono de Argos, cambió este por el de Tirinto, donde reinaba su primo Metapentes

Perseo y Andrómeda. Pintura mural de la "Casa dei Dioscuri" de Pompeya. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Perseo y Andrómeda. Pintura mural de la “Casa dei Dioscuri” de Pompeya. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
  • JASÓN Y LOS ARGONAUTAS

      Jasón fue hijo de Esón, rey de la ciudad tesalia de Yolco, al cual destronó su hermanastro Pelias, hijo de Poseidón. Educado por el centauro Quirón fuera de Yolcos, cuando llegó a la adolescencia, volvió allí para reclamar el poder a su tío. Este le dijo que se lo entregaría si le traía de la Cólquide, en los confines del mar Negro, el Vellocino de oro, que estaba vigilado por un dragón. A tal objeto, Jasón, después de consultar el oráculo de Delfos, zarpó del puerto tesalio de Págasas, acompañado de unos cincuenta héroes griegos, en la nave Argos, construida por el héroe del mismo nombre, y, tras un viaje lleno de peligros y dificultades, llegaron a la Cólquide. Al día siguiente, Jasón se presentó al rey Eetes y le expuso el motivo de su viaje allí. Eetes, entonces, le prometió que le entregaría el vellocino, si ponía el yugo a dos bueyes de pezuñas de bronce, que se encontraban en las afueras de la ciudad y arrojaban fuego por la nariz, y sembraba en el campo arado por estos los dientes del dragón que él le daría. Preguntándose Jasón cómo iba a hacer esto, Medea, hija del rey, que era maga, como su tía Circe, y se había enamorado de él, le dijo que le ayudaría a conseguirlo, si le prometía hacerla su esposa. Tras prometérselo, Medea le dio un bálsamo, el cual, aplicado en todo su cuerpo, lo volvía invulnerable al fuego y al bronce de los toros, y le enseñó la forma de deshacerse de los guerreros que nacerían de los dientes del dragón una vez sembrados, la cual consistió en tirar desde un escondite piedras en medio de los guerreros que iban naciendo, lo que provocó que se mataran entre sí acusándose unos a otros de haberlas arrojado. Superada la prueba, Eetes se negó a cumplir lo que había prometido a Jasón y envió a sus hombres a prender fuego a la nave Argo. Ante esto, Jasón se embarcó en ella con sus compañeros de viaje, Medea y su hermano pequeño Apsyrtos y, guiado por esta, llegó al bosque de Ares, en donde se encontraba el Vellocino de oro, del que se apoderó sin dificultad tras adormecer Medea al dragón que lo custodiaba con unas hierbas del bosque y mediante sus sortilegios. Apenas Eetes se enteró del robo del vellocino de oro y de la huida de Jasón y de Medea, salió en su persecución; pero tuvo que suspenderla pronto para poder recoger los trozos del cuerpo de Apsyrtos, descuartizado por Medea, que se encontraban esparcidos por el mar. 

Adormecido el dragón por la poción que le dio Medea, Jasón se apodera del Vellocino de oro. Crátera de figuras rojas (detalle), s. lV a.C. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Adormecido el dragón por la poción que le dio Medea, Jasón se apodera del Vellocino de oro. Crátera de figuras rojas (detalle), s. lV a.C. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

     Cuando llegaron a Yolcos, Jasón llevó el vellocino a Pelias, pero este se negó a cederle el reino. Medea, entonces, sirviéndose de sus dotes de  maga, convenció a sus hijas para que trocearan e hirvieran el cuerpo de su padre, ya que ello lo rejuvenecería, y, como no se produjo dicho rejuvenecimiento, tuvo que salir de Yolcos, junto con Jasón, y refugiarse en Corinto, en donde fueron acogidos por su rey Creonte. Allí tuvieron dos hijos; pero, diez años después de su llegada a Corinto, Jasón repudió a Medea para casarse con la hija de Creonte, lo cual suscitó los celos de Medea, quien, despechada, se vengó de la traición de su esposo. Primero mató a su prometida con el regalo de boda que le hizo llegar a través de los niños consistente en un peplo de colores y una diadema de oro, los cuales, tan pronto como se los puso, la abrasaron por los poderes mágicos que ella les había conferido, y, después, a sus propios hijos con una espada. Posteriormente Jasón volvió a Yolcos y, tras matar al hijo de Pelias, reinó allí. Medea, por su parte, se fue a la tierra de Erecteo a vivir con Egeo, hijo de Pandión. Los celos de Medea y su  terrible venganza sobre Jasón aparecen magníficamente desarrollados en la tragedia homónima de Eurípides.

Medea, de Eurípides. Grupo Doménico del I.B. “ El Greco”, de Toledo. lV Festival Juvenil de Teatrogrecolatino de Segóbriga, 14 de mayo de 1987.
Medea, de Eurípides. Grupo Doménico del I.B. “ El Greco”, de Toledo. lV Festival Juvenil de Teatrogrecolatino de Segóbriga, 14 de mayo de 1987.
  • AQUILES

     Aquiles fue hijo de Peleo, rey de Ftía (pequeño país de Tesalia), y de la nereida Tetis. Recién nacido, su madre lo sumergió en las aguas del río Estigia, que volvían invulnerable la parte del cuerpo bañada en ellas, y, como, al hacerlo, sujetó al niño por el talón, este quedó sin mojar, siendo su único punto vulnerable. Aquiles fue educado por el centauro Quirón, y, cuando llegó a la adolescencia, participó en la Guerra de Troya, en la que pronto se reveló como el más brillante de los jefes griegos. En el décimo año de la misma, se negó a combatir con ellos, irritado contra Agamenón (este es el tema de la Ilíada, de Homero) por haberle arrebatado a su esclava Briseida, después que este se hubiera visto obligado a devolver la suya, Criseida, a su padre Crises, sacerdote de Apolo, el cual, a petición suya, había provocado una peste devastadora en el ejército griego. Debido a esto, se sucedieron las derrotas de los griegos, ante lo cual Patroclo, amigo de Aquiles, le pidió sus armas y los Mirmidones para luchar contra los troyanos, y, tras conseguir algunos éxitos sobre estos, que lo confundieron con Aquiles, fue muerto por Héctor. Lleno de ira y de dolor por la muerte de su amigo entrañable, y solo por esto, Aquiles volvió al combate, causando nuevamente grandes estragos en el ejército enemigo y la muerte, entre otros, de Héctor, cuyo cuerpo arrastró después atado a su carro por los talones alrededor de la pira funeraria de Patroclo y, luego, por delante de las murallas de Troya. Recriminada su conducta por los dioses por su falta de respeto a los muertos, entregó, en una emotiva escena, el cuerpo de Héctor a su padre Príamo, rey de Troya, para que le rindiera las debidas honras fúnebres. Con ellas concluye la Ilíada. El final de Troya y la muerte de Aquiles, a manos de Paris, que le atravesó el talón con una flecha, se narran en otros poemas, algunos de ellos perdidos.

Aquiles arrastra el cadáver de Héctor. Cerámica griega de figuras negras, s. Vl a.C. Museo de Bellas Artes de Boston.
Aquiles arrastra el cadáver de Héctor. Cerámica griega de figuras negras, s. Vl a.C. Museo de Bellas Artes de Boston.
  • ULISES 

     Ulises era hijo de Laertes, rey de la isla de Ítaca, y de Anticlea, nieta de Hermes. Cuando llegó a la edad adulta, su padre abdicó en favor de él y, tras declararse cuando la guerra de Troya, partió para esta al frente de doce naves, en la que realizó numerosas proezas guerreras. Homero atribuye a Ulises, como principales características, la astucia y una gran fuerza. Él fue quien sugirió construir el caballo de madera, con el que los griegos lograron, después de diez años de asedio, entrar en Troya y destruirla. (En la Eneida de Virgilio, libro II, se describe dicha conquista). Destruida Troya, en el viaje de regreso a Ítaca, Ulises tuvo que afrontar numerosas aventuras y peligros -provocados  por Poseidón, enojado contra él por haber dejado ciego a su hijo Polifemo-,  los cuales se narran en la Odisea, de Homero, de los que resaltaríamos: 1) el episodio en la caverna del gigante Polifemo, al que, después de emborracharlo, le quemó con un palo candente el único ojo que tenía en medio de la frente, como los otros Cíclopes; 2) el enfrentamiento con los Lestrigones, los cuales hundieron todas sus naves y la tripulación, excepto la suya; 3) el paso de esta, indemne, por la isla de las Sirenas y por el estrecho de Mesina, entre Escila y Caribdis (ver Escila y Caribdis); 4) el naufragio sufrido tras zarpar de la isla de Trinacria, en el que perecieron los compañeros que le quedaban; 5) su estancia en la isla de Ogigia, cuyo único habitante era la ninfa Calipso, que, enamorada de él, lo retuvo allí siete años, y la posterior  en la isla de los Feacios, los cuales le proporcionaron la nave con la que llegó, por fin, a Ítaca, después de una larga ausencia de ella de veinte años. En su palacio, adonde llegó disfrazado de mendigo por consejo de Atenea, no lo reconoció nadie, salvo su viejo perro moribundo Argos. Tampoco lo hizo su esposa, Penélope, quien, esperando que aquel regresara algún día, había dado largas a los numerosos pretendientes, instalados en él, diciéndoles que elegiría esposo cuando terminara el sudario de Laertes, el cual nunca se terminaba, pues lo que tejía de día  lo destejía de noche. Tras manifestarse Ulises a su hijo Telémaco, este organizó, a instancias suyas, una prueba de tiro con arco, la cual no consiguió superar ninguno de los arrogantes pretendientes de su madre. Entonces, Ulises, que se encontraba entre ellos con pinta de mendigo harapiento, solicitó participar en ella, provocando las lógicas carcajadas y rechiflas de ellos. Empuñado, sin embargo, su viejo arco, la primera flecha propulsada por él se clavó en el centro mismo de la diana, lo que provocó que todos echaran a correr al punto despavoridos, conscientes de que el mendigo en cuestión era el propio Ulises; pero, antes de que consiguieran escapar, fueron alcanzados y muertos por sus certeros disparos y los de los suyos. De este modo, Ulises recuperó el trono de Ítaca y a su fiel esposa.

Ulises y sus compañeros cegando al cíclope Polifemo. Cerámica de figuras negras s. Vl a. C. Museo Nacional de Villa Giulia en Roma
Ulises y sus compañeros cegando al cíclope Polifemo. Cerámica de figuras negras s. Vl a. C. Museo Nacional de Villa Giulia en Roma

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